El coronavirus amenaza con acabar con el traje masculino como uniforme obligatorio en las grandes compañías
Los códigos se relajan al volver de cuarentena: la limpieza y la comodidad juegan en contra de la indumentaria clásica masculina. ¿A su favor? Sienta bien y simplifica las decisiones.
Hace solo cuatro meses un consultor de KPMG podía ganarse una llamada de atención del jefe si no acudía en traje a su puesto de trabajo. Ahora, un mensaje a la entrada a su oficina principal en Madrid, en la Torre de Cristal, aconseja una vestimenta informal. ¿Entre ambos momentos? El coronavirus. El traje, que requiere de la intervención de una tintorería para su limpieza, no resulta tan aséptico como un par de pantalones chinos y una camisa de algodón, que pueden meterse en la lavadora a 60 grados.
La multinacional no es la única empresa que ha tomado esta decisión. Sin que medie una circular, adoptan medidas similares en grandes despachos como Pérez-Llorca u oficinas en las que empiezan a desescalar a sus trabajadores poco a poco: “A menos que tenga una reunión importante, ahora me dejan ir más informal”, cuenta Andrés, de 31 años, analista en un fondo de inversión.
No cabe duda de que el mundo no será el mismo en la inquietante ‘nueva normalidad’ en la que nos adentramos, tampoco en la ‘nueva-nueva normalidad’ que alcanzaremos cuando se consiga la vacuna. Pero no será tan distinto. Expertos y pensadores suelen coincidir en que la crisis supondrá un punto de inflexión, pero solo acelerando procesos que ya estaban en marcha. En moda, por ejemplo, la sostenibilidad, el comercio electrónico o el triunfo de la comodidad. Quizá también, y en línea con esto último, el fin del hombre trajeado.
La comodidad se ha impuesto en la cuarentena: según Nordstrom un 77% de estadounidenses cambió su manera de vestir por una más relajada durante los meses de confinamiento. No hace falta tener el ojo muy avizor para intuir que en España ha sucedido algo similar, con las ventas de chándales, leggings y camisetas disparándose desde marzo. El traje ya venía tocado de antes: quedaba reservado para profesionales de contados sectores (banca, abogacía o consultoría) y hasta había perdido supremacía en instituciones como el Congreso. No es la elección favorita para ellos: solo el 17% de los empleados europeos elegiría vestir traje y corbata, según un estudio de We Are Testers para Dockers realizado el pasado septiembre entre 1.600 hombres mayores de 18 años. Fuera de la oficina la situación empeora y un 85% afirma que no se siente cómodo llevando traje para realizar actividades personales.
Indumentaria en declive, no es un invento reciente y como sucede con cualquier tipo de vestimenta, su significado excede lo estético. Con ligeras variaciones, su uso se remonta más de 200 años atrás, con el auge de la burguesía al finalizar la Revolución Francesa. “La sociedad deja de estructurarse alrededor de las cortes, la aristocracia y la vida social y empieza a hacerlo alrededor del trabajo y el dinero”, explica Carlos Primo, jefe de redacción de moda de Icon. Es lo que Flügel llamó, en su libro Psicología del vestido, ‘La Gran Renuncia masculina’: “El hombre abandonó su pretensión de ser considerado hermoso. De ahí en adelante se propuso ser tan solo útil”. Se busca situar al hombre adinerado (que ahora trabaja) más allá de los vaivenes de la moda, algo que se reserva para las mujeres, y se crea un uniforme que iguala. Precisamente esta idiosincrasia es la que podría indicar que ni el coronavirus acabará definitivamente con él. “El traje clásico masculino estaba destinado a homogeneizar la figura y mantener una especie de neutralidad a todos los niveles. Hasta hace 30 años los hombres en su inmensa mayoría no hacían deporte, ni se cuidaban: los poderosos de todas las épocas han tenido barriga, chepa, hombros caídos… Se crea una prenda muy estructurada que le queda bien a todo el mundo e invisibiliza el cuerpo que hay debajo”, añade Primo.
A la vez se da forma a un código que permite que todos estén seguros de ir bien vestidos en cualquier circunstancia, “durante décadas un hombre sabía que si se compraba un traje gris oscuro, una camisa azul clara y una corbata de un color más oscuro que la camisa, iba a ir bien”. Su auge discurre en paralelo al desarrollo de la cultura empresarial contemporánea. “Era una herramienta de trabajo más para garantizar que todos daban una imagen respetable de la compañía”. Pero se impone como uniforme de trabajo porque era la prenda central de la indumentaria masculina, “hace 50 años era muy normal que un hombre solo tuviera trajes”.
No es así desde los ochenta, cuando las guías se relajan y cuando el hombre pasa de ser consumidor de ropa, a consumidor de moda. La laxitud de las normas tiene mucho que ver con el cambio de la cultura corporativa. El interés masculino por la moda surge de manera progresiva: “Tuvo una primera incorporación en los ochenta con marcas como Ralph Lauren o Armani, otra en los noventa con la ropa deportiva y la incorporación definitiva en los años dosmil, con Hedi Slimane, con Dior Homme y con la creación de divisiones de moda masculina por numerosas firmas”.
Dos siglos después de su imposición, los que lo usan a diario aún gozan de las ventajas para las que fue concebido: “Quitando la corbata, el traje es muy cómodo por la mañana porque no tienes que pensar. Además, sienta muy bien”, declara Alberto, 32 años, trabajador en una empresa pública y uno de esos pocos hombres que lo viste por decisión, sin que forme parte del código de su organización. “Hay ciertas ideas que se transmiten a través de un traje: formalidad, rigor, seriedad, una cierta frialdad… que no son simplemente una cuestión indumentaria, son parte de la cultura empresarial y profesional”, apunta el jefe de redacción de Icon. Impresiones muy diferentes de las que emite por ejemplo una camiseta.
“La experiencia del teletrabajo durante el confinamiento puede haber cambiado la percepción”, opina Carlos, 38 años, abogado en uno de los grandes despachos de la capital. “Por primera vez hemos tenido videoconferencias recurrentes en el ámbito del trabajo, con compañeros, con jefes y también con clientes, en camisa más informal o incluso en polo. ¿Habrá perdido en tres meses el traje su status de prenda oficial? No creo que haya sido suficiente pero sí una prueba de que cabe flexibilizar la vestimenta”, añade el abogado. Por algo similar apuesta Primo: “Las profesiones en las que ha sobrevivido el traje son muy escenográficas. Hay toda una puesta en escena que tiene que ver con grandes sedes, reuniones… Si en el derecho han permanecido las togas, ¿por qué no va a sobrevivir el traje?”. Entre el traje con corbata y el vaquero con camiseta hay todo un mundo de fórmulas intermedias que, al menos de momento, se posicionan como claras vencedoras.
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