Anna Castillo y Chino Darín o por qué los actores del momento no conectan con TikTok y los youtubers
Ambos protagonizan ‘Historias para no contar’, la película coral con la que Cesc Gay vuelve al formato episódico que ya practicó en ‘Una pistola en cada mano’.
Solo hace falta haber visto 101 Dálmatas y conocer el lenguaje universal de la comedia romántica para saber lo que va a pasar cuando empieza Historias para no contar, la película coral con la que Cesc Gay vuelve al formato episódico que ya practicó en Una pistola en cada mano. Anna Castillo y Chino Darín son vecinos, se encuentran en el parque paseando a sus respectivos perritos, una cosa lleva a la otra y Darín acaba encerrado en un baño. La escena que los dos protagonizan junto a Javier Rey abre la película, en la que también aparecen Antonio de la Torre, María León, Àlex Brendemühl, Quim Gutiérrez, Maribel Verdú, Nora Navas, Verónica Echegui y varios intérpretes más —dice Gay que el secreto para que todos le digan que sí es robarles poco tiempo—, tiene ritmo slapstick (humor crudo) y aire de vodevil, de comedia de puertas que se abren y se cierran. Ambos se pasean por ella con superávit de carisma. Se conocían, porque tienen amigos en común, pero nunca habían trabajado juntos. “Anna tiene ese ritmo interno muy frenético y en la película pusimos la confianza en ella, en que lograra pivotar a esos dos tipos que se la disputan”, piropea Darín a su compañera de reparto.
La entrevista tiene lugar pocos días después del Festival de San Sebastián y ambos están aún procesando lo que vivieron allí. Darín recogió el premio del público a Argentina 1985, de la que es uno de los productores, y dio un discurso que se hizo viral en su país. Castillo llegó con todo: presentó la serie Fácil y la película Los girasoles silvestres, además de la de Gay. “Fue muy intenso. Me sobrepasó todo un poco y tenía ganas de volver a mi casa”, dice, asomada a la pantalla del Zoom y acariciando a su gato Capitán. Toda la película está llena de situaciones emocionales en la que es fácil haberse encontrado, desde el que ha preferido callarse una infidelidad pero vive torturado al que no puede superar una ruptura. “Yo he sido Laura”, admite la actriz, espejándose en su propio personaje, “he vivido esa cosa de saber que una relación ya no funciona y no tener la valentía de asumirlo y ponerle palabras”. Su Laura se ha desenamorado mansamente del personaje de Javier Rey y ha proyectado todas la fantasías de romance con el vecino argentino, que encima tiene la cara de Chino Darín.
¿Y él? “Yo me identifico con algo que creo que pasa entre los dos personajes, esta cosa medio adolescente, que no se corresponde con la edad de los personajes, esa palpitación de cuando alguien te gusta y buscas excusas para encontrártelo”. Fuera de las pantallas ambos han sido muy claros y nada rácanos hablando de sus respectivas parejas. La de ella es la músico Lara Blanco y la de él, la actriz Úrsula Corberó. ¿Se consideran bien tratados por los medios? Ahí discrepan. Ella sí. Él, no tanto. “No me he sentido bien tratado siempre. Me ha pasado un par de veces, que alguien viene con un micrófono y te hace una pregunta irreverente o dañina, sobre todo en cuestiones personales. Y yo reacciono. Tengo la mecha muy corta”.
Castillo se ha visto en medio de una polémica reciente en torno a Fácil, la serie de Anna R. Costa basada (muy de lejos) en el libro Lectura fácil, de Cristina Morales. La directora de la serie contestó a la autora, que calificó la adaptación de “fascista”. En la serie de Movistar+, ella interpreta a Nati, una de las cuatro mujeres con discapacidad intelectual que comparten piso en Barcelona. “Desde el principio supe que podía haber polémica. No es una serie amable para todo el mundo. Sabíamos que a Cristina en algún punto le podía molestar. Yo he confiado en Anna R. Costa. La admiro, la respeto y estoy muy orgullosa de la serie”. Interpretar a un personaje con discapacidad mental la hizo sentir “más insegura que nunca” como actriz. “No voy a justificar por qué actrices que no tenemos discapacidad intelectual estamos haciendo de personajes que sí la tienen. Lo hemos abordado desde el respeto, la honestidad y el trabajo, y espero que hayamos acertado”, dice.
Los dos llegaron a la interpretación desde lugares distintos. Para él, era casi inevitable. No solo su padre, Ricardo Darín, es uno de los actores más aclamados del mundo hispanófono, también sus abuelos eran actores. Llegó a matricularse en una ingeniería. Quería hacer una carrera formal y que le costase mucho, hasta que “a esa edad fatídica de los 20 años”, admitió que iba a seguir con el negocio familiar. Ella, en cambio, no tenía ningún antecedente en casa, vivía de niña en una película perpetua que transcurría en su cabeza. “Le pedía a mi madre que me tratara mal, que me obligara a hacer cosas. Yo me creía un personaje y esperaba que los demás me siguieran el rollo. Empecé a hacer tele y teatro y de repente de di cuenta de que esta pasión mía podía ser mi profesión, y encima la gente decía que se me daba bien”. Situados ahora en los dos lados de la frontera de los 30 —Anna tiene 28, Chino, 33— a los dos les ha pasado ya lo de encontrarse pensando: soy demasiado mayor para esto.
—No sé tú, Anna, pero hay cosas a las que me siento completamente ajeno, como el mundo de los youtubers. Y no tengo duda de que tienen mucho que ofrecer, incluso en la ficción, confiesa él.
—Ah, yo hay algo de la generación Zeta con la que ya no conecto. Algo me he perdido que el TikTok ya no lo entiendo. Algo pasó y yo ya me perdí, admite ella.
Ahora que han pasado de sobra el test de química, no sería extraño que más realizadores los buscaran en pack ¿Qué se ven haciendo juntos?, ¿una comedia romántica? “No, no”, zanja Castillo. “Algo más dark, un thriller. Una especie de Succession en la que los dos seamos unos chungos”. Que alguien se ponga a escribir esto ya, por favor.
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