Sobre la muerte de Antonio Miró: así construyó su imperio el diseñador con más sentido común de la moda española
Posiblemente, no ha habido un creador de moda con mayor sentido del negocio del vestir en este país como Antonio Miró. Diseño e industria se entendieron con él. Así cundió el minimalismo mediterráneo que modernizó la silueta y el talante indumentario del hombre español.
Ya no quedaban creadores de moda en España como Antonio Miró. El diseñador barcelonés falleció ayer a los 74 años, tras seis días en coma inducido a causa de un infarto de miocardio, y con él parece extinguirse una forma de entender –y manejar– su oficio como pocas veces ha prosperado por estos pagos: hacer empresa de la creación indumentaria. Por eso jamás le falló a la industria, aunque el mercado terminara jugándosela llegado el momento.
Poco se ha glosado como mereció en vida la gesta de Miró, el hijo de un sastre de Sabadell (donde nació, en 1947) que ya le tenía tomadas las medidas al negocio del vestir cuando abrió tienda propia en la barcelonesa Rambla de Catalunya, decidido a convertirse en un diseñador, decía, «al servicio de los demás». Apenas tenía 20 años. Cierto que no le faltaron galardones y reconocimientos por parte del sector –aquel premio Cristóbal Balenciaga de 1988, las medallas del Fomento de las Artes y del Diseño y la Pasarela Gaudí, en 2000 y 2003, respectivamente–, pero en realidad nunca ha habido genuina conciencia pública de su alcance. Sí, vistió a Ryuchi Sakamoto y, en repetidas ocasiones, a John Malkovich, que fue estrella del catálogo de su colección otoño/invierno 1991-92. Miquel Roca requería expresamente sus pantalones cortos de verano, el corte impecable. Las celebridades ayudan, aunque quizá no tanto como para recordar que llevó su propuesta por primera vez a Milán en 1991. O que era un habitual de la pasarela masculina de París desde 1995.
Pionero en abrir brecha y ganar terreno internacional para el diseño de moda contemporáneo español, Miró jamás despreció las expectativas del mercado nacional, confiado, puede que demasiado, en las posibilidades de modernización de aquella reconversión de nuestro textil. De hecho, llegó a preconizar las bondades de grupos como Inditex o Mango, convencido de que el futuro de los nuevos diseñadores pasaba por ahí. «España puede ser el primer país de moda en el mundo», aventuraba en 2005. Para entonces, su firma homónima, que lanzó en 1979 (tres años después de presentar una colección con su nombre en el Hotel Oriente de Barcelona), era un éxito replicado en un sinfín de licencias, de la papelería a la decoración e iluminación, pasando por la óptica, la grifería, el menaje del hogar e incluso los artículos funerarios… Un sistema que en 2016 generó para la empresa 30 millones de euros.
Con todo, su gran hito empresarial fue seguramente la alianza que gestó con Ermenegildo Zegna, en 1990. De ella saldría Antonio Miró Internacional, participada al 50% por el catalán y el grupo italiano (en su primera entente comercial con un creador foráneo), para comercializar los trajes de la sastrería milanesa en nuestro país y viceversa. El cambio en la silueta del hombre español comienza ahí de su mano, sinónimo de moderna funcionalidad. La redefinición de la masculinidad en términos sartoriales, adaptándola a los tiempos en corte y color, se convirtió en su seña de identidad, vestida lo mismo por ejecutivos que por jóvenes profesionales y, claro, los actores, políticos, artistas y futbolistas de turno. También por las mujeres, a las que trasladó su sentido del minimalismo mediterráneo en sus colecciones femeninas. En moda, el ‘seny‘ era él.
A esa visión pragmática del negocio puede atribuirse, en fin, un alcance comercial que la mayoría de sus colegas coetáneos no pudieron (¿supieron?) disfrutar. «Mi experiencia con Toni resultó magnífica, ver cómo funcionaba una empresa como la suya y adquirir ese conocimiento. Cuando volví a Madrid venía más sobrio, queriendo ser empresario», cuenta Antonio Alvarado, que encontró una segunda oportunidad junto a él a principios de los noventa. Premio Nacional de Diseño de Moda 2021, galardón para el que Miró sonó justo en esa edición, el diseñador alicantino reconoce para el caso que «si no lo llevas en la sangre, nunca vas a ser empresario de moda». Lo curioso es que, en realidad, el que fuera su patrón y amigo aprendió a serlo: «Nunca me ha gustado ser industrial, pero me sentí casi obligado a producir. Y me quedé enganchado a una historia que no era la mía. Mi espíritu, desde que empecé, era diseñar y nada más. España en eso es un país diferente, especialmente en Galicia, donde están Adolfo Domínguez y Roberto Verino, que diseñan y producen. Fuera se diseña pero no se fabrica. Uno se tiene que especializar en lo que sabe», concedía en una entrevista, en 2005.
Diseñador introspectivo, según se reconocía, Miró se apartaría del foco poco después, en 2008: vendió el 70 por ciento de la empresa a la sociedad Nuevos Valores Textiles y reservó sus esfuerzos creativos para Groc, línea que celebraba sus orígenes (así se llamaba aquella primera tienda que abrió a finales de los sesenta y así bautizó la que sería su nueva sede en la calle Muntaner, en 2015). Antonio Miró, la etiqueta, quedó entonces desvinculada de su fundador, a pesar del título de ‘asesor‘ que le concedieron sus socios mayoritarios. Para el caso, el propio negocio se encargó también de desplazarlo: la plataforma 080 Barcelona, que vino a sustituir al salón/pasarela Gaudí, no lo consideró en su propuesta de actualidad, centrada en el talento emergente, y su huida a la madrileña Cibeles, auspiciada por Cuca Solana, tampoco le satisfizo. Hay declaraciones suyas de la época muy encendidas al respecto.
Con una deuda cercana a los 900.000 euros que los ingresos de los últimos años no lograron cubrir, la firma Antonio Miró entró por segunda vez en concurso de acreedores en mayo de 2021, la pandemia como puntilla y descabello. Desde 2020, tampoco podía utilizar la imagen del diseñador, que llevaba cuatro años batallando en los tribunales por su desvinculación total. No es el mejor final para esta historia, pero algo de justicia poética sí que hay.
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