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Soledad Lorenzo, fuera de lo común

Cada rincón de su casa habla de una vida apasionante, repleta de anéctodas y personajes increíbles. Su galería de arte cumple 25 años.

Soledad Lorenzo en su casa
Ximena Garrigues y Sergio Moya

He tenido la suerte de crecer en una familia muy culta que ha vivido la intelectualidad con mucha naturalidad, sobriedad y con largas sobremesas y discusiones. La cultura formaba parte de nuestra vida y en los malos tiempos ahí estaban los libros y los cuadros para refugiarse». Gracias a esta infancia despierta la conciencia de Soledad, que asiste a tertulias y exposiciones sin entender muy bien qué era lo que pasaba pero intuyendo que era algo importante. Voló joven, se casó a los 21 años y se fue a vivir con su marido a Londres.

«Solía comprar revistas extranjeras pero al llegar a la capital británica en los años 60 me di cuenta de que allí estaba realmente la moda. Fue el momento álgido de esa ciudad y tuve la suerte de vivir en ella durante 11 años». De su estancia londinense conserva las joyas de su armario y recuerdos fantásticos imborrables. «MTi generación llevaba combinación, braguita y faja para que no se moviera el culo. Hasta que llegó Mary Quant y dijo: “¡Fuera sostén y fuera todo!”. No sé cómo las mujeres no le hemos hecho un monumento. La tienda Biba se convirtió en mi Zara de ahora.

Era la primera que vendía prêt-à-porter y hasta allí iba gente de todo el mundo a comprar las primeras botas altas que se vendían para chicas. Las colas eran increíbles y siempre pasaba algo en ellas. Ir a Biba era una experiencia, era lo más», cuenta. De ahí guarda una chaqueta de lentejuelas a la que afirma haberle dado muchas vidas. «También usaba muchísimo unos polvos color tierra que solo vendían allí y antes de regresar a España me compré todos los que les quedaban, porque quería tener siempre ese tono de piel. Me duraron años».

«El broche de Giorgio Armani me gusta mucho por su aspecto de insecto. El blazer, también de Armani, lo guardo desde aquella época. Y este retrato que me hizo Newton alegró mi etapa más negra”.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Era la primera que vendía prêt-à-porter y hasta allí iba gente de todo el mundo a comprar las primeras botas altas que se vendían para chicas. Las colas eran increíbles y siempre pasaba algo en ellas. Ir a Biba era una experiencia, era lo más», cuenta. De ahí guarda una chaqueta de lentejuelas a la que afirma haberle dado muchas vidas. «También usaba muchísimo unos polvos color tierra que solo vendían allí y antes de regresar a España me compré todos los que les quedaban, porque quería tener siempre ese tono de piel. Me duraron años».

Una vida vinculada al arte. «Mi padre fue amigo de los artistas y escritores de su tiempo y de él guardo sus libros más queridos. Hay uno más especial, La España negra de Gutiérrez Solana, que encuadernó con un pergamino. Sobre él, el autor dibujó la portada. Quiero dárselo a Manuel Borja (director del Museo Nacional Reina Sofía) porque a mi padre le hubiera encantado que estuviera en un museo y porque no quiero que se pierda cuando yo ya no esté», dice. Lo mismo ha hecho con todos los vestidos y complementos que ha ido adquiriendo a lo largo de su vida: «He ido regalando casi todo sin mirar su valor. Cuando no me pongo algo una temporada lo doy. Al estar siempre de cara al público me canso enseguida de la ropa y nunca he llevado lo mismo dos días seguidos. Pero hay cosas que sí he querido guardar, como algunos colgantes de corazones que me regalaron en mi juventud o un par de broches y un rosario. Otro de los obsequios que me encantan es este anillo que llevo hoy, del que me han llegado a preguntar si es del artista Anish Kapoor. Me lo regaló hace unos días mi sobrina», explica. Y entre sus joyas, esculturas de Barceló, Pello Irazu o figuritas kitsch cedidas por el artista Robert Longo junto a los que se se esconden otros tesoros con historia. «Esta cajita contiene una crema que le pedí que me trajera de Suiza al fotógrafo Jesse Fernández, un personaje histórico fantástico. Cuando me la dio, no pude quitarle el envoltorio que había hecho él y así se quedó para siempre», dice mientras ríe.

Joyas para siempre. Gargantilla rígida de Paco Rabane, pulsera y broche vintage frente a una obra del artista Chema Alvargonzález.

Ximena Garrigues y Sergio Moya

Mi familia vivió en Barcelona

. «Fue una época fascinante donde Joaquim Sunyer me decía: “Siéntate que te voy a pintar”; a mí me encantaba, yo era una niña buenísima y me quedaba quieta. Me hizo un retrato excepcional y mi padre lo animó a venderlo en una exposición porque andaba mal de dinero. Lo convenció diciéndole que ya me haría otros, los que ahora cuelgan en mi dormitorio junto a los cuadritos que me regaló Louise Bourgeois. Hace dos años, en una retrospectiva de Sunyer, vi por primera vez aquel primer retrato que me hizo y que estaba en manos privadas. Efectivamente es una joya, pero me apasionan los míos». Mientras paseamos por su loft madrileño descubrimos otro tesoro.

«¿Esa foto es de Helmut Newton?», pregunta la fotógrafa. « Sí», dice Soledad, «recuerdo que en ese momento había muerto la mayoría de mi familia en pocos meses y todo el mundo me decía que estaba feísima. Me sentaron en una cena al lado de él y me dijo que era preciosa. Pensé: “¡Qué maravilla que el fotógrafo del glamour me vea así”; y le respondí: “Helmut, me has salvado la vida”. Me pidió que fumara durante la cena mientras él me iba haciendo fotos. A los meses me llegó este retrato a la galería. Y es que como bien dijo Picasso: “Yo no busco, encuentro”».

En su dormitorio descansan varias obras de Louise Bourgeois, retratos de ella pintados por Sunyer y su primer capricho: un chaquetón de zorro de Revillón

Ximena Garrigues y Sergio Moya

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