«Antes solía tener veinte años, pero ahora todo lo contrario”: la historia de Feria, las cronistas de la Barcelona ‘indie’ que prefirieron no triunfar
Huyeron de la fama, pero las canciones del grupo formado por Marta, Helena y Elisa, repletas de ironía, feminismo y vivencias personales, todavía retumban en los oídos de sus oyentes.
En el mundo del pop todas las leyendas comienzan con un concierto. En este caso, el que las Chicks On Speed dieron en Barcelona en 2001. Sobre el escenario, aquellas pioneras del electroclash, obsesionadas con que “la música tiene que ser tan buena como la idea que hay detrás” y, entre el público, un grupo de amigas y amigos que ya habían participado en la composición y producción de un éxito —una gamberrada— que se escuchaba tanto en los pocos rincones —bares y emisoras— dedicados entonces al hip-hop como en zapaterías y talleres de toda España. Viendo a las Chicks estaban Marta, Helena y Elisa, tres cuartas partes de Les Biscuits Salés; estaba también Genís, fundador y mitad tanto del sello Austrohúngaro como de los grupos Astrud e Hidrogennese. Y, claro, como recuerda el propio Genís, en algún momento de aquel concierto, una de las tres amigas pensó que “eso” (música a su manera, sin instrumentos o con instrumentos inverosímiles) también lo podían hacer ellas.
No iba desencaminada. Les Biscuits Salés habían lanzado un single, Ese pedazo de onda (1999), que, gracias a una buena base rítmica y a una letra ingeniosa y descarada, llamó la atención del público y de la crítica. Fue casi una sorpresa, porque, según Elisa, aquello solo iba “de pasarlo bien”. Pero, para ellas y para su entorno, pasarlo bien en aquella Barcelona dominada por el techno y el diseño consistía en ir a la contra (“cuando acababan nuestras fiestas y ponían techno salíamos corriendo”, cuenta Elisa) y, sobre todo, en hacer lo que nadie más hacía: fanzines, recopilatorios de canciones y, llegado el momento, álbumes. “Nos molestaba casi todo, lo normal cuando eres adolescente”, recuerda Araceli, y añade: “Ahora hay un revival de cosas horribles de entonces, tanto de pop español como de todo tipo de música, incluso de ropa, y la gente cree que porque han pasado veinte años molan, pero entonces ya eran una mierda y ya nos parecían fatal.” Genís, alguien que ha sabido crear un universo estético y musical a su alrededor, lo explica así: “Estar a la contra, sin mezclarnos con los demás, era muy importante. Durante el Sónar, nosotros hacíamos el Sonajero, donde el DJ era lo de menos y tenía que haber conciertos. Eso nos obligaba a formar grupos.”
Así que tenemos a tres amigas (Araceli, esa cuarta pata de las Biscuits se había trasladado a Madrid) con algo de experiencia, mucho de lo que quejarse y ganas de hacer música; y a Genís Segarra, Manolo Martínez (Astrud) y Carlos Ballesteros (Hidrogenesse) deseando producirlas e incorporarlas al catálogo de Austrohúngaro, el sello que acababan de crear y que se estaba convirtiendo en un secreto a voces gracias a grupos como Chico y Chica o al recopilatorio Lujo & Miseria. Todo esto en una ciudad que, como recuerda la escritora Llucía Ramis, autora de Cosas que te pasan en Barcelona cuando tienes 30 años, no destacaba por la variedad de su vida nocturna. Llucía, también estudiante durante aquellos años, compartió ambiente con nuestras protagonistas y su descripción de aquella atmósfera demuestra que no exageraban:
“Bares de diseño, tiendas de diseño, drogas de diseño, y en el club Nitsa del Apolo, música electrónica sin letra ni nada que decir. Un ritmo repetitivo y monótono que acentuaba los graves e hipnotizaba a la gente de la pista. Ellos iban con jerséis tres tallas pequeños que les dejaban el ombligo al aire, se apartaban el flequillo con un tic. Ellas se hacían dos coletas, cargaban con una mochila minúscula a la espalda, y bebían agua sin parar.”
Aquel mundo, bandas de tontipop incluidas (Elisa tuvo una experiencia no del todo buena cuando formó parte, brevemente, de Los Fresones Rebeldes), ya fue retratado en Ese pedazo de onda —“esos enanos, esos cutres, con sus camisetas cutres con sus pantalones cutres, con esa pinta, con gafas y sin gafas (…) ¿te haces pajas pensando en alguien que se disfraza de Heidi?”—; pero el ingenio de aquellas tres amigas daba para mucho más.
“En esa época las veíamos muy a menudo. —cuentan Genís y Carlos desde Austrohúngaro— Nos dijeron que iban a llamarse Feria. Quedábamos con ellas mientras decidían qué canciones querían hacer, los títulos, las frases, las ideas musicales… Se tomaba nota de todo y luego nosotros pensábamos cómo darle forma y les proponíamos cosas.”
Ese proceso duró cinco años y resultó en un CD con trece canciones. “Las hacíamos de manera muy casual —explica Elisa—, hablando entre nosotras, y eso se refleja en las letras. Algunas, como Cabeza Negra recogen cosas que nos han dicho”. Quizá, gracias a esa espontaneidad, las trece canciones suenan actuales, tanto, que sus letras han acabado funcionando como un código —un “ecolecto”, según los lingüistas— que sus fans siguen usando para comunicarse. En las canciones de Feria es posible encontrar una cita ingeniosa para cada ocasión, y merece la pena examinar algunos ejemplos:
En A pero B ellas quieren “ir a la piscina / buscar trabajo / encontrar novio / relajarse” pero no pueden porque “no están depiladas / no es temporada / están muy ocupada / tienen otra llamada”. El estribillo repite “quiero A pero no puedo porque B” y todas las opciones se combinan mientras el ritmo acelera. Una letra universal: quien se conozca sabrá reconocer sus A y sus B.
En Todo lo contrario cantan algo tan demoledor como “antes solía tener veinte años, pero ahora todo lo contrario”. Aunque Elisa aclara que en este tema no querían hablar del paso del tiempo, sino, simplemente “enumerar cosas sin contrario”, nadie que la haya escuchado habrá sido capaz de hacerse mayor sin tararearla.
Cabeza negra recopila frases oídas en peluquerías como “tienes una cara antigua”, “por lo menos tienes los ojos grandes” o “nunca en mi vida había visto un pelo como el tuyo”. Termina recitando los nombres de las peluquerías del pueblo de una de las componentes: “Regina, Conchita, Rasgos (que es de caballeros), Naishimi (que es belleza en indio), Schwarzkopf (que es cabeza negra en alemán)”. Por cierto, ese pueblo es Graus (Huesca), y tres de las cinco peluquerías siguen funcionando.
Para terminar, Aborto/Tempura: “¡Aborto sí! ¡Tempura ya!”, todo un grito de guerra y, de nuevo, ¿una broma? Contesta Genís, juez y parte: “ellas mismas cantaban ‘somos un grupo de payasas, pero payasas guapas’. No en el sentido de caras bonitas, sino por brillantes, interesantes, listas… Está claro que el impulso que sentían no era solamente el de hacer chistes. En ese eslogan hay de todo menos chiste”.
Así que tres chicas lanzan en 2005 un disco divertidísimo que enseguida se populariza y gana prestigio en un universo pequeño pero exclusivo y en ebullición, ese en el que se venera a Franco Battiato por encima de todas las cosas, en el que apenas se habló del primer Mundial de Fernando Alonso y en el que se lee la Rockdelux (revista que más tarde establecería que el de Feria fue el 36º mejor disco nacional de su década). ¿Y entonces? ¿Qué pasó después?
“No fuimos un grupo que quisiera promocionar el disco —contesta Elisa—. Y si quieres vender discos y hacer conciertos, si te metes en eso, ya tienes que hacerlo todo: entrevistas, fotos, ensayos… todo el paquete. Y éramos un poco rebeldes, solo queríamos hacer el disco y que nos hiciera fotos Alicia Aguilera. Para nosotras, teniendo el disco, ya no hacía falta más”. Genís y Carlos casi se disculpan: “Encauzamos todo lo que se les ocurría para que Feria tuviese forma de grupo, de disco, pero ellas realmente no tenían ningún interés en encajar en ese marco. ¡Si es que además el propio formato de caja CD que se eligió no entraba en las estanterías normales!”.
Con todo, y a pesar de lo despacio que escribían sus canciones, Feria llegaron a planear un segundo disco, un álbum para cuya primera canción, que nunca llegó a ser grabada, ya tenían melodía, letra y título: Amigas que ya no son amigas. Elisa asegura que no fue una premonición: ella se distanció de sus amigas sin que mediase ningún conflicto, simplemente se dio ese proceso que tantas veces, con los años y la llegada de nuevas obligaciones, disuelve lazos que fueron muy importantes durante la juventud. Tampoco firmaron un pacto de silencio, aunque como ocurre con muchos grupos legendarios de un solo disco —en España, Family y su Soplo en el corazón son el paradigma— siempre se han mantenido al margen de las conversaciones y publicaciones sobre ellas (de hecho, Marta y Helena prefieren no aparecer en reportajes como este). También rechazaron acudir al Festival Fiera, un homenaje que se celebró en un bar de Barcelona en mayo de 2016 y en el que grupos de amigos y fans versionaron todas sus canciones. Elisa justifica su ausencia: “imagínate que me hacen subir a cantar, ¡si yo no sé cantar!”.
En un mundo dominado por la retromanía (la obsesión de la industria del pop por su propio pasado, según Simon Reynolds, inventor del término), Feria siguen yendo a la contra. Cuando todavía forman parte del argot de cientos de oyentes y es posible encontrar direcciones de correo electrónico o cuentas de Instagram inspiradas en sus canciones, ellas se apartan de cualquier palabra que comience por el prefijo “re-“: reunión, reedición o retrospectiva.
Otras deben tomar su testigo. “Desde La Zowi hasta Samantha Hudson, pasando por la Rebe, la frivolidad inteligente está presente”, apuntan Genís y Carlos. Y Elisa concluye: “Tener un grupo tiene que ser algo divertido. Yo tenía mi grupo cuando iba al instituto y, ¿por qué cuando eres mayor no puedes tener tu grupo? No tienes porqué dedicarte a eso en serio, es genial estar con tus amigas y decir chorradas”. Palabra de payasa guapa.
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