Orgías artísticas y otras 6 cosas a las que nos hemos enganchado en 2017
El mundo cambia rápido. También lo que nos atrapa, toca hacer balance de lo que llevamos de año para saber qué nos ha seducido.
Si algo tienen en común los políticos actuales es que se sienten mucho más cómodos que sus mayores usando un término que adoran: seducción. Albert Rivera recomendó a Rajoy la tarea de «seducir al PSOE», Íñigo Errejón no dejaba de buscar la «seducción» antes de Vistalegre 2 y Borja Sémper espera, eso, seducir a nuevos votantes para el PP. Será que se han imbuido del discurso publicitario –«Sí alla seduzione»– o que, como dijo Jean Baudrillard, ya en 1993, «se puede decir que todos los discursos se han convertido en discursos de seducción». Lo que sigue es una lista de cosas que, acudiendo a la RAE, «embargan o cautivan el ánimo», aquí y ahora.
El empoderamiento a través del orgasmo.
Como aquellos carteles de «aprende a tocar la guitarra», la aplicación OMGYes promete enseñar a mujeres y hombres el camino más directo al orgasmo femenino, con unas 12 rutas complementarias. La actriz Emma Watson se convirtió en la embajadora de esta app, que cuesta unos 30 euros y que es un ejemplo más del coaching sexual que está encontrando nuevas vías para llegar a su público natural. En YouTube arrasan jóvenes educadoras sexuales como Laci Green, una veinteañera hija de un musulmán y una mormona que alcanza millones de seguidores en todo el mundo a través de su programa Sex Plus, o Hanah Witton, británica y licenciada en historia que reivindica el feminismo sex positive en sus vídeos y en el libro que acaba de publicar, Doing It! Tanto ellas como la quebequense Ina Mihalache usan un tono entre didáctico y confidencial para asegurarse de que las adolescentes que les siguen no engrosan las estadísticas que calculan que un 40% de las mujeres sigue sin alcanzar el orgasmo en el sexo.
También los podcasts difunden un mensaje sin prejuicios.
Audio Smut lo arrancaron un grupo de trabajadoras sexuales que hablaba con franqueza de sus vicisitudes, sin glamurizar lo que hacen ni criminalizarlo. Esos capítulos siguen disponibles, pero el programa se transformó hace unos meses en The Heart, que amplió el foco con máximo interés en las historias personales. Destaca el episodio Intimacies, en el que una dominatrix narra su día a día. En la SER, Celia Blanco conduce Contigo dentro, en el que los oyentes aportan sus experiencias.
Los memes en la moda y en otros mundos.
Según el experto en marketing digital Jayson DeMers, las marcas tienen que andar con cuidado a la hora de incorporar memes en su comunicación. Y nunca, por ejemplo, hacerse sitio a codazos en una subcultura internetera o «utilizar literalmente algo que debe ser sarcástico». Las reglas, sin embargo, no sirven para Gucci, que parece capaz de cualquier cosa, incluso rebautizarse como Guccy. La marca se asoció con la ilustradora Angelica Hicks, autora de irónicos memes sobre la moda, para una colección limitada de camisetas, y pidió a tótems de las redes como @champagneemojis o el artista @austinleee que adaptaran frases e iconos interneteros a su comunicación.
Para constatar que las marcas no quieren permanecer ajenas a un lenguaje tan goloso como el de los memes, solo hay que ver la evolución de cuentas como @fuckjerry. Elliot Tebele la empezó en 2011 como un Instagram de agregación de chistes y ahora rentabiliza los más de 40 millones de seguidores que tiene combinando sus diversas plataformas para crear campañas ad hoc para Warner, Paramount o Burger King. El secreto es que parezcan nativas de Internet sin que se note demasiado la mano del que paga.
Lo basado en hechos reales.
¿En qué momento la ruda crónica de sucesos pasó a ser el género más prestigioso? Pudo ser tras el éxito del podcast Serial. O quizá cuando HBO estrenó The Jinx. O cuando Netflix programó Making a Murderer. El caso es que los crímenes reales nunca habían recibido tanta atención y mimo. A la siempre creciente oferta de los canales de pago –Netflix investiga en The Keepers el caso de una monja que pudo ser asesinada para silenciar sus denuncias de pederastia– se suma ya la producción española. Justin Webster consiguió hacer un Fargo real con la deslumbrante serie documental Muerte en León –sobre el crimen de la presidenta de la Diputación y del Partido Popular en la provincia, Isabel Carrasco–, y Elías León Siminiani ha hecho algo parecido con El caso Asunta en Antena 3.
Alrededor de estas series, de tanta calidad que su coartada cultural está contrastada, surgen nuevas dudas éticas y morales. ¿Está bien seguir un caso que implica muertes muy reales como quien se engancha a una serie de ficción? «Recibimos un chute de adrenalina como premio por ser testigos de las acciones de un asesino», reflexiona el profesor de Criminología, Scott Bonn. En realidad, todos los títulos citados hacen bastante más que eso y pintan retratos muy sutiles de las víctimas, los verdugos y sus entornos. En la época de la posverdad, seduce lo real.
El gran potencial de las mujeres de 60.
Kathryn Bigelow tardó mucho más que sus contemporáneos –que su exmarido James Cameron, por ejemplo– en ser reconocida con el Oscar y en agosto, a los 65, estrenará Detroit, un filme sobre las revueltas que se vivieron en la Motor City en 1967, que nadie podrá resistirse a comparar con la resistencia anti-Trump. El Oscar tardío dejó claro que a ellas les cuesta llegar alto mucho más tiempo. Pero el reconocimiento, por fin, parece que ha llegado y está calando hasta el punto de seducir al gran público.
Phyllida Barlow acaba, a los 73 años, de representar a Gran Bretaña en la Bienal de Venecia. Su lugar preferente en el panorama del arte contemporáneo no parecía nada probable hace menos de una década, cuando se jubiló tras 40 años dando clases en escuelas de arte a la vez que criaba a sus cinco hijos. Para ella, el retiro supuso la oportunidad de dedicarse a su obra sin lastres, en un momento vital en el que, especialmente a las mujeres, se les supone ajenas a toda ambición personal.
Christine Baranski, la actriz de The Good Fight, puede contar una historia similar. Su primer papel estelar, tras una carrera de secundarios, le llegó a los 65. O Elizabeth Strout, la autora de Amy e Isabelle (Seix Barral), que ha tenido un éxito internacional con Me llamo Lucy Barton. Y cualquiera que mire el Instagram qué estrenó hace meses Isabelle Huppert, cuando andaba de exhaustiva promoción por Elle, podría confundirla con una actriz novata y no con la decana del cine de autor que es, dado el entusiasmo y la cierta ingenuidad –es osado usar la palabra en un contexto Huppert– con la que enseña su nuevo corte de pelo, posa de gala o comenta su aparición en un late show.
Otra de las mujeres que han saltado a las páginas de los periódicos en los últimos tiempos es Maye Musk. Y no por su trabajo de modelo, que desempeña impecablemente desde hace 50 años. Se habla de ella, a sus 69 años, como la impulsora de su hijo, Elon Musk, el presidente de Tesla (que también está detrás de la creación de PayPal), a quien se ha llegado a calificar como el emprendedor más famoso de esta generación por pretender inundar las carreteras con sus coches eléctricos. Ella zanja el tema afirmando: «Yo era famosa antes que él».
Pero quizá, la aparición en el horizonte mediático de Brigitte Trogneux, la esposa de Emmanuel Macron, ha sido la más sonada. El hecho de que un hombre de 39 tenga una pareja de 64 abonó los rumores de homosexualidad. ¿Por qué otro motivo se juntaría un macho joven y poderoso con una mujer que dejó atrás la edad de reproducción? Esa era la premisa misógina. Sin embargo, el nuevo presidente ha sabido cambiar las circunstancias a su favor. En su investidura, Laurent Fabius citó a Chateaubriand para reconocer a Macron como «un hombre de su tiempo», y añadió, dramáticamente, «incluso en su matrimonio». Ella, antes profesora de teatro de su marido y ahora su asesora, vestida de Ghèsquiere para Vuitton, sonrió.
Los nuevos galanes, machos pero no tanto.
El protagonista de Baywatch, Dwayne The Rock Johnson, mantiene el título de «hombre más sexy del mundo» que tan ceremoniosamente otorga People y sale además en la portada del número especial de comedia de Esquire, en una muestra del desdoblamiento que en 2017 se le requiere al galán medio. «Musculado, pero sensible; lanzado, pero preparado para practicar la autoironía con humor», según define Timothy Shary, editor del libro Millennial Masculinity: Men in Contemporary American Cinema. Según el profesor, los nuevos actores protagonistas «todavía necesitan ser machos pero se tienen que dar cuenta de que ya no se les da permiso para ser arrogantes y egoístas». De ahí que Chris Pratt no se convirtiera en superestrella hasta que perdió su barriga y la transformó en abdominales de acero, pero se ría de ello en su Instagram y no pierda la vis cómica en Guardianes de la galaxia, o que Ryan Reynolds transformase el modelo de superhéroe en Deadpool.
Hace unas semanas, en Saturday Night Live, un Chris Pine –el partenaire de la nueva Wonder Woman– cómico y desatado daba un tutorial de cómo distinguirle a él de los otros tipos duros llamados Chris que pueblan las franquicias de Hollywood y se apellidan Hemsworth, Evans y Pratt. Todos, incluso Hemsworth, que aceptó hacer de hombre florero en la Cazafantasmas femenina, forman parte de este nuevo canon. Según Sheary, el fenómeno tiene que ver con «la respuesta al feminismo del siglo XXI» y con el ocupante de la Casa Blanca. «La actitud descreída, que viene de estrellas del pasado como Steve McQueen o Burt Lancaster, se basa en aparecer estoicos y no orgullosos. Los héroes no pueden ser prepotentes, ni los actores que los interpretan. Con nuestro actual presidente acaparando hambriento cualquier foco que le pongan delante para expresar su propia grandeza, crecerá la resistencia a tanto egoísmo. El poder es más intrigante y aceptable cuando parece humilde».
Las orgías artísticas.
El hombre que plantó un consolador anal en plena plaza Vendôme de París para celebrar la Navidad –las almas inocentes también podían ver un abeto festivo– y puso un Pinocho fálico frente a la Tate Modern, el polémico artista Paul McCarthy, volvió a los lienzos tras 30 años de trabajos en vídeo y performances, pero no dulcificó sus intenciones. «La viscosidad de la pintura le recuerda a los fluidos corporales», apunta el galerista Moishan Gaspar, que ha traído su obra a la Fundació Gaspar de Barcelona. Se exponen 13 pinturas y 31 dibujos, escenas explícitas, tirando a salvajes, que mezclan sexo y escatología. «Se piensa de él que es solo un provocador, pero esa no es su finalidad, a él le interesa explorar ciertos conflictos», asegura Gaspar. Y esa dualidad atrapa. Por eso su obra ha ganado en atractivo ahora, por su «capacidad para dirigir el caos contra la normalidad americana», como señaló (antes incluso de Trump) The New York Times.
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