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Ligero de equipaje

Javier Vallhonrat, el que fuera mejor fotógrafo de moda español, tiene en la montaña su ‘alter ego’ poético y reivindicativo.

‘En el arte, una idea solo es buena si lo es su forma’. «Son cosas que escribo», dice Javier Vallhonrat (Madrid, 1953) hojeando un cuaderno en su estudio, una cabaña de madera que ha construido con sus propias manos a un kilómetro del río Guadarrama. Ya nos avisó por teléfono: «Este espacio no tiene nada que ver con esos estudios en los que yo fotografiaba moda en París o en Londres. Ahora estoy realizando un viaje en dirección contraria y quiero estar ligero de equipaje». El encinar que guarda su casa, discreta, da fe de ello. Hay noches en las que él y su mujer escuchan a algún zorro o jabalí andurreando tras la verja. Por lo demás, se agradece el silencio. Y no parece casual que Walden, el clásico de la novela antisistema de Henry David Thoreau, esté sobre una mesa, cerca de sus lecturas («libros de arte, psicología y psicoterapia»), ni que nos cuente que a veces tiene sueños en los que imagina que camina con las pezuñas de un sarrio.

Desde hace años, los proyectos personales del Premio Nacional de Fotografía 1995, que acaba de recibir el Premio Enaire a la Trayectoria Artística, miran a la naturaleza como punto de inflexión artística. «La montaña y su potencia expresiva me atraparon. Te hace entender qué es imprescindible. Qué puedes cargar y cuántos pasos eres capaz de dar antes de decir no puedo más. Habla de límites».

La naturaleza y los entornos extremos marcan el interés de sus actuales proyectos, como Interacciones (2011-2015) o La senda y la trama (2014).
La naturaleza y los entornos extremos marcan el interés de sus actuales proyectos, como Interacciones (2011-2015) o La senda y la trama (2014).germán saiz

Los suyos, durante los últimos tres años, los ha marcado el glaciar de la Maladeta (valle de Benasque, Huesca), cuyo perímetro está recorriendo con la cámara para el proyecto La sombra incisa, que se expondrá en la próxima edición de PhotoEspaña. «La idea nació como un sueño: la obsesión por formar parte de la imagen». Y lo de ‘formar parte’ es radical. En la época del deshielo Vallhonrat mete cámara, tienda de campaña y papeles para hacer acuarelas en su mochila y sube hasta los 2.900 metros del glaciar para fotografiar el encuentro del hielo con la tierra: «No quiero ser un turista que llega y se va. Este trabajo requiere la experiencia de lo físico. Y yo necesito plantarme allí con mi tienda, permanecer, dormir junto al glaciar. Y, de paso, vivo la fantasía de que le hago compañía». No es romanticismo. Es «intencionalidad», zanja.

Pero, ¿por qué un glaciar? «Porque es un lugar poderosísimo y a la vez muy vulnerable que, para mí, es una expresión bella y dramática de cómo nos relacionamos con aquello a lo que pertenecemos. Yo recojo fragmentos del borde, porque es la huella de la desaparición de algo maravilloso. ¿Hasta qué punto somos responsables del cambio climático? Debemos responsabilizarnos. La naturaleza es una metáfora fabulosa del ser humano. Y el glaciar, con su aspecto trágico, te lleva a ver aquello que nos sobra».

Dibujo de sí mismo sobrevolando el glaciar.
Dibujo de sí mismo sobrevolando el glaciar.germán saiz

Libertad artística

De lo que implica quitarse lastre Vallhonrat sabe un rato. A pesar de ser el primer español que rompió los cánones de la fotografía de moda tratándola desde otras disciplinas como la pintura, nos pide, educadamente, que no incluyamos imágenes de estos trabajos que han hecho «tanta sombra» a sus proyectos de autor. «La moda solo se cruzó en mi camino», dice. Madrid ardía con la Movida, pero él no formó parte de ese movimiento. «La Movida estaba ligada a cambios vitales. Tenía poco que ver con la investigación artística. Y yo era demasiado elegante y esteta. Creo que Ceesepe también lo era a su manera. Juan Muñoz o Pepe Espaliú estaban en otro sitio». Entonces, de forma casual, Sybilla y Jesús del Pozo entraron en su vida. «Jesús era mi vecino. Me decía: ‘Javierito, que te subas’, y me mostraba telas. Tenía algo de arquitecto y escultor. Yo flipaba. Me daba prendas y me decía: ‘¡Sorpréndeme!’. Sybilla era una elfa misteriosa con una visión… Oh».

Vallhonrat empezó a colaborar con ellos y, en apenas tres años, trabajaba para los tres Vogues más importantes del mundo. «Fue acojonante. Ningún fotógrafo había conseguido eso. Pero esto sucedió a la vez que yo desarrollaba mis proyectos personales. No hacía moda y luego lo dejé. Siempre he hecho mi trabajo de investigación». Disparó la primera campaña de John Galliano: «Él acababa de salir de una escuela de diseño. Tenía una parte muy de artista y otra, que es la que le ha ido contaminando, que estaba muy relacionada con la representación teatral, y eso me interesaba menos. Solo Balenciaga poseía para mí una forma de concebir la elegancia como algo más allá de la representación ante los demás. Sus creaciones eran de otro mundo».

En medio de ese espectáculo fashion, Vallhonrat se sentía un «marciano total», con su carácter hippy y su atuendo del Rastro. Pero se bajó del carro. «Mi agente en París insistió en que me comprara un apartamento allí y le dije: ‘No tío, yo voy a tener mi maleta en el armario del hotel porque no vivo aquí, no pertenezco a este mundo. Así que hice mi trabajo. Y, cuidado, lo hice con la mayor exigencia del mundo. Pero salvo los primeros años que experimenté mucho, dejó de motivarme, porque además de darme pasta, que me podía haber forrado, no me aportaba apenas nada».

Imagen de su proyecto en entornos extremos.
Imagen de su proyecto en entornos extremos.germán saiz

La llegada de las top models influyó en su decisión. «Igual que en mis trabajos personales lo que me interesa es la mezcla de intensidad, vulnerabilidad y fuerza, para mí las modelos debían tener esa mezcla. Por eso fotografiaba a mujeres que a muchos les parecían extrañas, raras o feas: Dovanna Pagowski, Ann Duong… Pero de repente, fotografiar a Linda Evangelista era lo más importante. Ella te elegía, y a mí no me ponía para nada lo que representaba su físico. Yo siempre busqué la foto. Solo me importaba la imagen. De las personas, me atrae que sean capaces de mostrarse vulnerables. Por eso con las top models todo cambió». Se hartó de la figura humana. «Como artista, no es una necesidad. No he encontrado una manera digna de representarla».

No busca estar de moda. «Llevo ocho años trabajando en un glaciar sin pensar si le va a gustar a alguien o no; porque a quien le tiene que gustar es a mí. Por suerte, mi labor docente me da libertad. Me gustaría que mis obras toquen, pero no voy a alterarlas para que lo hagan. Hoy se premia lo espectacular. Y lo espectacular consiste en buscar el elemento insólito. Las fotos del Perito Moreno derrumbándose lo son. Esto que yo hago no sé si lo es. Yo intento aportar un trabajo con la suficiente fuerza expresiva para que el público se quiera parar y observar. Asomarse a una alternativa que le ponga en relación con lo vivo, no con esa cueva de Alí Babá llamada tecnología. Yo no tengo Facebook, me la pela. Ni Instagram, ni Twitter. Por algo los tíos más despiertos de Silicon Valley están diciendo ‘Ey, ey; esto se nos va de las manos’. Hemos creado un monstruo».

¿Artista, pues, o fotógrafo? «Me veo como un artista que ha elegido la fotografía como su medio. Un medio privilegiado porque hago vídeo, dibujo, acuarelas…». Le emociona «infinitamente» exponer su trabajo en el Museo del Prado por el bicentenario. «Mucho antes de estudiar Bellas Artes, recuerdo el impacto que me produjeron algunas obras de Fra Angélico, Van der Weyden o Velázquez. Nunca miraré una montaña sin pensar en los azules de Patinir».

A la Maladeta, lo llevó la fascinación que le produjo la primera foto realizada allí en 1853 por Joseph Vigier.
A la Maladeta, lo llevó la fascinación que le produjo la primera foto realizada allí en 1853 por Joseph Vigier.germán saiz

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