Guadalupe Nettel: “Vivimos desorientados. Antes creíamos en el progreso y ahora tenemos la sensación de que nos estamos desbarrancando”
¿Existe una literatura pospandémica? La escritora mexicana cree que sí y que la ciencia ficción y la naturaleza son claves en ella. Sus relatos hablan de familia, migración y raíces
Para celebrar que cumplía 50 años, Guadalupe Nettel viajó hace unos meses desde Ciudad de México, donde nació y vive, al Redwood National Park de California. “Quería estar rodeada de árboles milenarios. Me contaron que allí, además de las secuoyas, hay un árbol de otra especie, albino, que no puede hacer fotosíntesis y normalmente se habría muerto, pero todo el bosque lo arropa para darle alimento por las raíces. Este tipo de comportamiento me resulta fascinante”, explica con entusiasmo durante una breve visita a Madrid. Ha tenido una vida nómada, por eso en sus novelas y relatos habla de raíces y pertenencia. A los 10 años se mudó a Francia, donde su madre iba a hacer el doctorado; ha anidado en Aix-en-Provence, París, Montreal o Barcelona hasta que en 2009 regresó a Ciudad de México, a sus orígenes, justo cuando iba a ser madre del primero de sus dos hijos. No deja de sumar reconocimientos: ganó el Premio Herralde y este año ha sido finalista del Booker con su novela La hija única —en la que explora la dependencia y las distintas formas de afrontar la maternidad— y ha publicado el libro de relatos Los divagantes (Anagrama).
¿Cómo ha influido en su escritura ese cambio constante de casa, de lugar?
Muchísimo. Nací en un barrio de exiliados latinoamericanos en Ciudad de México, crecí rodeada de chilenos, uruguayos, argentinos, escuchando todos esos acentos. Muchos eran exiliados de las dictaduras. Había historias terribles, niños que llegaban solos porque sus padres estaban desaparecidos.
En el relato que da título a Los divagantes se refleja un ambiente así, y mucho en su escritura apela a la autoficción. ¿Cree que el Nobel de Annie Ernaux en 2022 fue también un reconocimiento a esa forma de narrar?
Para mí, sí. Tuve el privilegio de conocer a Annie Ernaux, coincidimos en una cena y ella se había leído un par de libros míos, El matrimonio de los peces rojos y El cuerpo en que nací. Después la volví a ver en Bruselas y fue superlinda. Soy una groupie que ha tenido la suerte de conocer a su admirada escritora.
¿El feminismo está cambiando el mundo literario, abriendo puertas a la presentación de nuevos temas, otros enfoques?
Justo Annie Ernaux me contó que cuando publicó El acontecimiento por primera vez, hubo un crítico que dijo: “¿A quién le van a interesar esas historias de marujas?”. Y ahora le dan el Nobel. Pero para que pasara todo eso tuvo que haber muchas autoras que lucharon y se posicionaron. Nos dieron durante mucho tiempo trato de minoría cuando somos la mitad de la población de este planeta. El feminismo ha sido fundamental, y no ha sido obra de una persona ni un grupo de gente, sino de mareas y de generaciones tras generaciones que se han puesto a trabajar en ello.
En su obra explora la familia, lo oculto tras lo aparente, de lo que se quiere callar, ¿qué la lleva a abordar estos temas?
Me gusta la idea de partir de la familia y desde ahí irme expandiendo a temas un poco más sociales como el exilio o como el control del Estado sobre la población. En el cuento El sopor, por ejemplo, escribo sobre el control de la información y sobre cómo estamos desorientados o sin brújula respecto a los valores que teníamos. Antes creíamos en el progreso, que la humanidad iba hacia algo más civilizado, y ahora tenemos la sensación de que nos estamos desbarrancando, y eso se ve en varios cuentos.
Precisamente en El sopor habla de “letras pospandémicas”, ¿cómo ha cambiado esa experiencia común la literatura?
Yo creo que ha marcado un antes y un después en la humanidad, aunque todavía no sabemos cuáles son verdaderamente las secuelas que nos dejó. Pero creo que definitivamente nos dejó mucha desorientación y algo de susto. Y también un anhelo de libertad grande. Ese anhelo, de ir al bosque, al campo, no se ha terminado.
Dice que después de la pandemia había habido una reconexión con la naturaleza, y que eso se ve en los libros.
Sí, yo creo que todos los que somos conscientes, o no negamos el cambio climático que está ahí, que pesa sobre nosotros y ya muy cerca se ve, hemos vuelto la mirada hacia la naturaleza, hacia los animales, hacia los otros seres sintientes que están ahí y que comparten el planeta que nos estamos cargando.
En uno de los relatos ironiza con el negacionismo ante el cambio climático, ¿es la ciencia ficción el mejor género para escribir sobre la sociedad actual?
No lo sé, pero es el que hemos elegido, siento que en este momento hay un auge de la ciencia ficción porque nos muestra escenarios que de alguna manera están volando en nuestra imaginación o en nuestros sueños o nuestras fantasías negativas. Y sí, me parece un muy buen género para abordar esta desorientación que tenemos.
También hay más exploraciones de temas muy habituales, como la maternidad, pero desde otras ópticas. Usted ha reflexionado sobre la importancia de criar en comunidad.
Está cambiando el paradigma, y yo lo celebro. Todos los mamíferos crían en manada, en grupo. Los seres humanos fuimos muy tribales y tuvimos esa estrategia mucho tiempo, pero con la revolución industrial, cuando la gente se fue a trabajar a las grandes ciudades, a la fábrica, la familia se redujo a su mínima expresión. Y las redes de apoyo son fundamentales.
¿Quiénes son sus cuentistas favoritos?
Leí bastante joven Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas, y el primer relato, que se llama Muerte por saudade, me fascinó. Además, me gustan mucho Silvina Ocampo, Samanta Schweblin y Mariana Enriquez.
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