Del horror vacui caótico al minismalismo absoluto: así son los inspiradores estudios de cuatro artistas contemporáneas
¿Qué esconde el estudio de un artista? Puede ser un rincón para crear y abstraerse, pero también servir como oficina y punto de encuentro. Un templo o un taller. Ana Barriga, Teresa J. Cuevas, Roberta Lobeira y Elena Alonso nos explican cómo influyen en su forma trabajar y de entender el arte.
Ana Barriga: “Voy a mercadillos, acumulo objetos, como la golondrina que está montando el nido”
En el estudio de Ana Barriga (Jerez, 37 años) suena la salsa de Óscar d’León en un radiocasete con neones apoyado sobre el suelo, entre platos con mezclas de colores, pinceles y trapos. En las paredes de la bajera, lienzos con bocetos de su pintura, figurativa y colorida. “Lo mío es un Diógenes creativo”, dice entre risas, “voy a mercadillos, acumulo objetos, como la golondrina que está montando el nido”. Creció en Cuartillos, una pedanía jerezana, con 16 años dejó el instituto para trabajar en un bar y a los 18 se lanzó a estudiar ebanistería en Cádiz. “Fue la primera vez que me vi con capacidades óptimas para hacer algo”, dice. Se apuntó a un módulo de escultura, estudió diseño de muebles, y con 25 años entró en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla. Allí descubrió la pintura, y eso cambió su vida por completo. “Vi que era un agujero negro maravilloso. Ahora ocupa todo mi tiempo”, expresa con entusiasmo en la pequeña cocina de su estudio en el barrio madrileño de La Elipa. Asegura que es menos impresionante que su refugio de Jerez, donde quiere comenzar este año un programa de residencias para artistas. Autofinanciado, como la beca de un mes que da a emergentes, sufragada con la venta de una de sus obras.
Porque para Barriga el apoyo entre creadores resulta fundamental. Ella misma, reconoce, aprendió muchísimo visitando en sus inicios los lugares de trabajo de otros compañeros: “Ves la personalidad del artista, cómo baila con el arte. Cuando estudiaba en Sevilla pedía visitar esos espacios. Los pintores te contaban sus secretos, te decían sus recetas, se trasladaba el conocimiento de generación en generación, algo muy altruista, que se hace por creencia”. Absorbió enseñanzas, ha ganado premios como Generaciones 2019 o BMW de Pintura 2021. Hoy su agenda está a tope. En el altillo del local sus dos asistentes gestionan envíos y compromisos; en febrero participa en la feria Urvanity, en primavera tendrá una exposición individual en Dubái, en octubre otra en Shanghái. Y a por el próximo reto: “Ayer era un sueño y hoy una realidad, a ver quién pone la locura más grande en la mesa. No es cuestión de ambición, la vida me ha regalado esto y quiero compartirlo”.
Elena Alonso: “He ido depurando fórmulas aprendidas, es una búsqueda de honestidad”
Mientras prepara las piezas para ARCO, Elena Alonso (Madrid, 40 años) ya está pensando en lo siguiente. En mayo tendrá una individual en Espacio Valverde, su galería madrileña, y con Fabian Lang, su galería en Zúrich, acaba de estar presente en la feria mexicana Zonamaco. En su estudio se ven trabajos de hace años y nuevos proyectos, ilustraciones y esculturas, maquetas y elementos llamados a formar parte de sus obras. “Cómo sea tu estudio marca el ritmo, los formatos. El mío tiene el aspecto de un taller casi artesanal, con pruebas, retales, sobras. Me gusta implicarme totalmente en los trabajos, meter las manos en todo”, explica sentada fuera de la cabaña de madera de Aravaca (Madrid), donde trabaja desde hace una década. Cada día deja el centro de la ciudad para aislarse en este espacio de las afueras, rodeado de naturaleza. “Venir aquí es una desconexión total, disfruto de esa especie de retiro. El momento de concentración en el estudio para mí muchas veces es casi como una meditación”, asegura.
Iba para bióloga, pero cambió la carrera por Bellas Artes. “Fue intuitivo, las ciencias me han gustado siempre muchísimo, pero tenía un sentimiento extraño de no pertenencia a ese mundo”, indica. En el del arte ha tenido que ir definiendo su propio camino: estudió en Estocolmo y Helsinki, donde descubrió otras formas de enfrentarse a la creación, a golpe de taller y práctica; mereció premios como Generaciones 2013, ARCO Comunidad de Madrid 2018, Cultura de la Comunidad de Madrid de 2018 o Cervezas Alhambra de Arte Emergente 2019. “En el currículo artístico tienen mucho peso los premios y las becas, implican que ciertas obras puedan entrar en colecciones importantes, pero no creo que sea cien por cien necesario pasar por eso para tener una trayectoria exitosa”, reflexiona. Sostiene que su evolución ha tenido mucho que ver con olvidar lo aprendido para encontrar un lenguaje personal: “En Bellas Artes te empiezan a enseñar una serie de fórmulas, de estrategias, de métodos… Y hasta el día de hoy, y procuro hacerlo toda la vida, he ido depurando fórmulas aprendidas de otros que para ti no valen, es una búsqueda de la honestidad en la práctica”. Los materiales son la base de la que parte cuando se enfrenta a un proyecto, que a veces toma forma de pintura, y otras de instalación o de escultura. “Para mí las obras comunican muchísimo a nivel material, no solo a nivel formal o de las ideas que quiera tratar”, recalca. Uno de los últimos ejemplos de esa preocupación por los materiales es el refugio de murciélagos que creó el año pasado para el CA2M de Móstoles, inspirado en las tejas de la ciudad. Con esa pieza volvió a sus inicios, a la biología, para desaprender, repensar y expresarse mezclando mundos.
Roberta Lobeira: “Que tu obra salga en una serie da visibilidad, se interesan más”
Entrar en la vivienda madrileña de Roberta Lobeira (Monterrey, México, 42 años) es como poner el pie en una galería: un cuadro de Fernando de Ana y una escultura de Tania Font conviven con obras de aires surrealistas de artistas mexicanos, una pared llena de cabases metálicos vintage con imágenes de E. T., He-Man o Scooby-Doo y pinturas de la propia Lobeira, entre ellas un lienzo gigante con la figura de Pinocho. “En el colegio me pasaba el tiempo dibujando caricaturas, soñaba con inventar un personaje tipo Disney, me imaginaba que los muñecos hablaban, compraba cómics…”, repasa. Aunque en su familia nadie se dedicaba al arte, sintió muy pronto su llamada: “Con cinco años me metieron a clases de pintura y no me salí hasta que me fui a la New York Academy of Arts cuando tenía 27”. No olvida su primera venta, a los 11 años. “Mi mamá tenía una florería en casa y se lo vendí a una señora que vino a comprar flores, por 2.000 pesos, unos 80 euros ahora. Un buen capital, fue lo máximo”, evoca.
Ella también prefiere tener el trabajo en casa. Su estudio —por el que se pasea a sus anchas su perra, Antonia— ocupa uno de los cuartos del piso que tiene en el área de los grandes museos de Madrid, ciudad en la que se instaló hace solo un par de años, “un mes antes de la pandemia”, concreta, tras vivir en San Diego y Ciudad de México. En ese momento sus cuadros ya tenían una proyección sin fronteras, la que le dio el haber creado el retrato de la familia De la Mora de la serie de Netflix La casa de las flores, estrenada en 2018. “Que tu obra salga en una serie da visibilidad, se interesan más”, admite la pintora, que el pasado noviembre participó por primera vez en Estampa, de la mano de la galería Reiners Contemporary Art, y confía en exponer algún día en ARCO su obra colorida y figurativa. Surrealismo, fotografía y moda —“me gusta pintar las telas, el movimiento, prendas de Dior, Gucci, Alexander McQueen o Tom Ford”— son sus inspiraciones. “Hago un revoltujero entre lo caricaturesco y lo hiperrealista”, explica mientras precisa cómo trabaja en su estudio, con la tableta junto al caballete: compone y analiza colores de forma digital y luego traduce esos montajes al lienzo. Así empieza todo.
Teresa J. Cuevas: “Quería ser gemóloga, ahí nació mi pasión por materia y textura”
“Hace unos meses este estudio estaba en bruto. El pasado mayo empecé la obra, quería lograr un equilibrio de volúmenes y espacios”, explica reflexiva Teresa J. Cuevas (Madrid, 34 años) en la parte superior de su bajo con dos alturas de la zona de reciente construcción de Arroyofresno, al norte de Madrid. “Lo elegí porque está cerca de casa y eso da calidad de vida”, sostiene esta arquitecta de formación que ha incorporado a su recinto lo asimilado durante casi cinco años de trabajo en firmas arquitectónicas de Corea del Sur. “Con Jinnie Seo aprendí a llevar la poesía a la construcción, a plantear un concepto sumamente abstracto, ver lo ínfimos que somos ante lo que nos rodea, no imitar, sino trasladar el sentimiento a lo material”, resume. Líneas depuradas, grandes ventanales —“el sol acompaña mi horario, mi forma de trabajar”— , pomos creados con piedras y un blanco omnipresente conforman un taller que “tiene dos caras: es un templo, despejado del ruido exterior, y también un punto de encuentro abierto a que colaboren otros artistas y surjan conversaciones inspiradoras”. Cuando en 2015 volvió de Asia a España comenzó a trabajar como arquitecta en la Fundación Juan March. Allí se sumergió en la museografía, participó en exposiciones como la dedicada a William Morris y el movimiento Arts & Crafts. “Nunca imaginé que podría vivir del arte ni ser artista. Empecé vendiendo a familiares y amigos, haciendo exposiciones”, señala. Figuras conocidas como la periodista Isabel Jiménez han adquirido sus piezas, y las redes sociales —en Instagram suma 39.400 seguidores— la han ayudado a darse a conocer. Ella sigue explorando (su próxima aventura serán los NFT) y a la vez continúa fiel a la pulsión que la movió en sus inicios: la naturaleza está presente en su obra, abstracta y matérica. “De pequeña vivía en San Agustín del Guadalix y me pasaba el día en el río, en el campo, cogiendo piedras y partiéndolas, cuarzo, mica, feldespato…”, recuerda, “quería ser gemóloga, ahí nació mi pasión por la materia y la textura”.
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