El tutú de ‘Sexo en Nueva York’ simboliza todas las contradicciones de Carrie Bradshaw
Hace 20 años la “provocativa” serie llegaba a España. ¿La primera imagen? La protagonista, Sarah Jessica Parker, paseando por Manhattan con una faldita que la diseñadora de vestuario había rescatado de un rincón de ofertas. Tenemos que hablar de esto.
“Sexo en Nueva York, una provocativa serie protagonizada por Sarah Jessica Parker, que ganó el premio a la mejor comedia en la última edición de los Globos de Oro, se estrena este domingo en Canal +, después de Los Soprano”. Así arrancaba la crónica en este periódico de la periodista Rocío Ayuso con la que hace 20 años anunciaba la llegada de la popular serie a España (había empezado a emitirse dos años antes en Estados Unidos). Dos décadas en las que el papel de la mujer en la sociedad y en la televisión ha dado pasos de gigante que han hecho que la ficción se quede tan obsoleta como los modelitos de su protagonista, Carrie Bardshaw. Pero en el año 2000 sí era un producto provocativo y revolucionario, también como los modelitos de su protagonista. “Ahora, visto con perspectiva, creo que funcionó porque trataba de mujeres que estaban aprendiendo a divertirse consigo mismas. Tanto con sus decisiones como con la ropa que llevaban”, recordaba Patricia Field, responsable del vestuario de las seis temporadas, en una entrevista con la academia de la televisión estadounidense en 2011. La moda fue clave en aquella revolución. Empezando por el tutú que Carrie luce en los títulos de crédito: una bonita metáfora que resume lo mejor y lo peor de la serie.
Rascacielos, velocidad, taxis y una rubia con el colorete subido paseando sensualmente hasta que un autobús la salpica. En el lateral del vehículo aparece promocionada su columna (probablemente la mejor pagada de la historia: cundía para alquilar un apartamento con vestidor –lleno- en Manhattan y brunch todos los fines de semana). Los escasos 40 segundos de los créditos de inicio de cada capítulo esconden un gazapo (el autobús lleva gente en el primer plano, y está vacío después) y varias pistas sobre el argumento. La mujer viste un etéreo tutú corto y una camiseta rosa sin mangas (y sin sujetador a la vista) que enfatiza eróticamente sus pechos. Nos sumerge en las sandalias del personaje que encarna Parker y en todas sus contradicciones: la camiseta es el sexo y el tutú el cuento de hadas. Carrie se debate entre sus quehaceres como ‘mujer liberada’ y el deseo de encontrar un ‘final feliz’. Porque para hablar de princesas, nada mejor que una falda de tul (y si no que se lo pregunten a Sisí).
La prenda de tul tiene sus orígenes en el ballet clásico y se creó para acentuar la liviandad de las bailarinas. La primera referencia de su uso se la lleva Marie Taglioni, que lo lució para su papel como prima ballerina en La sílfide, en 1832 en la Ópera de París. Un ballet romántico en el que no falta un príncipe, una hechicera, una novia y las sílfides: espíritus femeninos etéreos, tan bellos como vanidosos. ¿Les suena?
Ahora es común sobre las pasarelas (Dior, Chanel, Armani), pero a finales de los noventa solo se ponían un tutú las niñas y las bailarinas de clásico. A la diseñadora de vestuario de Sexo en Nueva York le costó mucho convencer al equipo de que esa faldita de volantes que había encontrado en una pila de saldillos por algo menos de cinco euros era lo más adecuado para presentar al personaje. Sarah Jessica estaba de su lado, pero el productor, Darren Star, prefería un vestido rojo y turquesa (que la actriz terminó luciendo en el último episodio de la primera temporada): “Les dije que el vestido rojo era contemporáneo y que si iba a aparecer en los títulos, durante varios años, tenía que ser algo más original para que no se pasara. No podía ser algo de la colección otoño-invierno noventa y tantos”, recordaba Field. Rodaron ambas opciones y ganó el tutú que se ha convertido en una de las prendas más célebres de la historia de la televisión. Ahora, enmarcado, decora el despacho del guionista de la serie, Michael Patrick King.
La moda jugó un papel fundamental en la serie y la serie jugó un papel fundamental en la moda en una de las simbiosis más rentables de la época: la Baguette de Fendi o los Hangisi de Manolo Blahnik son solo algunos de los accesorios que se elevaron a la categoría de icono en la mente de miles de mujeres gracias a su aparición en la pequeña pantalla. Pese a su sueldo de escritora, la protagonista apenas repite ropa durante las seis temporadas: más allá del tutú de los créditos, solo aparece varias veces un abrigo de pelo, un par el famoso vestido-periódico de John Galliano y en repetidas ocasiones el collar ‘Carrie’. “Los chicos de barrio que venían a mi tienda lo llevaban desde siempre”, rememoraba la diseñadora, “se lo enseñé a Sarah Jessica y le gustó. Pensé que era un trozo de todo Nueva York, no solo Manhattan”.
La primera temporada contaba con un escaso presupuesto para vestuario: 17.000 dólares (unos 15.000 euros) para 12 capítulos. Bastante menos que los 75.000 euros que costaba uno solo de los vestidos de Bradshaw en la última, el Versace con el que espera a su ‘príncipe’ en la cama del hotel parisino tras haber dejado trabajo y vida atrás. Él no aparece, pero poco después llega al rescate Mr. Big. Salvada de la soltería por el millonario, en una de las últimas escenas de la serie Carrie y Big pasean por la capital gala, enamorados. Es el ‘comieron perdices’ que la escritora realmente llevaba buscando seis años. ¿Qué lleva puesto para la ocasión? Una falda de tul, por supuesto.
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