¿Cómo es la vida sexual en el espacio?
Los momentos eróticos en la historia de la carrera espacial se cuentan con los dedos de una mano; pero algunos científicos creen que de ellos depende nuestro futuro como especie.
Además de Japón, Silicon Valley y los dormitorios de la mayoría de las parejas que han cumplido los ocho años de vida, hay otros lugares que siguen manteniendo su voto de castidad: las naves nodrizas y las misiones interestelares; a pesar de que, como dijo el físico Stephen Hawking en el 2007, “es muy probable que la supervivencia humana dependa de la reproducción en ambientes extremos como el espacio”.
Cada vez más cerca del apocalipsis y de la posible tarea de tener que abandonar la Tierra, no ya por gusto sino por obligación, la humanidad está todavía muy atrasada en la investigación, practica y mejora de las relaciones sexuales en un campo de gravedad cero. No solo eso, sino que las instituciones pertinentes parecen no tomarse muy en serio este importante reto. Prueba de ello, es que para elaborar este artículo me puse en contacto con la delegación española de la Agencia Espacial Europea, con la intención de preguntarles si disponían de estudios al respecto o estaban efectuando alguno. Me respondieron que “no, porque esto es un organismo científico” y enseguida me vino a la cabeza la idea de que si la carrera espacial no está tan avanzada ni desarrollada como debería, puede que sea porque no ha contemplado nunca la dimensión sexual y erótica del ser humano. Tal vez si el sexo y el espacio se reconcilian alguna vez, las cosas irán entonces sobre ruedas y podremos colonizar otros mundos antes de que terminemos, definitivamente, con éste.
Según juran y perjuran los diferentes viajeros del espacio, el sexo entre dos personas es algo que todavía no ha ocurrido en el interior de ninguna nave espacial. Aunque ya hay quien quiere rodar una película porno en el espacio. Como mucho, lo más a lo que se ha llegado es a practicar la masturbación. Ya se sabe, las noches son largas y las distancias con los seres queridos se miden en años luz. Como relataba un artículo de The Debrief, un cosmonauta ruso, entrevistado por Mary Roach, la autora de Paking for Mars: The Curious Science of Life in the Void (Norton & Company, 2010) –Empacando para Marte: La curiosa ciencia de la vida en el vacío– admitía haber tenido sexo en el espacio. Eso sí, manualmente, mientras el astronauta de la NASA, Ronald Garan Jr, dijo que masturbarse fuera de la Tierra entra dentro del terreno de lo «posible», ya que los viajes espaciales están llenos de momentos de ocio y tiempos muertos. Claro que algo debían tener previsto para la recogida de fluidos procedentes de esa actividad, ya que la falta de gravedad de la nave los haría flotar en forma de gotas.
Hay que decir también que los rusos juegan aquí con ventaja, ya que parece que a los astronautas soviéticos se les proveyó, en algunas ocasiones, con vídeos porno para amenizar el viaje. La más casta ideología capitalista, sin embargo, no contó ni trató nunca de satisfacer la dimensión erótica de sus héroes espaciales. Ni tan siquiera de los pertenecientes al reino animal; como el mono Sam, lanzado al espacio en 1959, o el chimpancé Ham, en 1960; en un intento por hacerle sombra a la soviética perra Laika, integrante de la misión Sputnik, en el año 57, y estrella indiscutible de la huella animal en la estratosfera.
Demos gracias a la ley de la gravedad, que hace posible el sexo
Ciertamente, si podemos hacer el amor no es gracias a la revolución sexual de los 70, ni a la invención de la píldora anticonceptiva ni del preservativo; sino a la ley de la gravedad. Mark Sergeant es psicólogo en la Nottingham Trent University, Reino Unido, además de experto en el estudio de cómo los diferentes hábitats influyen en nuestra sexualidad. Él sí se ha tomado en serio mis preguntas y apunta que “el enemigo principal de la actividad sexual en una nave es la tercera ley de Newton, que dice que toda acción provoca una reacción igual en el sentido contrario, lo que implica que realizar un movimiento en una dirección requiere de un esfuerzo en la dirección opuesta –caminar es el ejemplo más claro, ya que si queremos ir hacia delante, primero tenemos que apoyarnos contra el suelo–. En una situación de gravedad cero, el simple hecho de que dos personas puedan permanecer juntas es complicado, ya que no cuentan con una fuerza que tire de ellos en una dirección y los mantenga presionados contra una superficie. Por tanto, los astronautas quedan suspendidos en medio de la nave sin nada contra lo que apoyarse para efectuar los movimientos inherentes a una relación sexual”.
Los adictos a la ciencia ficción estarán ya pensando en cámaras con campos gravitatorios simulados y cosas por el estilo. Hasta el momento, la única invención para paliar este problema es un traje llamado 2 suit, ideado por Vanna Bonta, escritora y actriz italo-americana fallecida en 2014, que consiste en un traje espacial con tiras de velcro para ajustarse a otro de las mismas características y, a su vez, a algún punto de anclaje con el fin de evitar que la falta de gravedad separe a los cuerpos. Algo así como tratar de echar un polvo dentro de un saco de dormir mientras se flota en el aire. ¡Tentador!
Bonta probó el traje con su marido durante un vuelo parabólico que simulaba las condiciones de gravedad cero y, según dijeron, el traje promete. Aunque ellos no pasaron de los preliminares y solo se besaron. Durante mucho tiempo la NASA tenía como regla de oro no enviar parejas reales al espacio, sin duda pensando que las peleas entre los cónyuges podían alterar el delicado ecosistema psico-social de la nave. Sin embargo, en 1991 hizo una excepción con Jan Davis y Mark Lee, dos astronautas que se casaron poco antes de que su misión empezara. Si Jan y Mark desvirgaron a los viajes espaciales es un misterio porque, a pesar de las insistentes preguntas sobre el tema, ellos se negaron a hacer declaraciones. Algo que muchos han traducido como un no.
Claro que la coincidencia de hombres y mujeres en el espacio ya se había dado antes. En 1982, la soviética Svetlana Savitskaye ya había convivido con hombres en la estratosfera, pero entonces nadie le preguntó nada ya que ella estaba casada y su marido había quedado en tierra. En 1990 la relación de dos chicas astronautas, Elena Kondekova y Valery Polyakov, compañeras en la estación Mir levantó rumores, sobre todo tras un vídeo en el que una de ellas jugaba y le salpicaba con agua a la otra. ¿Se imaginan que la primera relación sexual en el espacio hubiera sido una de carácter lésbico?
Parece ser que, como apunta el autor francés Pierre Kohler en su libro La dernière misión (Caimann-Levy, 2000), la NASA realizó en su día un estudio sobre las posturas sexuales más adecuadas para practicar lejos de la Tierra, una suerte de Kamasutra espacial. Los resultados dieron que solo 10 posiciones eran posibles, seis de las cuales requerían de sujeción adicional para el acoplamiento.
Houston, tenemos varios problemas
La dificultad de interacción no es el único impedimento para que la lujuria conquiste otras galaxias. Como Mark Sergeant comenta a S Moda, “hay otro escollo derivado de una atmosfera con gravedad cero. En estas circunstancias la sangre va a las partes más altas (cabeza y pecho) lo que dificulta la erección al quedarse los genitales con menos riego sanguíneo. Esto influye tanto en hombres como en mujeres, ya que la lubricación sucede en respuesta a la excitación y la mayor afluencia de sangre a la zona vaginal”. Pero además, como apunta un artículo de Buzzfeed, sin la ley de Newton los fluidos que segrega nuestro cuerpo no pueden caer ni resbalar y permanecen junto al lugar donde se producen. Dicho de otro modo, es como si a la lubricación se le aplicara la ley seca.
Otro efecto del espacio en el cuerpo humano es que los niveles de testosterona de los astronautas hombres parecen caer en picado, lo que disminuiría su libido. La razón de esto se desconoce, pero se ha comprobado que estas hormonas vuelven a su estado normal una vez que su portador vuelve a la Tierra. En mujeres no hay estudios, pero se cree que responderían al mismo patrón. Aunque el efecto de los viajes intergalácticos en el deseo puede ser complejo. Sergeant, por su parte, cree que “también puede aumentarlo, ya que hay gente a la que una nueva situación puede incrementar su motivación al sexo y su excitación”.
Aunque una vida sexual activa favorecería, sin duda, la estabilidad psíquica y la motivación de la tripulación en misiones espaciales de larga duración, las condiciones del interior de la nave hacen también que el corazón bombee menos sangre, que vaya más lento y, en consecuencia, que los músculos sean más débiles y el cuerpo tenga menos fuerza. En el milagroso caso de que una mujer quedase embarazada, la estructura del feto no podría formarse en un ambiente sin gravedad.
No faltan los que apuntan también las reducidas dimensiones y la logística de los actuales vehículos interestelares. Al parecer, en el espacio no hay mucho espacio ni intimidad y, aunque se dispone de mucho tiempo, hay también la necesidad de estar siempre alerta, ya que una distracción puede tener fatales consecuencias.
Por el momento, la sensualidad y el hedonismo que desprendía la película Barbarella (1968), pertenecen aún al mundo de la fantasía. Mientras tanto, los terrícolas podemos consolarnos porque, aunque no tengamos pareja, ni perspectivas reales de encontrarla, disponemos de esa maravillosa, cachonda y erótica ley de gravedad, que tanto ha hecho por el amor y el sexo, sin que jamás se lo hayamos agradecido debidamente.
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