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Neo feministas que hablan (super) alto y claro

Los movimientos de reivindicación femenina rebrotan por todo el planeta con nuevos códigos, conducidos por jóvenes que no se creen que la igualdad entre hombres y mujeres esté ya en el ADN del siglo XXI.

Neo feministas

En esta fría mañana de otoño, Inna Shevchenko ha amanecido con su imagen en los periódicos. Solo un par de días antes, fue agredida por un grupo de extremistas durante una manifestación contra el matrimonio homosexual en París. Como jefa de filas de Femen, movimiento feminista fundado en 2008 en su Ucrania natal, Inna decidió contraprogramar esta marcha de colectivos ultracatólicos vestida de monja y con los pechos al desnudo. Una veintena de furiosos manifestantes le rompieron un par de dientes, mientras sus compañeras terminaban en el suelo y con la boca ensangrentada. Pero Inna no se deja impresionar tan fácilmente. Pese a sumar solo 22 años, ya ha combatido en batallas bastante peores. Hace 12 meses fue arrestada y secuestrada durante una manifestación contra el totalitarismo en Bielorrusia. «Fueron esos tíos del KGB. Durante 24 horas, creímos que íbamos a morir», explica desde el pequeño teatro de Montmartre que ha convertido en sede del movimiento durante su exilio parisino. Los secuestradores le acabaron perdonando la vida, creyendo haberla alejado para siempre de las calles. Pero la experiencia no hizo más que alentar su activismo. «Cuando volví a casa, entendí que no habría nada que me pudiera parar», asegura.

Femen es solo una entre las docenas de organizaciones feministas surgidas en los últimos tiempos por toda Europa, donde la adormecida lucha por la igualdad parece haber resucitado bruscamente. La gran mayoría están dirigidas por jóvenes que nunca se creyeron que la igualdad estaba aquí para quedarse. «Y todavía menos en los países del antiguo bloque soviético, donde todo lo que se espera de ti es que te conviertas en una esposa bella y silenciosa», dice Shevchenko. Desde que se instaló en París, decenas de mujeres han acudido a alistarse en lo que denomina «el campo de entrenamiento». Ella les enseña teoría y práctica del feminismo, ejercicios psicológicos para resistir la presión en las manifestaciones y métodos para hacer más efectivo el reclamo. Su protesta se sirve de la desnudez, convertida en arma antipatriarcal y lucha mediática. «Al principio no quería hacerlo. Yo no hago toples ni en la playa. Pero nos dimos cuenta de la respuesta de los medios y decidimos utilizarlo a nuestro favor. Si fuéramos vestidas, no nos harían ni la mitad de caso», asegura. Cree que las chicas se unen al grupo porque su activismo es distinto al de las generaciones pasadas. «No somos intelectuales, sino que priorizamos la acción directa. El feminismo no puede quedar reducido a libros y conferencias. Tiene que estar en la calle».

Kat Banyard. Con 30 años, dirige UK Feminista, una organización de mujeres que lucha contra el sexismo en todas sus formas.

Jorge Monedero, Gigi Stoll & Justin Creedy Smith

Dos días más tarde, cientos de kilómetros al norte, Kat Banyard también se ha despertado con su rostro en la prensa. La semana anterior participó en una protesta ante el Parlamento británico contra la famosa Página 3 del diario The Sun, que desde hace casi medio siglo destaca en ella la foto de una modelo en paños menores. Como coordinadora de la organización UK Feminista, con sede en la pequeña oficina de Vauxhall donde nos recibe, Banyard forma a grupos locales para que dispongan de las armas necesarias para expresar su descontento. «No todo el mundo nace con la habilidad de coger un megáfono y ponerse a gritar en plena calle. Nuestra misión es enseñarles tácticas para desarrollar un activismo efectivo, explicando lo que ha funcionado desde las sufragistas hasta los tiempos de Twitter», cuenta Banyard, de 30 años, a quien The Guardian cualificó como «la feminista más influyente del Reino Unido».

Desde que fundó la organización, hace solo dos años, los grupos feministas se han duplicado en su país. Para Banyard no es simple casualidad. «Durante décadas nos han vendido el mito de la igualdad, asegurándonos que el feminismo pertenecía a un pasado remoto», opina. Ella, educada en una escuela para señoritas, también lo creyó. Hasta que llegó a la universidad y empezó a entender que la discriminación no había desaparecido, solo era más difícil de detectar a simple vista. «De repente, me di cuenta de que las inseguridades sobre mi cuerpo o el miedo a la violación no eran individuales, sino colectivas. Entendí que bastaba con arañar la superficie para descubrir que la desigualdad salarial persiste y el derecho a abortar libremente se ve amenazado, mientras emergen problemas nuevos, como el peso de la industria pornográfica. Todos estos factores han vuelto a llevar a las mujeres a la calle. Y también a algunos hombres», sonríe Banyard, para quien la implicación del sexo opuesto será fundamental para conseguir cambios significativos. «Esta enorme transformación social no podrá ser impuesta desde fuera, sin su participación»

Julie Couplez. A los 23, coordina La Barbe, un grupo francés que organiza happenings allí donde se concentra el poder masculino.

Jorge Monedero, Gigi Stoll & Justin Creedy Smith

Estas neofeministas son partidarias de la llamada protesta creativa, que consiste en manifestarse con métodos más susceptibles de llamar la atención que una pancarta y un megáfono. En Francia, las integrantes de la asociación La Barbe irrumpen con vello facial postizo en los lugares de poder donde las mujeres brillan por su ausencia: hemiciclos, consejos de administración e incluso el último Festival de Cannes, donde ni una sola directora figuraba en la sección competitiva. «En el fondo, la situación respecto a la repartición del poder no ha evolucionado ni la mitad de lo que nos hacen creer», asegura su coordinadora, Julie Couplez, estudiante de Teoría del Género, de 23 años. «Nuestra originalidad consiste en protestar con sentido del humor. Entramos en una reunión y felicitamos a los asistentes con barba postiza y lenguaje anticuado, como del siglo XIX: “Enhorabuena, caballeros, ni una sola mujer alrededor. ¡Así se hace!”». Creada en 2008, La Barbe intensificó sus campañas durante el escándalo DSK, cuando intelectuales franceses defendieron al político sin atender a los derechos de su presunta víctima. Un año y medio más tarde, no hay ciudadano francés que no las conozca.

Al otro lado del Atlántico, aparecen iniciativas pragmáticas como Hollaback!, plataforma online pensada para denunciar agresiones sexuales en plena calle, desde un intento de violación hasta un piropo supuestamente inofensivo. «En grados distintos, las dos cosas constituyen mecanismos de control social. Yo tengo derecho a ir por la calle sin que nadie me moleste o me intente agredir. A mis amigos hombres no les sucede», relata su responsable, Emily May, que fundó el portal en 2005, a los 24 años. Cree que ha ganado una batalla: ha conseguido inscribir el acoso callejero (street harassment) en la agenda política de Estados Unidos. «Hace siete años, ni siquiera existía un nombre para este problema», concluye May, que actualmente potencia la expansión internacional de la red Hollaback! y espera que jóvenes feministas se animen a abrir sucursal en España.

Emily May. Neoyorquina de 31 años, dirige Hollaback!, plataforma online para denunciar ataques sexistas en la calle.

Jorge Monedero, Gigi Stoll & Justin Creedy Smith

Todas ellas reivindican el feminismo y lo despojan de connotaciones negativas. «Cuando era más joven, me avergonzaba definirme así, porque creía que las feministas eran viejas, feas y amargadas que se vestían como hombres», reconoce Shevchenko. Para Julie Couplez, se trata de una cuestión de educación. «Hay que enfrentarse a esos tópicos impartiendo pedagogía. Tenemos que dejar claro que no odiamos a los hombres. Solo queremos tener el mismo poder que ellos». Y Kat Banyard responde con una determinación que parece marca de la casa: «No es casualidad que la palabra esté estigmatizada, porque desafía creencias y estructuras firmemente arraigadas en la sociedad. Lo que tenemos que hacer es reapropiarnos del término con orgullo. El feminismo es la mejor arma para pelear por la justicia social el próximo siglo. La lucha no ha terminado. De hecho, no ha hecho más que empezar».

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