Cuando la Gran Renuncia es un privilegio de clase: «La realidad es que hay facturas que pagar»
Muchos trabajadores ven detrás del discurso que anima a dejar el trabajo en pro de salud mental un sueño irreal al que no pueden acogerse. La presión económica de no ingresar una nómina es demasiado grande.
Desde la pandemia, asistimos a cientos de artículos que hablan de la Gran Renuncia, ese fenómeno iniciado en Estados Unidos en el que un número creciente de empleados han dejado sus puestos motivados por su salud mental. Si algo ha enseñado el coronavirus en materia laboral —además del teletrabajo— es que los profesionales ya no están dispuestos a aguantar el estrés crónico en el trabajo. El propósito y el disfrute de la vida personal han pasado a primer plano. El empleo a toda costa ya no es tan prioritario, y ha dejado unas cuantas dimisiones sonadas en pro de “lo primero eres tú”. Lo dejó el año pasado la directora de Meta —el gran proyecto de Facebook—, Sheryl Sandberg, que dijo: “Este trabajo ha sido un honor y un privilegio, pero no deja mucho tiempo para mucho más”. Lo acaba de hacer la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern. “Los políticos son humanos. Damos todo lo que podemos hasta que llega el momento, y ha llegado”, contó al anunciarlo. A la hora de la verdad, sin embargo, para la gran mayoría de los trabajadores, la realidad y las circunstancias son bien distintas a las de estas dos mujeres.
Marta Ventura, una historiadora de 31 años de Sevilla afincada en Madrid, pasó por la tesitura de dejar su trabajo por salud mental hace un par de años. Trabajaba para la editorial de arte de una gran empresa pero, tras dos años, la situación laboral se volvió tóxica. Los objetivos que les exigía su jefa a ella y a sus compañeros se volvieron prácticamente inalcanzables. Y cuando no se cumplían, llegaban las presiones y hasta faltas de respeto por parte de la responsable. Ventura no podía más. Quería dejarlo, pero no era fácil. “Para mí la idea de renunciar al puesto por salud mental era un privilegio. Ese discurso es una trampa, básicamente porque no todo el mundo se lo puede permitir”, dice. Asegura que su generación está más concienciada que nunca con respecto al mobbing y las dinámicas de poder, “pero la realidad es que hay un alquiler y unas facturas que pagar”.
Para Ventura, irse sin un colchón económico con el que aguantar un periodo indefinido no era una opción. La incertidumbre de no saber cuándo encontraría un nuevo trabajo la retenía. “Soporté meses el acoso laboral porque sabía que la empresa intentaría no pagarme una indemnización, y si además me iba yo, renunciaba a mi derecho de subsidio por desempleo. No podía permitírmelo”. Aguantó hasta el despido: “Y no estoicamente, sino con un claro cuadro depresivo y de ansiedad permanente. Algunos de mis compañeros sí se fueron dignamente porque tenían ese apoyo económico. Ese concepto de la dignidad también está ahí. Al final, es otro privilegio”.
Que el estrés y la ansiedad sean problemas estructurales del entorno laboral es algo que reconoce hasta la Organización Mundial de la Salud, que ha definido este síndrome de desgaste profesional (burnout en inglés). Según un informe de la mutua Fremap, solo entre 2015 y 2021 las bajas por enfermedad mental subieron un 17% en todos los grupos de edad, una situación que ha aumentado desde la pandemia. España es también el país del mundo que más ansiolíticos consume.
Más datos. Según el último informe de Hays, una consultora de selección de personal que lleva años elaborando un retrato de la situación de los empleados y las empresas españolas, la sensación de hastío en el trabajo crece, especialmente, desde la pandemia. En 2022, el 61% de los trabajadores españoles aseguró sentirse desmotivado, un 14% más con respecto a 2021. Los motivos son varios, pero el principal es el económico. Es lo más relevante a la hora de cambiar de trabajo, en busca de mejores condiciones salariales, pero también lo que retiene a los trabajadores, por miedo a quedarse sin un sueldo fijo. Según el informe, un 65% de los españoles dijeron que, si vieran en su nómina un incremento salarial, les devolvería las ganas de trabajar; al 35% les ayudaría un mayor reconocimiento, y el 24% estarían mejor con más flexibilidad laboral.
Para Chris Dottie, director general regional de Hays para el sur de Europa, que el factor económico sea clave a la hora de dejar un puesto resulta lógico, especialmente en un país como España. “El hecho de que aquí muchos derechos están vinculados a tener un trabajo indefinido y con antigüedad desincentiva a irte”, cuenta por teléfono. “Solo una vez cubierto el hogar y la comida, se piensa en el crecimiento. Quizás en España garantizamos la seguridad y no tenemos la mentalidad de asumir riesgos”.
Lo explica también Isabel Aranda García, doctora en Psicología y vocal de Psicología del Trabajo del Colegio de la Psicología de Madrid. Aranda dice que los trabajadores no están dispuestos a renunciar a lo logrado durante años: “En España no hay Gran Dimisión porque contamos con un seguro al que no estamos dispuestos a renunciar. Si has trabajado muchos años, tienes derecho a un dinero, y si te vas lo pierdes, así que no te vas. Por eso, cuanta más edad, menos probabilidad de cambio”.
Es lo que le pensó Andrea Marín, que prefiere no decir su nombre real. A los 40 años, trabajaba en una revista cultural como editora. Cuando la ascendieron, la relación con su nuevo superior se volvió insoportable. No acababan de entenderse. El ambiente se enrareció con el tiempo y llegó un día en que no pudo tolerar más el estrés. O lo dejaba o pedía una baja, así que hizo cuentas. “¿Pero cuánto hay que ahorrar para dejar de trabajar?”, se preguntó. Marín pensó que, con el paro y la indemnización, podría aguantar sin trabajar un año. Tuvo suerte; llegó a un acuerdo con la empresa. El bache emocional, no obstante, le duró un buen tiempo. “Aunque lo dejé, me entró ansiedad por el miedo a no conseguir trabajo. Es dificilísimo llevar vida de clase ociosa si simplemente eres clase media trabajadora, y supongo que pude hacerlo porque era soltera y sin hijos”.
Desde que Estados Unidos vive la conocida como Gran Dimisión, más de 50 millones de personas dejaron su empleo de 2020 a 2022. El fenómeno también ha sido objeto de estudio en España. Y si bien es cierto que las renuncias aquí han aumentado en torno al 170% en 2022, con alrededor de 70.000 bajas registradas según los datos de la Seguridad Social, la cifra sigue siendo baja con respecto al total de la población activa. Hasta Yolanda Díaz, la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, ha abordado el tema en numerosas ocasiones: “Quiero mandar un mensaje de tranquilidad. En España no hay un problema de renuncia».
Según los expertos consultados, sí que existen perfiles determinados con más probabilidad a dimitir. Deanna Hellman, manager professional service de LHH de Adecco, recurre también a la comparación de España con Estados Unidos. “Allí no existe el concepto de indemnización”, cuenta por teléfono. “Si no estoy feliz en un trabajo, no hay nada que me retenga. Es fácil cambiar. Por eso, están prácticamente en desempleo cero”. La demanda aquí es clave: cuanto mayor sea esta y menor la oferta, más cambio, como ocurre en el sector tecnológico. Pero hay algo más: la edad. Las nuevas generaciones han perdido el orgullo de pertenencia a una empresa. “Si eres joven, un contrato indefinido no te retiene. Para las empresas está siendo realmente complicado fidelizar el talento joven”, asegura Hellman.
Sandra Parmo, psicóloga y mentora laboral, ofrece sesiones a profesionales que desean cambiar de trabajo. Muchos de sus clientes tienen un perfil similar: más que trabajadores que han renunciado por completo a su empleo, buscan una nueva oportunidad laboral desde la seguridad de sus puestos. “En España tenemos una cultura muy de aguantar. Y más, si tienes cargos familiares. Somos del más vale malo conocido que bueno por conocer”. Cuenta por teléfono que la mayoría de sus clientes son mujeres jóvenes. Coincide con la psicóloga Isabel Aranda en que las nuevas generaciones han entendido que la mejor manera de progresar en la carrera profesional es saltar de empresa en empresa. Para Aranda, cambian la mentalidad y las prioridades: “Los que cambian de trabajo cuidan ahora su marca personal y buscan empresas que le añadan valor a su carrera. Se acabó el concepto de trabajo para toda la vida y a toda costa. Salvando las distancias, como el matrimonio”.
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