Castilla-La Mancha: miles de pasos a un solo paso
Con los cinco sentidos puestos en ella, Castilla-La Mancha nos invita a redescubrir su diversidad y a que reconectemos con los orígenes, demostrando que lo bueno, si cercano, dos veces bueno.
Celebremos los reencuentros en esos lugares que siempre han estado ahí y si sacamos la bandera del carpe diem, que nos coja cerca de casa, en esos destinos acogedores y de proximidad con los que siempre acertamos. Allí donde el sosiego se funde en un mismo plano con la naturaleza y donde la luz acaricia todos los rincones del paisaje, casi extendiendo un bálsamo sobre nuestro corazón.
Un elogio de la ruralidad y sus destinos donde acertar y acercar son casi sinónimos, que encuentran en las comarcas de Castilla-La Mancha el perfecto idilio del verano con una salvedad: este no ha nacido para ser olvidado. Un escenario amplio en el que lo natural, lo cultural y lo histórico se replican de pueblo a pueblo. Solo falta quién lo protagonice: tú.
Volver al pasado, retomar los orígenes y sentirse como en casa, donde el tiempo marque una cadencia calmada y donde dejar que los sentidos se explayen, disfrutando con deleite cada minuto. Desde el sur de Albacete y el Valle de Alcudia de Ciudad Real, indagando en las huellas quijotescas, hasta llegar a la planicie casi infinita toledana, pasando, por supuesto, por el carácter serrano del norte guadalajareño o el vigor de la Sierra de Cuenca, Castilla La-Mancha enarbola la bandera del terruño como piedra de toque, como lugar común e indeleble al que siempre volver.
Se mezclan así el placer de lo sencillo en entornos naturales de espectacular belleza, que bendicen su cocina con la humildad de sus ingredientes, responsables de una tierra de sabor donde la tradición y el mimo se funden en las mismas cazuelas. Fiel al lema ‘Ancha es Castilla’, toda la comunidad es un despliegue de encantos rurales donde la calidad y la diversidad forman parte de un encanto que toca todos los palos.
Destino para el que busca el reencuentro ecológico, para el que quiere conocer entre copas el mayor viñedo de Europa, o para los que nunca quieren dejar de lado una tierra donde la historia y la cultura se reivindican a casa paso. De los parques nacionales donde la fauna y la flora encuentran hogar, como Cabañeros o las Tablas de Daimiel, cuya riqueza paisajística se aproxima al síndrome de Stendhal en cada minuto que pasamos en ellos. Del bosque mediterráneo al gran referente de La Mancha Húmeda, donde las Tablas desvelan tales encantos que la hacen valedora de ser Reserva de la Biosfera por la UNESCO.
Una auténtica cascada, casi literal, de placeres que disfrutar en calma o con turismo activo, que también nos llama con el murmullo del agua desde las Lagunas de Ruidera, un oasis de aguas turquesas circundadas de gargantas, donde la naturaleza se yergue, casi impasible, como en la Cueva de Montesinos en Ossa de Montiel. Miles de años fraguan así una panorámica única y diversa que incluso presume de las herencias volcánicas de Campo de Calatrava, una tierra donde patrimonio, buena mesa y paisajes modelados por el tiempo, el mejor escultor, conquistan irremediablemente al que aquí llega.
Sobre este manto la vida sigue abriéndose camino, poniendo lo rural bajo el foco, y también a aquellos que ejercen de ancla para que las tradiciones se perpetúen. Es el caso del Valle de Alcudia, en el sur de Ciudad Real, donde el recuerdo de la trashumancia entre encinas se mimetiza con vestigios romanos como la ciudad de Sisapo, cerca de La Bienvenida, atrapando así a un viajero que se siente como en casa.
Se consolida así el despliegue de encantos castellanomanchegos que hacen inolvidable cualquier estancia, como en la Serranía de Cuenca, madre de algunos de los ríos más importantes de la comunidad, y donde sus lagunas y fuentes brotan para colmar de vida sus tierras. Desde el nacimiento del río Cuervo y el Júcar a las hoces de Beteta, las lagunas de Uña o la hoz de Tragavivos, el agua se encarga de tallar cada centímetro de recorridos tan impresionantes como bellos. Perfectos también para que las noches manchegas cuajadas de estrellas se conviertan en el telón de fondo ideal para cerrar el día.
Así, salpicada de montes, montañas y cerros, el norte de Guadalajara también encandila con el agua y con sus agrestes paisajes, donde el pinar se convierte en el gran habitante de la zona, sirviendo de abrigo natural a un mundo rural como la Sierra de Ayllón o el Parque Natural del Alto Tajo, en los que la arquitectura popular nos hace viajar en el tiempo en pueblos como Almiruete, Majaelrayo, Taravilla o Zaorejas. Y donde los campos de lavanda tiñen de encanto en verano localidades como Brihuega.
La Alcarria, salpicada de ciudades monumentales y pequeños pueblos, nos seduce con un maestro de ceremonias excepcional, el premio Nobel Camilo José Cela, que en su famoso Viaje a la Alcarria nos evoca desde las letras un paraíso al que la literatura aún no ha podido emular.
Cuajada de viña, de olivo y de trigo, la trilogía mediterránea se extiende como un mar tricolor por las planicies de Castilla-La Mancha, rompiendo los molinos la simetría de un paisaje que nos es familiar: Campo de Criptana, Mota del Cuervo, El Toboso, Tomelloso… un recorrido marcado por la pluma de Cervantes y al que siempre apetece regresar.
Un alegato a favor de una herencia y un origen que tiene en la naturaleza su razón de ser cuando nos trasladamos a los Montes de Toledo o a la comarca de la Jara, donde la encina y el roble ejercen de guardianes protectores de su abundante fauna y de sus pequeños pueblos, como Los Navalucillos, Orgaz o Los Yébenes, donde la identidad rural se plasma en pequeños núcleos rurales que se extienden hasta la Sierra de San Vicente, lindante con Gredos, y donde el granito, los pinares y castañares también escriben sus páginas de historia en gris y verde.
Un paraíso próximo, seguro y acogedor, alejado de las masificaciones, que siempre se cubre de esa pátina de lo desconocido -o de las ganas de volverlo a conocer- para demostrar que Castilla-La Mancha tiene un abanico de encantos que hace que nuestros pasos, aún volviendo una y otra vez, siempre nos deslumbre como si fuera siempre la primera.
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