Todo vuelve
Cuando era adolescente miraba fotos antiguas de las mujeres de mi familia y me escandalizaba con las prendas de ropa que lucían. Me parecían profundamente desfasadas. “Todo vuelve”, replicaba siempre mi abuela. Con el paso de los años, he tomado elecciones estéticas que más tarde me han mortificado: pantalones acampanados de tiro bajo, collares de bolas de plástico, tacones de vértigo y plataformas imposibles. Sin embargo, el tiempo ha dado la razón a las palabras de mi abuela, y me he enfundado sorprendida en conjuntos casi idénticos a los que ellas llevaban en aquellas fotos.
No recuerdo en qué momento heredé de mi abuela un abrigo de color lila, una de las prendas que seguramente había criticado de pequeña. Me ha acompañado en inviernos en Londres, Madrid, Nueva York y Boston. Es una de esas piezas que por alguna extraña razón (la textura, el color, la forma) llama siempre la atención, y han sido muchas las personas que me han parado por la calle o en el metro para preguntar dónde me lo había comprado. Llevar ese abrigo me enlaza con las mujeres de mi familia que se lo han puesto en distintas partes del mundo. Así que se ha convertido también para mí en una especie de amuleto. Cada vez que alguien hace alusión al encanto de ese abrigo, escribo un mensaje a mis abuelos. La vida se recicla en las objetos que pasan de mano en mano y en todas esas cosas que se comparten a través de las generaciones.
El eterno retorno es una concepción filosófica del tiempo muy explorada en la literatura y en el arte. Son muchas las películas, las novelas y las canciones que hacen referencia a los ciclos de la vida. El eterno retorno profundiza en la imagen de que el mundo siempre arde y se extingue para volver a crearse. En esta idea, tras las llamas que arrasan con todo, el universo se reconstruye para que las mismas cosas puedan volver a suceder, generando una idea de ciclos interminables. De algún modo, todo lo que termina vuelve a existir.
La historia se repite en los objetos y también en las relaciones. En la canción de ruptura y duelo Night Shift, Lucy Dacus le canta a su antiguo amor “In five years I hope the songs feel like covers / Dedicated to new lovers”. Dacus apunta la posibilidad de que algo tan único como el dolor que está sintiendo en ese momento se pueda reciclar en el futuro y llegar a convertirse en un recuerdo, una anécdota que contará a sus nuevos amores. El escritor Hanif Abdurraqib dedicó una de sus columnas en The Paris Review precisamente a explicar lo que la canción de Dacus había significado para él, narrando su propia historia de desamor con una pareja y el enamoramiento con la siguiente: “Ese es el milagro. La imposibilidad no está en la ruptura, sino en lo que venga después. El hecho de que alguien pueda verse impulsado a escribir una canción de amor y luego una canción de ruptura sobre la misma persona”.
Llevo el abrigo de mi abuela y pienso en las vueltas que da la vida. En cómo una misma prenda ha sido testigo de diferentes situaciones en vidas radicalmente distintas: la de mi abuela, la de mi madre y la mía. Me imagino el recorrido invisible de los lugares donde ha estado, los percheros de los que ha colgado o los armarios donde se ha guardado. Me gusta caminar por la calle y observar bolsos, zapatos o vestidos que llevan otras personas y creer que han tenido ciclos de vida parecidos al de mi abrigo. Que también significan algo para alguien. Tarareo la frase de la canción de Jorge Drexler (“nada se pierde, todo se transforma”). Y pienso cuánta razón condensa la frase que me han repetido en casa toda la vida, palabras que a su vez hacen alusión a la teoría del eterno retorno. Todo vuelve.
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