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Admitámoslo, nuestro repertorio de posturas en la cama es limitado

Según los sexólogos, seguir las tres posturas estrella puede llevar a una rutina peligrosa. Aunque seamos honestos, a no ser que seamos acróbatas, tampoco es fácil sorprender.

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Laura Pacheco

Hay un libro muy indicado para aquellos a los que no les gusta leer y quieran explorar y mejorar su vida sexual. Sexo 365, una postura para cada día (Ediciones B, 2010), en el que tres parejas muestran, en fotos, todas las formas posibles de acoplamiento. 365, en principio, parecen demasiadas, pero si descartamos las acrobáticas, aptas solo para los gimnastas; las imposibles o forzadas, que quedan muy bien en papel pero que son prácticamente inviables en tres dimensiones; y las variaciones sobre el mismo tema, aquellas en las que la diferencia se limita a la posición de una pierna o un brazo, la lista se reduce considerablemente. Aún así, cualquiera que ojee este moderno kamasutra se dará cuenta de que existe todo un mundo de posturas, y no me refiero a las políticas o filosóficas, que espera ser explorado; mientras la mayoría de nosotros nos limitamos, como mucho, a unas 10 ó 12.

Todo este asunto podría compararse con el de la comida exótica y me recuerda a mi madre cuando venía a visitarme a Madrid. Imposible convencerla de que probara un restaurante mexicano o tailandés. El lugar más raro al que se la podía llevar a cenar era un VIPS y jamás se molestaba en ver la carta, cuando llegaba el camarero le explicaba, “mire, a mi me va a hacer dos huevos fritos con patatas”. Ante la sugerencia de que probara algo nuevo, ella siempre decía, “¿Y si no me gusta?, habremos tirado el dinero”. A lo que yo le respondía, “¿Y si sucede lo contrario?, habrás descubierto un plato diferente”. Con el sexo pasa lo mismo y mucha gente piensa que lo importante es comer y lo de menos la forma en que se presentan y elaboran los alimentos. Los no gourmets de la sexualidad son gente con poca disposición aventurera y espíritu conservador, que se acentúa con los años, los problemas articulares, los gatillazos o la escasa lubricación vaginal, y su leif motiv encuentra frases hechas en el refranero -ese compendio de sabiduría popular que a veces parece haber sido elaborado por la patronal de empresarios, y que no estaría de más revisar-, como “mas vale pájaro en mano que ciento volando” o “es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”.

Sin embargo, la coreografía erótica es importante ya que si nuestra postura refleja nuestro estado de ánimo, nuestro estado de ánimo también puede variar si alteramos nuestra postura –prueben un día que estén de bajón a pasearse unos minutos con los brazos en jarra y el pecho erguido-. Traduciendo esto a la dimensión sexual, se puede sospechar que la colocación que adoptamos durante el sexo, supone mucho más que una mera ubicación corporal e implica una cierta actitud, personaje o misión a desempeñar. Yo me atrevería a decir que la elección de determinadas posturas y la secuencia en la que se realizan, puede decirnos mucho de lo que pasa por la cabeza de sus ejecutantes, de su nivel de pasión o de la relación que hay entre ellos.

A todo esto, además, hay que añadirle la enorme carga simbólica y la leyenda que cada colocación sexual se ha forjado a lo largo de la historia. Si alguien nos dice que quiere hacernos un 69, aunque personalmente considere que es una postura sobrevalorada e incómoda, en la que la diferencia de altura de los que la practican puede derivar en una torticolis o una lumbalgia, inmediatamente interpretamos que esa persona entiende, disfruta y experimenta con el sexo. Y si queremos provocar a alguien mediante un mensaje de texto, jamás elegiríamos el emoticón del misionero -suponiendo que existiera-, ya que aunque esta postura pueda ser muy gratificante y tenga múltiples variantes, mucho más rebeldes y trasgresoras, siempre tendrá que cargar con el estigma de estar asociada a la iglesia. De ser la única aprobada por las autoridades eclesiásticas cuando el fin de la sexualidad era la procreación y lo que hacían dos personas adultas y libres en la cama era un asunto de máxima incumbencia, con importantes repercusiones políticas y sociales a nivel mundial.

Superando las tres posturas estrella

Apunta Francisca Molero, sexóloga, ginecóloga, directora del Institut Clinic de Sexología de Barcelona y directora del Instituto Iberoamericano de Sexología, “el repertorio de posturas de la mayor parte de la gente es bastante limitado. Lo deseable es que, si se es joven y no hay problemas físicos, se utilicen una cierta variedad de movimientos durante la relación. Lo que ocurre es que, finalmente, la gente va a lo seguro y tiende a repetir lo que le gusta y con lo que se siente familiarizado. En cuestión de posturas, las más comunes son la del misionero, ella encima y la penetración vaginal por detrás. Todas ellas con sus múltiples variantes”.

La elección de una u otra colocación depende de muchos factores como la edad, el nivel de confianza entre los miembros de la pareja, si ella está embarazada, si hay prisa o si se prefiere la slow motion, del espacio disponible, de la aceptación y relación que cada uno tenga con su propio cuerpo y hasta de la decoración y muebles auxiliares con los que uno pueda contar. “Curiosamente, según Molero, “la más clásica, es decir ella debajo y él encima, es la que más veces desaconsejamos en terapia, si existen problemas sexuales; ya que muchos hombres no saben mover bien la cadera y la penetración bien hecha exige un movimiento en forma de ola y no uno rígido que acelera la eyaculación. Es una postura, por tanto, desaconsejada para los eyaculadores precoces y para las mujeres con problemas para llegar al orgasmo, ya que no estimula mucho el clítoris. Es una posición, también, muy íntima, romántica, que muchas parejas prefieren evitar si no hay demasiada complicidad entre ellos, y que a algunas mujeres les puede dar la sensación de sentirse atrapadas, sin capacidad de decisión ni movimiento”.

Es curioso como la postura que brinda más iniciativa y control a la mujer, ella encima, y que fue la más perseguida por la moral religiosa, sea ahora descartada por motivos estéticos o por no ser poseedora de una anatomía perfecta. “Es cierto que muchas mujeres renuncian a ella por considerar que no le gustan sus pechos, que tienen demasiada barriga o sobrepeso”, comenta esta sexóloga, “aunque a casi todos los hombres les encanta ver a su pareja tan expuesta y en un papel tan activo. Es una postura muy adecuada para hombres mayores, que no tengan tanta energía, o eyaculadores precoces”.

Para los fans de la penetración, la modalidad favorita es la que los ingleses llama doggy style, y la que utiliza el reino animal, a excepción de los chimpancés y los bonobos, con la habilidad humana de copular cara a cara. “Los sexólogos siempre hablamos de que la penetración no lo es todo y que hay que evitar que las relaciones sexuales giren entorno al coito”, apunta Francisca Molero, “pero hay también un enorme placer en ese momento de mayor intimidad, en el que dos personas consiguen un acople corporal. Probablemente un placer que tiene mucho de psicológico y de emocional. Pero además, la penetración por detrás, que siempre es más profunda, conecta con la idea de que se pueden conseguir orgasmos vaginales a través de la estimulación del cérvix, por la vía del nervio vago. A muchas mujeres les gusta explorar la sensación de la penetración profunda, que puede ser una mezcla de dolor y placer”.

Es curioso también, como las posturas que funcionan con algunos amantes, son un desastre con otros; además del gran poder evocador de determinados posicionamientos corporales, como el caso de la secuencia del hombre sentado y la mujer encima, que nos recuerda a los inicios sexuales en un utilitario. “Es una postura que se relaciona mucho con la trasgresión y que rememora muchas emociones. Muchas parejas la utilizan cuando quieren revivir su vida sexual”, añade Molero.

Hay todo un kamasutra casero, dependiendo de las diferentes estancias del hogar en las que se quiera practicar el sexo. La ducha –¿hay alguien que haya conseguido hacerlo de pie, totalmente horizontal, como nos muestran las películas?-; la cocina, con su practica encimera y, si hay suerte, su mesa a lo El cartero siempre llama dos veces (1981); la coladuría, con su lavadora centrifugando, la terraza y las infinitas posibilidades de una hamaca o las escaleras, todo un universo a explorar. Siempre con un sano y elevado fin: connecting people.

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