La coordinación de intimidad: entornos seguros en los rodajes de escenas de sexo y nuevos imaginarios sobre sexualidad
Durante muchos años, las mujeres de la industria audiovisual se han visto sometidas a toda clase de abusos y malas praxis a la hora de rodar escenas en las que el sexo se ha visto involucrado
En 1972, la actriz Maria Schneider se presentó al rodaje de El último tango en París, una de las películas más exitosas y polémicas de Bernardo Bertolucci, y en ese mismo momento el director le dijo que iban a rodar una escena de violación en la que su coprotagonista, Marlon Brando, iba a utilizar mantequilla para lubricarla mientras abusaba de ella. Schneider —que en ese momento solo tenía 19 años— no supo decir que no estaba cómoda con esa situación, y fue sometida a un abuso —sexual y de poder— por parte de Brando y Bertolucci para conseguir la escena que el director ansiaba mostrar. Este no buscaba que Scheneider fingiese la rabia y la humillación, sino que la sintiera realmente.
Algo similar le ocurrió a Kim Basinger durante el rodaje del drama erótico de Adrian Lyne, 9 semanas y media, estrenado en el año 1986. Si el personaje de Basinger era despreciado en escena, también debían hacérselo sentir así a la actriz. Tan elevado fue el grado de abuso que ejercieron sobre ella, que en una escena —que finalmente sería eliminada del montaje final— en la que Basinger debía mostrar vulnerabilidad, su coprotagonista Mickey Rourke —bajo las órdenes del director— la agarró con fuerza del brazo antes de empezar a grabar, y no la soltó mientras ella lloraba y le golpeaba, hasta provocarle un ataque de ansiedad. Bajo los ojos de Lyne, tenían que “romper” a Basinger si querían que la película funcionase.
Durante muchos años, las mujeres de la industria audiovisual se han visto sometidas a toda clase de abusos y malas praxis a la hora de rodar escenas en las que el sexo se ha visto involucrado. Muchas veces por una cuestión de abuso de poder, ejercido por figuras —tradicionalmente masculinas— que pensaban que el medio para conseguir un resultado determinado consistía en someter a sus actrices; pero en otras ocasiones, por un desconocimiento por parte de aquellas personas encargadas de tomar las decisiones artísticas a la hora de ficcionar relaciones sexuales que resultasen auténticas y realistas para quienes viesen la película, y cómodas para quienes apareciesen en ella. Durante muchos años, el único placer sexual representado ha sido el de los hombres cisheterosexuales. pero esta es una deriva que ha empezado a transformarse en los últimos años.
Cambiar la forma de representar el sexo es algo con lo que ya están concienciadas algunas creadoras y creadores que están produciendo ficciones de éxito, como Shonda Rhimes, productora de Los Bridgerton —que acaba de estrenar su tercera temporada en Netflix—, y que decía hace unos días en una entrevista para S Moda que en sus rodajes desean que “todo el mundo se sienta seguro y cómodo” y, sobre todo, que no buscan “aprovecharse del cuerpo de nadie”. Para ello utilizan una figura relativamente nueva a la hora de rodar escenas de cama o con contenido sexual, la del coordinador de intimidad.
El departamento de coordinación de intimidad “sigue la misma lógica que el de coordinación de acción. Del mismo modo que, cuando hay una escena de lucha, a nadie se le ocurriría dejar a los actores sin indicaciones y esperar a ver qué sale, porque muy probablemente alguien se vaya a hacer daño y no resulte realista, esta figura lo que hace es gestionar el contenido íntimo. Actuamos desde la preproducción, y lo que buscamos es intermediar todas esas conversaciones entre la producción y los actores para asegurarnos de que siempre tienen un canal de comunicación abierto y que se respeta el consentimiento de los artistas”, explica Tábata Cerezo, una de las cofundadoras de IntimAct, la empresa precursora en España dentro de la coordinación de intimidad.
La figura de coordinación de intimidad, que a veces es solicitada por las productoras o, cada vez de forma más habitual, por los propios artistas, tiene el objetivo de que actores y actrices ya no deban pasar por momentos tan violentos como lo hicieron en su día Schneider o Basinger. Y es que las escenas en las que intervienen no solo buscan representar nuevas miradas en torno al placer, sino también crear un entorno especialmente seguro cuando lo que se busca recrear son escenas de abuso o agresión sexual. “Ahí lo que hacemos es incidir mucho en la preparación, en las conversaciones, enmarcar este trabajo en la ficción, no solo a nivel mental sino a nivel físico, preparando esos cuerpos para aquello que se va a representar. Vamos a contar una historia de violencia, pero lo vamos a hacer juntas en todo momento”, asegura Lucía Delgado, la otra cofundadora de IntimAct.
Además, su labor no solo se limita al trabajo que hacen con las y los artistas, sino que piensan en la repercusión que tendrán esas imágenes en las personas que vean esa serie o película. “Hay que poder generar conversaciones sobre el impacto de estas imágenes en la sociedad. Hay que ser consciente de cómo grabamos la violencia sexual, de qué imágenes vamos a dejar ahí en el mundo. Especialmente ahora, porque con la era de Internet es inevitable que tengamos que tener otro tipo de responsabilidad con las imágenes que generamos, porque hay una permanencia y hay una reproducibilidad desde el contenido, especialmente si se saca fuera de su contexto narrativo”, cuenta Cerezo.
Esta es una conversación que ya inició la directora estadounidense Martha Coolidge hace varias décadas, cuando en 1976 estrenó un híbrido entre ficción y documental en el que narraba la historia de su propia violación, y lo combinaba con reflexiones acerca de su responsabilidad como cineasta a la hora de contar esa historia.
Y es que, en un momento en el que en la industria del cine siguen saliendo nuevas acusaciones del MeToo en diferentes territorios —como el caso francés en estas semanas—, que la educación sexual en las escuelas todavía es muy deficiente, y que la mayor parte de los referentes sexuales de las personas —especialmente la más jóvenes— se encuentran en los productos culturales y la pornografía, Delgado y Cerezo son conscientes de que su trabajo conlleva una responsabilidad. “Cada vez que conseguimos que una escena que iba a ser inicialmente un coito con penetración se transforme en una masturbación o en otro tipo de actividad, nadie se entera, nadie sabe que eso no era así en guion, pero para nosotras es una victoria. Del mismo modo que cuando conseguimos introducir un momento en el que, de manera muy natural, un personaje se pone un método anticonceptivo”, afirman.
Fueron millones de personas las que, en su momento, vieron El último tango en París o 9 semanas y media, del mismo modo que ahora son millones de personas las que están disfrutando de la nueva temporada de Los Bridgerton, con escenas en las que personajes masculinos practican sexo oral a personajes femeninos, o donde se nos presentan como deseables y bellos los cuerpos de mujeres que se salen de la normatividad y la hegemonía blanca. “Tenemos un lenguaje audiovisual a nivel técnico que hoy en día tiene a su disposición unas herramientas que van evolucionando constantemente, que es una oportunidad preciosa para seguir imaginando y creando imaginarios que vayan más allá de las referencias que tenemos”, concluyen las cofundadoras de IntimAct.
El cine y las series están desarrollando este nuevo lenguaje audiovisual en lo relativo a las representaciones de la sexualidad y la violencia sexual, y, por lo tanto, estamos observando cómo gradualmente nuestros imaginarios encuentran caminos que se alejan del canon y nos permiten explorar otras formas de vivir el sexo y el deseo.
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