Entrevista surrealista a Barack Obama, por Joaquín Reyes
El 44º presidente de EE UU no necesita mucha cuerda para soltar entero el discurso del Estado de… sus naciones.
Presidente Obama.
Ése soy yo. Ahora mismo me estoy mirando en un espejo y no puedo evitar pensar que soy un presidente cojonudo. ¡Qué cara! ¡Qué gesto! ¿Qué carajo es esto? ¡Cómo me mola ser presidente, copón! Además, se me da realmente bien, aunque tiene su cosa, ¿sabes? Porque ser presidente no es solo ponerse un traje, una corbata y saludar a una multitud enfervorecida; consiste también en solucionar grandes marrones globales. Porque lo otro es muy fácil, lo otro es un ji, ji y un jo, jo… Pero lo que realmente me gusta es resolver conflictos, conflictos muy tochos. Me levanto por las mañanas y me pregunto: «¿Con qué te vas a meter hoy, Obama? ¿Qué gran movida vas a solventar?». Yo es que al mundo lo quiero como si lo hubiera parido y todo lo que pasa en él me importa. El otro día estaba mirando una lámpara que tienen mis chiquillas en su habitación, que es un globo terráqueo, y reparé en un país diminuto, Surinam. Y pensé en sus habitantes, en cómo estarían, en si necesitarían algo… y me rayé mogollón. Llamé a un secretario de los muchos que tengo y le dije: «¡Me cago en la leche! Ocúpate de Surinam, que a esa gente no les falte de ná». Y me puse a llorar al darme cuenta de lo buena persona que soy y de lo mucho que me van a echar de menos cuando me vaya. Porque es una putada, con perdón, que no pueda volver a presentarme one more time. ¿Qué les costaría darme una bola extra? En fin… Pero aún me queda mandato y lo pienso aprovechar a tope. Ahora, por ejemplo, estoy en un país africano precioso en esta época del año, donde por cierto lo han flipado conmigo, y además de estar repartiendo buen rollo a diestro y siniestro, les voy a dar un discurso que se van a quedar con el culo torcío.
Gracias, presidente Obama.
De res.
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