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De ‘Hamlet’ a ‘Médico de familia’ y de los Biden a los Kennedy: breve compendio de romances entre cuñados

Una relación así puede suponer una doble traición, al hermano y a la pareja, pero resulta tan prohibida como plausible.

“Si dos hermanos comparten el mismo techo y uno de ellos muere sin dejar hijos, la viuda no podrá casarse con ningún hombre de otra familia. El hermano de su marido debe tomarla por esposa para cumplir con ella su deber de cuñado. El primer hijo que ella dé a luz llevará el nombre del hermano muerto, con el fin de que su nombre no desaparezca de Israel”.

Lucia Baskaran escogió esta cita de la Biblia para encabezar su novela Cuerpos malditos (Temas de Hoy), en la que una chica pierde a su novio en un accidente de tráfico cuando estaba a punto de casarse con él y acaba iniciando una relación con el hermano de este. El pasaje describe la Ley del Levirato, que tenía como objetivo garantizar el legado de la familia. De esta manera, las propiedades seguían en manos de los mismos parientes. El escenario es también la base de cierta obra de teatro: el tío de Hamlet, Claudio, se casa con su madre viuda y se convierte así en Rey de Dinamarca.

Si bien es difícil que este arreglo arcaico se siga reproduciendo, lo que no es tan raro es que surja una atracción entre cuñados, con o sin muerte de por medio. Cuando la extensa familia de Joe Biden subió a celebrar su victoria presidencial, ahí estaban todos sus hijos y nietos. Los cinco mayores, hijos del hijo fallecido de Biden, Beau, y de Hunter, estuvieron hace un par de años a punto de pasar de primos a hermanastros. Tras la muerte de Beau Biden de un tumor cerebral en 2015, su viuda, Hallie, inició una relación amorosa con su cuñado, Hunter, que dejó a su mujer y madre de sus tres hijas, Kathleen.

En realidad, la línea temporal de la relación fue aun más complicada, tal y como explicó el propio Hunter en una entrevista con The New Yorker que todo el mundo entendió como una defensa anticipada de todos los ataques que estaba por llegar si su padre, como finalmente hizo, se presentaba a las elecciones. En 2016, un año después de perder a su hermano, Kathleen habría pedido a Hunter que se fuera de casa debido a sus diversas adicciones. Entonces, empezó a pasar cada vez más noches en casa de su cuñada, compartiendo “un tipo muy específico de duelo”, según dijo. Entonces decidió ir a un centro de desintoxicación en Arizona pero acabó pasando por Los Ángeles, donde fue varias veces a comprar crack a una zona de personas sin hogar. Consiguió llegar al centro, el Grace Cove Lifestyle Center, que de define como un lugar de “rejuvenecimiento y curación”, gracias a un desconocido que se apiadó de él y allí recibió la visita de su cuñada Hallie y ambos decidieron convertirse en pareja. La relación duró un año, aunque Hunter podría haber sido padre de un niño con otra mujer de Arkansas llamada Lunden Alexis Roberts, que le reclama el pago de una pensión de paternidad por un niño nacido en 2018. La familia trató de mantener el asunto de la relación entre los cuñados en secreto pero cuando el tabloide New York Post, propiedad de Rupert Murdoch, lo publicó, Jill Biden lo confirmó diciendo que era una “suerte” que Hunter y Hallie se hubiesen encontrado “después de tanta tristeza”. Hunter se casó el año pasado con una documentalista surafricana de 28 años, Melissa Cohen, y es padre de otro niño (al que sostenía el presidente electo Joe Biden el día que se confirmó su victoria). Hallie no ha vuelto a ser vista con la familia pero sus hijos sí han participado en la campaña de su abuelo.

Aunque las circunstancias fueron distintas, esa curiosa relación recuerda, sobre todo por el escenario cercano al poder en Washington, a la que se cree que mantuvieron otros dos cuñados de luto, Robert Kennedy y Jackeline Kennedy, tras el asesinato del presidente. En 1964, un año después del magnicidio en Dallas, las dos familias, la que formaban la viuda Jackie con sus dos hijos, Caroline y John, y la de Robert Kennedy, con su esposa, Ethel, y los ocho hijos de ambos, se relocalizaron a Nueva York. Allí el exfiscal general del Estado visitaba a menudo a su cuñada y ejercía de padre sustituto de sus sobrinos. El biógrafo C. David Heymann publicó en 2009 un libro sobre el affaire que al parecer surgió en aquel primer año de luto. El autor se apoyaba en datos extraídos de los archivos del servicio secreto que aun protegía a la viuda del presidente asesinado, y que demuestra que compartió habitación de hotel con su cuñado en varias ocasiones, y en testimonios como el de una examante de Bobby, Mary Harrington, que asegura que en una ocasión los vio besándose en una casa alquilada de Palm Beach. “Robert puso una mano sobre su pecho y otra dentro del bañador de la señora Kennedy. Después ambos desaparecieron en el interior de la casa”, dice. También Franklin Roosevelt Jr., hijo del expresidente del mismo nombre, le dijo al autor que era increíble que esa relación se hubiera mantenido en secreto, porque “los dos se comportaban como adolescentes enamorados”. “Sospecho que Bobby hubiera querido dejar a Ethel y casarse con Jackie. Pero, claro, eso no era posible”.

Si lo hubo, no fue un romance que excluyera otras variantes. Además de estar casado, Bobby mantenía otras amantes, algunas de las cuales compartía con sus hermanos. Según Heymann, Bobby se acostaba también con Mary Jo Kopechne, la mujer que el hermano pequeño, Ted, presuntamente dejó morir en Chappaquiddick para no dañar sus expectativas políticas. También la ex primera dama y entonces incipiente editora mantuvo en esos años al menos una relación con un arquitecto de San Francisco y, más tarde, mientras aún se acostaba con su cuñado, habría empezado ya su relación con Aristóteles Onassis.

Las relaciones de este tipo, que son también un argumento muy fértil en la ficción popular, de Leyendas de pasión a Médico de familia, donde el guión se diseñó en torno a la tensión sexual entre un médico viudo, el doctor Nacho Martín, y su cuñada periodista, Alicia, hermana pequeña de su esposa fallecida. Como detalló Paloma Rando en un artículo en Vanity Fair, el asunto fue objeto de debate en la sala de guionistas antes de lanzar la que sería la serie familiar española de más éxito de los noventa. “El tema de la cuñada se veía que iba a traer mucho debate en esa época. Fue una gran idea. Y el primer episodio ya estuvo por encima dl 40%. Eso nos lo confirmó. Pero no quita que en el proceso de creación hubiera muchas dudas”, contó en ese artículo el guionista Manuel Ríos San Martín. El aspecto moral se solucionó en la serie de la manera tradicional: convirtiendo a las y los otros pretendientes de Nacho y Alicia en indeseables, sobre todo, el primer novio del personaje de Lydia Bosch, que resultó ser un maltratador. La pediatra Irene Acebal, interpretada por Ana Duato, y con la que Nacho empezaba una relación, no tenía esos ingredientes de villanía, pero esa relación solo cumplía la función de ser un obstáculo entre los dos protagonistas, que terminaron casándose, de blanco ella, con chaqué él, al final de la quinta temporada, en un capítulo que congregó a once millones de espectadores. Para entonces, la mayoría de éstos ya no veían a Nacho y Alicia como excuñados sino como enamorados inevitables, separados por el destino. Y Elena, la esposa y hermana muerta, se mencionaba lo justo en el guión, en la ocasional escena lacrimógena en la que los hijos notaban su ausencia.

Cuando el elemento burlado sigue vivo, el asunto de las simpatías de la audiencia es más complicado de gestionar. Todas las adaptaciones de Mujercitas han tenido que lidiar con ese dilema que plantó en su texto Louisa May Alcott: cuánta dosis de empatía concede a Laurie y, sobre todo, a Amy, que acaban consumando la traición de casarse después de que él estuviera sinceramente enamorado de la hermana de ella, Jo. Alcott trató de arreglarlo (contra su voluntad, ella quería dejar a Jo soltera) en parte dando a Jo un premio de consolación, un compañero maduro y supuestamente más apropiado que el chisgarabís Laurie, pero eso no evitaba que el matrimonio entre éste y Amy estuviera teñido de una especie de pecado original. En su adaptación, Greta Gerwig optó por la solución de convertir a Amy en una suerte de feminista pragmática insertando un monólogo que no está en el libro pero que no termina de aclarar la cuestión de por qué se casa con el amor de la vida de su hermana.

La relación prohibida entre cuñados también es un ingrediente fundamental de la que para muchos es la película más redonda de Woody Allen, la que contiene lo mejor de sus dramas y lo más excitante de sus comedias, Hannah y sus hermanas. Hannah es la mayor y la más estable de tres hermanas, considerada la heredera del talento de la madre y del padre y el pilar de la familia, y alguien que, probablemente debido a todo eso, genera una sensación de pequeñez en todos los que la rodean. El Allen guionista se lo hace pagar haciendo con una doble transgresión familiar: su exmarido, Mickey, interpretado por el propio Allen, inicia una relación con la hermana mediana, Holly (Diane Wiest), y su marido, Elliot (Michael Caine), se enamora hasta el colapso de la pequeña, Lee (Barbara Hershey) y se lanza también a una relación adúltera con ella. Durante los meses que dura ese idilio, Elliot y Lee consuman el adulterio superlativo, el que rompe no solo la fidelidad conyugal sino también la lealtad fraternal. Su historia deja claro por qué ese tipo de relación es a la vez tan plausible –primero: con un cuñado hay oportunidad de roce, los encuentros son frecuentes. Segundo: el hermano o hermana tiene a menudo muchas de las cosas que nos enamoraron de una pareja pero con un giro, con una modificación que los hace completamente distintos– y tan prohibida, y que los convierte en un argumento tan jugoso.

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