Sharon Stone en ‘Casino’ o cómo vestir cada día como si fuese el último de tu vida
La intérprete luce hasta 30 modelos diferentes en la película que le valió el Globo de Oro. Analizamos uno de los más llamativos, homenaje a André Courrèges.
En 1995 se estrenó Casino, un drama criminal dirigido por Martin Scorsese que, censurado en origen por sus numerosas escenas violentas, se rediseñó después para el visionado del público mayoritario. Está inspirado en la novela homónima, basada en hechos reales, de Nicholas Pileggi, quien participó en la redacción del guion junto al director neoyorquino. Era su tercera colaboración. El argumento es un embrollo de chanchullos macabeos. La cinta recorre una década en la vida de Sam Ace Rothstein (Robert De Niro), un apostador infalible reconvertido en el director del casino Tangiers propiedad de la mafia en el exilio. «Es un géminis, un triple géminis: dualidad. Géminis es la serpiente; no se puede confiar en ella», como lo define otro personaje en la ficción.
Entre tiro y tiro el protagonista tiene tiempo de enamorarse de Ginger McKenna Rothstein. Sharon Stone da vida a este personaje, el más interesante de la película porque encarna la dualidad víctima-verdugo y todos los vicios y virtudes de la ciudad. «Las Vegas son un túnel de lavado para la moral», como Ace define la localidad al arranque. Stone se hizo con el Globo de Oro a mejor actriz dramática y estuvo nominada a los Oscar como mejor actriz por este papel. En el largo, ambientado entre 1973 y 1983, la actriz de Meadville viste más de una treintena de conjuntos. Tenemos que hablar de Sharon Stone bajando de un jet privado en Casino.
El diseño del vestuario fue obra de Rita Ryack y John A. Dunn y define con precisión el ascenso de Ginger a los cielos del dinero cochino y su posterior descenso a los infiernos de la cocaína y el agua con misterio. Un armario armado con mucho brillo, pieles, estampados psicodélicos, reproducciones y piezas originales de los años 70 y una maleta repleta de joyas de Bulgari. La suma total de las prendas ascendía al millón de euros. O eso se publicó en la época. Tal vez solo era una herramienta publicitaria para atraer a las salas de cine a gente poco interesada en los testimonios de machotes sobre fuegos cruzados. Sharon Stone conserva una sola prenda del rodaje: el batín estampado de Pucci con el que su personalidad en la pantalla pasa a mejor vida en el pasillo de un motel con 3.600 dólares en monedas nuevas guardadas en el bolsillo.
Entre tanto vestido de noche de lentejuela metálica afilada y cortante y pesados animales adquiridos en mercadillos de segunda mano, destaca la reproducción de un conjunto de Courrèges. Ace y Ginger viajan de Las Vegas a Los Ángeles para esconder en un banco la guita que constituirá su seguro de vida si vienen mal dadas. Lo hacen en avión privado, para no levantar sospechas y porque mover dos kilos en billetes en un vuelo regular siempre es complicado. Él lleva un traje amarillo canario con camisa azul moretón y ella un dos piezas azul bebé metalizado. Tanto la minifalda como la chaqueta de espíritu futurista están logadas con la AG de André Courrèges en blanco, el color favorito del diseñador. También lo llevaba bordado la camiseta de punto canalé gris que apenas se intuye bajo la chupa de botones de corchetes. Puro Courrèges.
La minifalda la inventó la calle, aunque su autoría se la adjudicase la londinense Mary Quant, pero no habría sido lo que es sin las botas altas de Courrèges, que también afirmaba ser el padre de la falda corta. Por esta razón Stone calza unas botas blancas de caña alta y tacón sensato en la escena. Sin botas no es Courrèges. André Courrèges (9 de marzo de 1923 – 7 de enero de 2016) fue alumno de Cristóbal Balenciaga hasta que en 1961 fundó su propia casa. Insufló aire fresco a la Alta Costura gracias al traje-pantalón en los 60. En otoño de 1964 presentó su colección futurista inspirada en la conquista espacial y todo el mundo se volvió literalmente loco por esta tendencia. Hasta Pepa Flores cantó el Porompompero vestida de extraterrestre.
La elección de las reproducciones del conocido como El Le Corbusier de la moda no es baladí. Los Rothstein, que vivían en el casino sabiendo que cada noche de juego podía ser la última, también pensaban en su futuro y el futuro era espacial, incluso una década después de la propuesta de costura del francés. Solo las maxiargollas de oro de la rubia protagonista reubican la acción a principios de los 70.
En la escena Sharon y Robert parecen un par de embajadores del estado de la legalidad distraída en visita oficial al país donde nadie pregunta de dónde has sacado lo que llevas guardado en el maletín. Solo les falta saludar desde lo alto de la escalera del avión para convertirse en la parodia perfecta del presidente y la primera dama. Una versión yeyé del matrimonio presidencial Nixon, especialmente viajeros, amantes de invertir en obras de arte pagadas por las arcas públicas para reforzar su posición de poder ante los ojos del aliado y el enemigo y con final fatal (Richard es el único presidente de los EEUU que ha dimitido de su puesto debido al escándalo del Watergate).
El pasado enero Melania Trump embarcó vestida con un traje chaqueta luto de Chanel y aterrizó en Florida con un caftán setentero de Gucci. Ya no era primera dama, es una ciudadana más. Ginger tampoco era la primera dama de los casinos en Los Ángeles, su dominio se limitaba a la ciudad de Nevada, por eso su conjunto corto respiraba unos aires de libertad distintos a los modelos que lucía en Las Vegas. El futuro de Ginger está rodado, el de Melania aún está por escribir, pero pinta más halagüeño.
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