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En la piel de Elena Benarroch

Tres décadas de éxitos, algunos fracasos, grandes amigos y reinvenciones están grabadas en la historia del vestidor de la peletera española más conocida.

ELENA BENARROCH

Hilos, rollos con tejidos estampados y cajas de botones componen el recuerdo que Elena Benarroch tiene de la mercería que su abuela regentaba en Melilla en los años 50. «Era el paraíso. Me identifico mucho con ella, con su pasión por la gastronomía y, sobre todo, con esta profesión de tendera». La genética también ha influido a la hora de escoger la amplitud de su propia cocina, lugar que ha acogido cenas de hasta 100 invitados, entre los que se suelen encontrar Pedro Almodóvar, Bibiana Fernández, Felipe González, Miguel Boyer, Juan Gatti o Miguel Bosé –el cantante le regaló sus dos mastines, a los que bautizó como Miguel y Bosita–. 

La peletera nació en Tánger, pero a los cinco años su familia se mudó a Madrid, donde su padre abrió una farmacia. «Aquí descubrí la televisión. Veía películas protagonizadas por Katherine Hepburn, Ava Gardner o Sofia Loren, mujeres con mucha personalidad». Unas actrices de rasgos distintos y fuerte carácter. «Nada que ver con el Hollywood de hoy, donde todas quieren ser idénticas y eternamente jóvenes». Entonces la moda no le interesaba, fantaseaba con la idea de ser doctora «por saber porqué ocurren determinadas cosas en el cuerpo y cómo curarlas», pero la vida la llevó por otro camino, el del contacto con otra piel.

En los años 60 descubrió París, cogida de la mano de su madre que era «gran amante de la moda». La pequeña Elena se quedaba embelesada frente a los escaparates de Chanel, Dior o Hermès. «Tengo dos bolsos Birkin, uno lo heredé de mi madre. Es el bolso perfecto. El otro lo compré en un aeropuerto, no recuerdo cuál. Me lo llevé sin necesidad de esa lista de espera que se supone que hace la gente para llegar a tener uno». Cuando revisa su pasado ladea la vista, buscando entre los archivos de la memoria, con la mirada y la piel limpia de maquillaje. «Me encuentro peor si me pinto, me aburre. Hay una edad en la que es mejor no maquillarse y no me dejo las canas porque todo el mundo me dice que no lo haga», afirma. «Acepto mi edad, mis 56 años, y prefiero que el rostro y el cuerpo cuenten su historia», dice con gesto negativo ante la obsesión por la cirugía plástica. «No la quiero para mí, pero cada uno que haga lo que quiera», asegura mientras acaricia un enorme ámbar que lleva colgado y que le regaló Felipe González. «Es antiquísima y es la primera que hizo para mi tienda. A él le apasiona tallar cosas, y vi la posibilidad de convertirlas en piezas para lucir como accesorios». Pero no quiere que hablen de ella como la descubridora del talento del expresidente como joyero. «A él no le gusta que se le llame así, porque no lo es. Trabaja materias primas, crea volúmenes. Son esculturas, no joyas. Cuando hablamos, le doy consejos sobre cómo combinar las piedras, qué cordón utilizar, poco más. Todo el mérito es suyo». 

Luce un vestido negro de punto de Martin Margiela, que tiene desde hace cinco años. «Compré cuatro iguales. Es el vestido ideal, ligero, suave y cómodo». Este color es el que predomina en su armario, con pequeñas licencias al blanco para el verano. «Mi vestidor es simplísimo. Las piezas más sencillas son las más difíciles de conseguir». Sus propios diseños conquistan sus perchas y conviven con creaciones de Jil Sander, Lanvin, Margiela y Azzedine Alaïa; además de sus visones rasados, que considera una inversión. «Es mi trabajo más caro, 15.000 euros, pero hay pocas prendas que duren décadas impecables». Todos estos vestidos pertenecen a su última etapa como propietaria de un espacio multimarca en la calle Lagasca, que ha vendido recientemente. Allí se vestían Ana Belén, Isabel Preysler o Sonsoles Espinosa, la esposa de José Luis Rodríguez Zapatero. «Tiene un cuerpo espectacular, me gustan los físicos andróginos. Ella es alta, esbelta y disciplinada, por lo que es muy fácil vestirla», comenta sobre la mujer del presidente. También tenía clientes masculinos como Antonio Banderas, quien «compró un chaquetón para regalárselo a Pedro Almodóvar tras el rodaje de la Piel que habito, quiso hacerle un guiño al título de la película».  

Elena y las maletas.

Durante 30 años no se ha separado de su equipaje. En París y Milán descubrió firmas que importar por primera vez a España. «En este tiempo me he relacionado con muchísimos diseñadores. Pero con los que tuve más trato son los que perduran en mi vestidor». Con Azzedine Alaïa tuvo particular química. «Somos muy parecidos. Después de ver las colecciones en su taller, comía en la cocina de su casa, donde un tunecino maravilloso nos preparaba un cuscús fantástico». De las compras que le hizo al creador conserva una túnica negra con cruces latinas. «Bromeábamos sobre ella. Me decía que él es moro y yo judía y que esta era nuestra prenda más multicultural». Pero el nombre que aparece como una constante en sus tres décadas como empresaria es el del zapatero Walter Steiger. «Uno de sus diseños fue mi primera inversión en el mundo de la moda, eran negros con un tacón muy original».

En 1979 inauguró su primera tienda madrileña en Monte Esquinza, dos años después creó con Steiger una boutique en Zurbarán 16, dirección donde tuvo su primer taller y a la que ha regresado tras su última mudanza desde la calle Lagasca. «He vivido numerosos traslados y cambios, siempre adaptándome a los tiempos». En 1986 abrió una boutique en la avenida Madison de Nueva York. «Por allí se pasaban Dustin Hoffman, Sigourney Weaver, Melanie Griffith… Hasta Vogue USA nos dedicó una portada en 1989 para celebrar nuestro décimo aniversario». Por las noches se reunía con su amiga Barbara Probst Solomon, quien le presentó a Arthur Miller. Compró la casa de las 11 chimeneas de Andy Warhol y vivía a caballo entre las dos capitales. «Entonces llegó la crisis del 92 y lo vendimos todo». Ahora se reinventa y se adapta a esta nueva situación. «Me apetecen otras cosas. Vuelvo a ser una tienda monomarca, preparo la venta online y una línea de piezas de cachemir de la que se encargará mi hija. Como accesorios tengo una vitrina con las joyas-escultura de mi marido, pronto las de Felipe. También planeo hacer una nueva colaboración con Walter Steiger. Pero, poco a poco. Es momento de agudizar el ingenio; no sé si lo tengo, pero aquí sigo».

Ximena Garrigues y Sergio Moya / Estilismo: Francesca Rinciari

Ximena Garrigues y Sergio Moya / Estilismo: Francesca Rinciari

Ximena Garrigues y Sergio Moya / Estilismo: Francesca Rinciari

Ximena Garrigues y Sergio Moya / Estilismo: Francesca Rinciari

Ximena Garrigues y Sergio Moya / Estilismo: Francesca Rinciari

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