El misterio de Mina: ¿por qué la cantante italiana lleva confinada desde 1979?
‘Mujeres recluidas’- capítulo 4: al estilo de una Marisol/Pepa Flores, Mina, una de las más grandes estrellas de la canción ligera italiana decidió desaparecer para el gran público y encerrarse en su casa suiza a finales de los setenta. Las razones nunca han estado claras, pero a los 80 años sigue en sus trece.
La semana pasada, la cantante italiana Mina cumplió 80 años. En estricto confinamiento. Y no sólo por las circunstancias globales. La reclusión, a Mina, le viene de lejos. De tan lejos que estas últimas semanas ha corrido un meme por toda Italia en el que se podía leer: “Mina no sale de casa desde el 23 de agosto de 1978. Mina es inteligente. ¡Sé como Mina!”. Aparte de lo ingenioso del chascarrillo, este meme nos viene a recordar que Mina, 42 años después de su casi total desaparición pública sigue siendo un referente que vale para casi todo. Incluso para quedarse en casa.
Pero, ¿qué empujó a la exitosa Mina a desterrarse fuera de su Italia natal y a no mostrarse nunca más ante un público que, sin embargo y a fecha de hoy, la sigue adorando? La libertad sería la respuesta más breve y también la más certera. En una Italia católica y antigua, la modernidad de la libertaria Mina la convirtió en una especie de morboso enemigo público.
Mina, nacida Anna Maria Mazzini (Lombardía, 1940) se inició muy rápido en esto del canto: su abuela Amelia era cantante lírica. Su primera actuación, en 1958, casi improvisada, enseguida atrajo la atención sobre ella. No habría que esperar mucho para su primer éxito: Tintarella di luna en 1959. A partir de ahí, se suceden los Festivales de San Remo de los que siempre saldría algo decepcionada.
Gigi Vesigna, periodista, escritor y también amigo de Mina, afirmaría en una entrevista recogida en la web de la artista: “Había hostilidad hacia Mina. Fue rigurosamente desmantelada. Había premeditación. Ella sufrió por eso, estuvo muy amargada. Le resultaba incomprensible que así, de repente, todos se sublevaran en su contra”.
Uno de sus primeros éxitos, Il cielo in una stanza, ya marcaría lo que sería una constante en su carrera: el escándalo. La interpretación del tema que, claramente, alude a una relación sexual, y encima interpretada, y de qué manera, por una mujer, levanta tal polvareda que la canción llega a ser censurada. A partir de ahí, Mina tuvo que enfrentarse a toda clase de sinsentidos, oprobios, acosos y persecuciones.
La siguiente polémica no se hizo esperar. A pesar de sus intentos por ocultar el embarazo e incluso de irse a Reino Unido a dar a luz, en 1963, todos los periódicos se hacen eco de la noticia: Mina está viviendo un romance con el actor Corrado Pani del que está embarazada. Se da la circunstancia de que Pani, por aquel entonces seguía casado, por mucho que de facto ya estuviera separado. Se desata el infierno. La RAI le impone un veto temporal previsto, en principio, para dos años. L’Osservatore Romano la tacha de ‘pecadora pública’. Y ella se defiende como puede ante una feroz Oriana Fallaci: “Si hubiera roto una familia, lo entendería. ¡Pero ya estaba rota antes de que yo llegara!” La presión fue tal que Mina y Pani tuvieron que irse a vivir a un hotel. Y no por gusto: era la única manera de eludir una cárcel segura. Si compartían casa, el concubinato quedaba patente y la pena de dos años, resultaba ineludible.
Finalmente, la prohibición de aparecer en pantalla en la televisión italiana se levanta antes de lo previsto debido a la presión del público que requería una y otra vez a su diva. Mina vuelve a la televisión el 10 de enero de 1964. Pero, por el camino, la cantante había pasado un verdadero calvario por el mero hecho de ser madre soltera. Paparazzo a la puerta de su casa y una enconada persecución mediática que ella no dudó en calificar como “una auténtica caza de brujas”. Una cacería que, lejos de domesticarla, la hizo más fiera (por algo es conocida como la tigresa de Cremona, su lugar de origen). Tras el escándalo, Mina reaparece mutada, convertida en otra. Con el pelo teñido de platino, fumando, las cejas depiladas y un maquillaje exageradísimo más propio de una máscara teatral que de una diva pop. Mina ya había sentado las bases de la mascarada que la mantendría a salvo, misteriosa e indescifrable, hasta hoy.
La historia con Parri termina en 1967 y empieza una relación con su arreglista Augusto Martelli, relación que, sin embargo, ella siempre ha negado. El idilio dura tres años y, una vez más, es Mina quien decide romper dejándole por Virgilio Crocco. “Mina no da explicaciones, ni pide consejos” diría Martelli al respecto. Crocco, padre de su segunda hija, la ahora actriz Benedetta (por cierto, novia de Bunbury en los noventa) fallecería en 1973 en un accidente de coche, años después de que su romance finalizara.
A pesar de los éxitos encadenados de Mina, de ser la cantante italiana más famosa del mundo, de lo increíble de su rango vocal, de cobrar por minuto lo mismo que un magistrado en un mes (150.000 liras), la vida personal de Mina no parecía muy dichosa. En 1965, su hermano, también cantante, conocido como ‘Gerónimo’ fallece, también víctima de un accidente de coche.
Hasta su última aparición, en 1978, Mina no cesa de lanzar señales de que no acababa de sentirse ni cómoda, ni identificada con aquello en lo que se estaba convirtiendo. En una entrevista a Playboy haría hincapié en el lado ingrato de la fama, en que su corte de pelo, su aspecto físico o si llevaba o no una minifalda habían eclipsado sus canciones. En otra entrevista concedida a la revista Garbo en 1967 diría: “La verdad es que ahora el trabajo absorbe mi jornada hasta el extremo de anular casi por completo mi vida privada. Ahora ya no soy una mujer o una criatura, sino un robot, o mejor, una jukebox que canta”.
1974 sería el año de su última aparición televisiva en vivo junto a Raffaella Carrá. Casualmente el mismo año en el que su profético “Non gioco più” se convirtió en un éxito. Efectivamente, el juego se había terminado. Su último concierto fue en su querida Bussola, en 1978. Tras cantar “Ancora ancora ancora” se despidió con un contundente: “¡Váyanse ustedes a la mierda!”
Ese mismo año, Mina abandona Italia para instalarse en Lugano (Suiza) donde aún reside. Y desde aquel día sólo se ha dejado ver dos veces. Una en 2001, cuando abrió las puertas de su estudio de grabación, dando en streaming un vídeo en el que se la podía ver grabando en vivo. Más de cincuenta millones de personas intentaron acceder al histórico documento provocando, obviamente, el colapso. La segunda vez fue aún más rocambolesca. En 2009, Mina iba a ser la encargada de abrir el Festival de San Remo. Lo hizo, sí, holograma mediante entonando las notas del Nessun Dorma de Turandot. Su compatriota Patty Bravo arremetió contra ella tachándola de “falta de coraje” y calificando la futurista actuación de “ectoplasma”. Curiosa acusación a una mujer que durante toda su vida ha hecho gala de un coraje inusitado enfrentándose a toda institución que se le pusiera por delante. Recordemos que en el año 1975 se hartó a cantar L’importante è finire, un himno a la importancia de llegar al orgasmo. De hecho su amigo Vesigna difiere de esa visión de Bravo y define a Mina como “valiente. Una persona absolutamente ingeniosa, chistosa, aguda, irónica, que aprecia mucho el buen humor y a la que no le gusta mucho la gravedad. Mina es capaz de tomárselo todo siempre desde una perspectiva irónica”.
Mucho se ha rumoreado sobre las causas de la reclusión de Mina. Desde el miedo a mostrar su envejecimiento hasta el, en estos casos, recurrente pánico escénico pasando por una posible ceguera o la necesidad de cuidar su vida personal por encima de su carrera artística. La clave la dio Martelli cuando Mina desapareció del mapa: “Lo único que ella quería era conseguir por fin su libertad para hacer lo que quisiera, ya fuese comer, engordar o enamorarse sin ser juzgada”. Una razón de peso para una mujer que, en palabras de su hijo Massimiliano, es “la mujer más libre que conozco”.
Y en todas estas décadas de reclusión, Mina no ha dejado de estar presente y de permanecer, ya no en el recuerdo sino en el más vivo de los presentes. Del año 2000 al 2011 escribió una columna en La Stampa dando su particular visión de la vida. Entre el 2003 y el 2015, colaboró con el Vanity Fair italiano respondiendo cartas de lectores. Pero, sobre todo, en todas estas décadas de confinamiento no ha dejado de sacar discos. A un ritmo frenético. Uno doble cada año hasta 1995. Y casi uno por año desde entonces hasta ahora. Y, como siempre, experimentando con todo (jazz, electrónica, pop, ópera) y dejándose ver en esas fastuosas portadas repletas de ironía. Desde la cabeza de un mono en la portada del álbum titulado Selfie hasta esa en la que su cabeza aparece incrustada en el cuerpo de un culturista, aquella otra en la que se convierte en Gioconda, o esa otra en la que enseña desafiante los dientes (bastante antes de que Isabel Pantoja lo acuñara como grito de guerra). Por no hablar de una en la que aparece obesa quizás respondiendo con sorna a todas esas teorías que achacaban su encierro a un aumento de peso; o esa otra en la que aparece cual mujer barbuda en alusión clara a ese momento en el que se sintió más un monstruo de feria que una privilegiada cantante con una portentosa voz. “Parece que vienen a verme en lugar de escucharme, como lo haces con la mujer barbuda en el Luna Park”.
Ahora Mina, la mujer de la que la mismísima Sara Vaughan dijo que “Si no tuviera la voz que tengo, quisiera tener la voz de una muchacha llamada Mina”, vive con el cardiólogo Eugenio Quaini (su pareja desde 1981 con la que está casada desde 2006), es abuela y sigue, como siempre, ajena a un mundo cuyas leyes nunca fueron las suyas.
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Otras mujeres confinadas de esta serie:
María Callas
Yayoi Kusama:
Leonora Carrington:
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