Estilo en las urnas
Pocas se atreven a innovar en el estricto vestuario parlamentario, pero las que lo hacen se vuelven adictas a las grandes marcas. No dejan indiferente: los blogs las proclaman iconos de moda y las revistas las quieren de portada.
El día que Angela Merkel soltó un discurso en defensa del euro en el Bundestag, su foto dio la vuelta al mundo, pero no por su contenido, sino por el nada discreto complemento que aderezó tan magno acontecimiento: un bolso naranja de Longchamp. ¿Qué nos quiere decir?, se preguntaba el mundo sin saber que ella, extraoficialmente, lo había aclarado cuando lo estrenó unos meses antes: «Es primavera y a todos nos gusta un poco de color en esta época del año».
Pero la casualidad nunca ha formado parte de la política. Todo un equipo de asesores trabaja para que la imagen acompañe al mensaje sin empañarlo, lo que obliga muchas veces a pecar de moderación. Pocas han sido las mujeres que, como las ministras de Zapatero, se han atrevido a hacer un guiño. Es el caso de Jeannette Bougrab, secretaria de Estado para la juventud del Gobierno de Sarkozy, quien no abandona los tacones de firma ni los modelos de Yves Saint Laurent. No por nada en Francia ya se la conoce como la nueva Rachida Dati, exministra de Justicia y actual eurodiputada, confesa enamorada de Dior, Prada y Dolce & Gabbana.
Que la imagen transmite ideas también lo sabe la socialdemócrata Helle Thorning-Schmidt, primera ministra danesa. Desde antes de llegar al poder tuvo que acostumbrarse al apodo de Gucci-Helle, por su afición a los bolsos de la casa italiana. «La lucha de clases acabó hace tiempo», es su defensa.
Josefina Vázquez Mota, candidata a la presidencia de México, que rara vez abandona los looks totales de Adolfo Dominguez y Carolina Herrera, sufre el mismo problema. ¿Cuál es la solución? Theresa May, ministra de Interior británica, tiene su respuesta. Conservadora de fondo e innovadora de forma, a sus 55 años ha hecho del «más es más» su marca. Su disposición a experimentar con colores y texturas la ha llevado a ser considerada la Vivienne Westwood de la política.
En ocasiones el buen gusto es herencia de etapas anteriores. Mara Carfagna, exministra de Igualdad de Berlusconi y diputada del PDL, había posado para revistas; y Ruby Dhalla, primera mujer de origen indio en el Parlamento de Canadá, fue miss antes que parlamentaria, por cierto, siempre en defensa de los diseñadores patrios.
A otras, en cambio, la moda las llamó una vez en el poder. Julia Gillard, primera ministra de Australia, rechazó la propuesta de posar en biquini para una revista, después de haber sido elegida una de las australianas más sexies del año. No fue el caso de Alina Kabaeva, ex gimnasta rítmica y miembro de la Duma rusa, a la que mucho tiempo se relacionó con Putin. Ajena a los rumores, protagonizó la portada de enero de 2011 de Vogue Rusia, vestida con un Balmain dorado.
En nuestro país persiste el miedo a destacar. Solo Cayetana Álvarez de Toledo, diputada del PP, y María Pilar Alegría Continente, diputada del PSOE, lucen un estilo que se aparta discretamente de lo predominante en el Congreso. ¿Será que hay que esperar a salir de allí para atreverse a hacer un María Teresa Fernández de la Vega?
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