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Sueños de infancia, Julia Mariscal

La hija del reconocido diseñador Javier Mariscal ha heredado la sensibilidad familiar, tanto en su particular forma de entender el arte como en su relación con la moda.

Julia Mariscal

Hace poco más de un año volvió a Barcelona tras vivir una década en Londres. Todo comenzó cuando decidió darse un año sabático a los 19, pero fue encadenándolo con estudios de Diseño, postgrado en Arte y primeras experiencias artísticas. «Necesitaba un cambio. Aquí el día a día es más agradable. Allí es todo más difícil, incluso ir desde tu casa a disfrutar de una exposición. Sin embargo, al ser más duro te exiges mucho más. Espero encontrar el punto medio», nos dice.

Con la pintura de la pared todavía húmeda –«acabamos de trasladarnos», comenta–, este piso ya había sido su hogar. «Es de mi madre y aquí viví con ella hasta que me fui a Londres. Ahora ella se ha ido a otro más pequeño y nos lo ha dejado a nosotros». Sus vistas privilegiadas al Palau de la Música, fantástico edificio de Domènech y Montaner, lo convierten en el lugar idóneo para organizar también encuentros artísticos, a los que denomina Charmette. «El primero lo hemos hecho con el piso vacío y reunimos a cinco artistas de Londres que enviaron sus proyecciones». T

ambién participó Julia con su amiga Rita Evans y presentaron una performance preparada por Skype. «Somos objectifiers: el término parte de los artistas que se enamoran de cosas como el muro de Berlín, una silla… Nosotras trabajamos la materia y el sonido, con micrófonos y cámaras web grabamos pequeños detalles; cómo cae la arena, cómo suena un Alka-Seltzer al explosionar… y ese acercamiento a los objetos nos obliga también a entregarnos a ellos. Me gusta colaborar con gente porque te da otra energía». El objetivo es convocar uno de estos encuentros cada trimestre, para así poder ofrecer las propuestas más arriesgadas y prepararlo con tiempo. «Pero siempre en un ambiente festivo donde se reúna gente que acaba compartiendo un arroz o un plato de macarrones», comenta.

Acaba de cumplir los 30 años y es madre de un niño, Galo, de 10 meses; pero su aspecto sigue siendo aniñado. Suele vestir con looks muy masculinos que en ella resultan profundamente femeninos. «No me gusta ir de compras, sino salir a pasear y encontrarme con las cosas. Puedo llevar una prenda dos inviernos seguidos porque creo que la ropa es tu identidad y en cada momento te identificas con algo concreto».

Su relación con los objetos y también con la moda parte de las historias. «Casi todo lo que tengo oculta algo detrás. Son prendas que me han regalado, que mi padre compró a mi madre y que he heredado yo, detalles de mercadillo que descubrí… Sigo llevando el mismo reloj de pulsera con Micky Mouse que me regalaron de niña y hay cosas que me han acompañado durante muchos años». De hecho, cuando acaba cada temporada, suele guardar distintas prendas y accesorios en una caja. «A veces son cosas que sé que no voy a ponerme, pero que no quiero tirar. Al cabo de un tiempo vuelvo a abrir la caja y me encanta el reencuentro». Las telas son su verdadera obsesión. «Siempre me han interesado. Observo su caída, disfruto de su textura. Las he dibujado mil veces», nos cuenta. Sobre la mesa de su estudio, una jarra con pinceles. «Siempre la he visto en la mesa de dibujo de mi padre. Un día se la pedí. Me recuerda a él».

Ecléctico vestidor con taburete rojo de El último grito.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Ilustración de Mariscal –«me encantan sus dibujos en blanco y negro»…– junto a uno de sus sombreros y zapatos favoritos comprados en un mercadillo.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

Estantería diseño de Peter Marigold, con los perfumes Chanel de Carmeta, la madre de Julia.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

En el estudio, uno de sus dibujos enmarcados. Sobre la mesa de Ikea, los pinceles de su padre, Javier Mariscal, y su maleta metálica.

Sergio Moya y Ximena Garrigues

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