La artesanía como forma de vida
Superada la treintena, cambió la abogacía por el calzado. Ahora, clientes de medio mundo se reúnen con él para que les diseñe modelos exclusivos.
Si encontrar una aguja en un pajar es complicado, dar de bruces con un zapatero que realiza diseños a medida en un gallinero… es más difícil todavía, pero no imposible. Este es el caso del argentino Norman Vilalta, quien trabaja en un antiguo corral rehabilitado en Mallorca. «Mi otro estudio lo tengo en Barcelona, pero si tuviera que escoger uno, me quedaría con este. De aquí van a salir los mejores zapatos del mundo. Bueno, si no los mejores, unos de los mejores», puntualiza.
Esta seguridad en su talento está justificada por una clientela que es capaz de tomar un avión desde Japón, Rusia u Oriente Medio para reunirse con él, solo una tarde, con el fin de dar con un par de zapatos soñados. «Conversamos durante horas, o días, lo que él quiera. Le pregunto dónde y cómo los va a usar. Entonces hago dos hormas, con dos tipos de puntas. Luego fabrico dos modelos de prueba –que se tiran–, un tercer zapato –que se usa y se deshecha– y finalmente la horma con la forma definitiva. Aquí es cuando definimos la idea, el patrón». Como buen argentino, sabe comprender la psicología de sus clientes –entre los que se encuentran Jaime de Marichalar y Ferran Adrià–. «Mi trabajo consiste en entender qué significa sentirse guapo para cada hombre y cómo extrapolarlo al calzado». Tras esta conversación, comienza un lento proceso de entre 200 a 250 horas por cada par –anualmente produce entre 50 y 75 pares–, lo que justifica su precio, de 2.000 a 3.000 euros.
Antes de dedicarse al calzado, Norman era abogado. «Sabía que no sería un gran litigador, nunca me interesó entrar a matar en un juicio». En cambio, sí le atraía la idea del diseño en general; primero, los muebles; más tarde, la moda; hasta que tuvo un flechazo con los zapatos. «Con 31 años dejé el bufete en el que trabajaba en Argentina y me fui a Florencia. Allí me formé en el taller de Stefano Bermer, con el francés Stephan Giménez como maestro».
En 2004 llegó a Barcelona e instaló su taller en el antiguo local del zapatero ortopédico Cunillera. Cuando lo conoció, le dijo que por allí había estado una chica que hacía lo mismo que él, y que estaba formada en John Lobb. Entre risas recuerda que su primer pensamiento fue: «Debo matarla». Esa mujer no era otra que su actual pareja, Beatriz Delgado (zapatera y antigua modelo de pruebas de Sybilla), quien para entonces ya se encontraba en Mallorca. Un grifo hizo el resto. Beatriz recuerda: «Una amiga de Camper, donde colaboro, lo conoció y me dijo: “Mientras hablaba con él no podía dejar de pensar en ti”. Tuve que ir a Barcelona a por un grifo para esta casa y entré en su taller». Poco después Norman se instaló en la isla. «El gallinero lo transformamos en taller con material de reciclaje. Siento que con mis manos puedo hacer cualquier cosa».
Ahora prepara su colección de zapatos para mujer y su expansión a EE UU. «Bea hizo una tesis sobre el tacón femenino y la atracción de los hombres hacia él. La mayoría le respondió que lo que les fascina de las mujeres con tacón es que no pueden huir. Una actitud como de cazador y presa. En cambio, creo que el tacón es un elemento de poder para la mujer. Pronto haré stilettos con los que no solo caminarán, sino que volarán», concluye.
Germán Sáiz
«Traje de mi taller de Barcelona este modelo de papel del que crecen flores».
Germán Sáiz
Zapatos de pies de nenúfar japoneses.
Germán Sáiz
Sus herramientas.
Germán Sáiz
Cada cliente tiene su propia horma guardada con su nombre para próximos modelos.
Germán Sáiz
Armario de la cocina de su casa
Germán Sáiz
Sobre la piel «Contacté con un tatuador mallorquín para encontrar el método con el que grabar estas botas»
Germán Sáiz
«A cada uno de mis clientes les realizo un vídeo para que vean el proceso de elaboración de sus diseños».
Germán Sáiz
Chaise longue Barcelona
Germán Sáiz
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