El verano de la «quiebra creativa» de aquel milagro llamado Pixar
Con el estreno de Los Increíbles 2, sexta secuela en menos de una década, la crítica carga contra la decadencia que atraviesa el estudio, supeditado a los intereses corporativos y descabezado por el movimiento #MeToo.
La generación que creció reconociéndose en la disfuncional familia de superhéroes Parr como en ninguna otra cumple ahora su deseo de reencuentro tras 14 años de espera. El mayor estreno del verano cinematográfico llega haciendo honor a dicho título, con cerca de mil millones de dólares recaudados –y subiendo– en las taquillas de todo el mundo. Una nueva concesión a la sublimación nostálgica cortesía de Pixar y que culminará el próximo verano, con la cuarta parte que nadie pidió de una saga que pensábamos finiquitada, Toy Story. A pesar del aplauso de la crítica y el éxito de taquilla, el estreno de Los Increíbles 2 es una muestra más de que la compañía que cambió el cine gracias a la creatividad y originalidad de sus historias se encuentra cada vez más lejos de su espíritu fundacional. Afectada, además, por una cúpula descabezada debido a las acusaciones de acoso sexual contra su presidente. ‘Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer’ no es un refrán aplicable a la excelencia de una disciplina artística. Así es cómo Pixar dejó de apuntar hasta el infinito y más allá.
En el libro De Pixar al cielo, publicado este mismo año por la editorial Deusto, el exdirectivo Lawrence Levy narra una conversación privada con Steve Jobs y John Lasseter, responsables a finales de los noventa de las áreas financiera y creativa de la compañía respectivamente. El fundador de Apple sugería que las decisiones artísticas debían consensuarse con los directivos de la compañía, pero Lasseter fue expeditivo: “Entiendo la preocupación. Pero no queremos hacer películas seguras. Queremos seguir rompiendo las barreras en cuanto a la historia y a la animación (…) Tenemos ideas para historias increíbles y originales. Eso es lo que queremos hacer. Eso es lo que tenemos que hacer”. Dicho y hecho. Desde el estreno de Toy Story en 1995 y durante más de dos décadas, Pixar disfrutó de la calificada como “edad dorada”, supeditando cualquier objetivo empresarial al aspecto creativo y concediendo únicamente el estreno de una secuela. Mientras que su gran rival Dreamworks exprimía todo el jugo de éxitos como Shrek o Madagascar, ellos contratacaban con sendos Óscar para peces con escasa memoria, superhéroes en plena crisis matrimonial, ratas con gusto para la cocina, robots enamoradizos y jubilados en busca de aventuras.
Cars 2 y 3. Monstruos University. Buscando a Dory. Los Increíbles 2. Toy Story 3 y 4. El próximo año Pixar habrá dado la vuelta por completo a su modelo de negocio, habiendo estrenado siete secuelas por solo cuatro películas originales en diez años. Dejando a un lado la tercera parte de la saga de juguetes, únicamente las nuevas historias como Coco, Del Revés o Brave han conseguido alzarse con un Óscar y el bajón en la nota media de la crítica es notable, pero los resultados en taquilla aplauden el golpe de timón. Las ventas de juguetes o la inspiración para atracciones de Disneyland de la saga Cars (la más lucrativa del estudio) jamás podrá ser igualada por la de personajes de tan difícil mercadotecnia como los antepasados del filme Coco o las emociones de Del Revés. Disney procede con Pixar igual que con sus otras grandes marcas: los superhéroes de Marvel o Star Wars. Está dispuesto a darle al público el tour por la memoria transitada que reclama, todas las veces que haga falta. La cuestión es saber si este deseo debe ser cumplido, si la emoción de ver Los Increíbles 2 o Toy Story 4 no se convertirá en una experiencia agridulce una vez el espectador se siente en la butaca y descubra que la ceremonia de regresión no lo traslada también a él a ese tiempo pasado que tanto dice añorar.
“Yo siempre decía, ‘Secuelas no, secuelas no’. Pero tuve que sentarme en la junta directiva asumiendo el punto de vista de un vicepresidente. Las secuelas son parte de nuestra necesidad de mantenernos a flote”. Así asumía Andrew Stanton, director de Buscando a Nemo, el cambio de rumbo presente en la empresa según el artículo de The Ringer ‘Cómo Pixar se convirtió en una fábrica de secuelas’. Ni la celebrada factoría Ghibli (La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro) comandada por el ídolo de Lasseter, Hayao Miyazaki, ni la pujante Laika (Coraline, Kubo y las dos cuerdas mágicas) han estrenado una segunda parte de sus filmes. Muchos apuntan a la compra de la compañía por parte de Disney, producida en 2006 por algo más de seis millones de euros, como la culpable de esta especie de –en palabras del presidente de Pixar Ed Catmull– “quiebra creativa”. Catmull sostuvo que la intención era la de estrenar una secuela por cada dos películas originales. El ratio actualmente es el inverso.
El estancamiento coincide en el tiempo con el florecimiento de su empresa hermana. Mientras Pixar se enfrascaba en revisitar sus personajes más celebrados, Walt Disney Animation Studios ha estrenado varias de las mejores películas originales de la década: Enredados, Rompe Ralph, Big Hero 6, Zootrópolis o Moana, además del mayestático éxito Frozen. “Disney está haciendo más secuelas, y en el aspecto financiero, está funcionando mejor que nunca. Pero para Pixar está suponiendo un coste en la calidad, sacrificando genialidad y singularidad por seguridad de taquilla”, dice el periodista Chaim Gartenberg en The Verge. Es precisamente ese éxito lo que se antoja imposible de gestionar sin abrazarse al dinero fácil. Pixar asegura que en 2019, justo después del estreno de Toy Story 4, aparcará de forma indefinida el lanzamiento de secuelas. Sin embargo, Walt Disney Animation, tras quitarle la silla de la relevancia a su hermana gemela con historias originales, también sufrirá de secuelitis al tener que complacer al público con segundas partes ya confirmadas de Frozen, Zootrópolis o Rompe Ralph, cuya secuela llegará este mismo año.
Los problemas de la compañía que durante años fue considerada como la “empresa millennial definitiva” trascienden del aspecto creativo. John Lasseter, fundador y mandamás, abandonará el cargo este mismo año tras haber sido objeto de varias acusaciones por acoso sexual a sus empleadas. Una extrabajadora aseguró que la cultura en Pixar es “sexista y misógina” y que su cabeza visible, siempre de aspecto entrañable ante los medios, solía tocar a las mujeres de la oficina en las piernas y la espalda y retenerlas más tiempo del deseado. La actriz Rashida Jones (The Office) y su coguionista Will McCormack abandonaron el guion de Toy Story 4 alegando razones “creativas y filosóficas”. “Hay una cultura en la empresa en la que las mujeres y la gente de color no tienen una voz creativa igualitaria”, declaró Jones. De la veintena de películas estrenadas por Pixar en este último cuarto de siglo solo una (Brave) está firmada por una mujer, Brenda Chapman, que fue despedida antes incluso de finalizar la producción. Cassandra Smolcic, diseñadora gráfica que trabajó en la compañía entre 2009 y 2014, ha publicado una columna reciente en Variety en la que narra ser testigo de la “caída de mujeres –etiquetadas como ‘difíciles’– que cuestionaban los liderazgos masculinos, pasándolo muy mal para ser seleccionadas en los siguientes proyectos o incluso siendo cesadas y degradadas”.
Disney anunció el pasado junio que Pete Docter y Jennifer Lee serán los sustitutos de Lasseter al cargo de Pixar y Walt Disney Animation respectivamente. Docter es una de las mentes más brillantes del estudio, responsable de Del Revés, Up y Monstruos, S.A. Lee, por su parte, es la directora de Frozen y guionista de Rompe Ralph. En sus manos está darle la vuelta al ambiente tóxico presente en las oficinas durante los últimos años y lograr que la compañía vuelva a encandilar a la nueva generación con la misma certeza con la que lo hicieron con las anteriores. Como afirmaba el periodista Victor Luckerson, puede que debido a los intereses corporativos el estudio no sea capaz de seguir manufacturando magia, pero su papel es esencial para preservar la poca que queda todavía en Hollywood. Es hora de cambiarle la bombilla al flexo.
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