El eterno retorno de Dolce & Gabbana: «En realidad no somos nostálgicos, sino conscientes de nuestros orígenes»
Los creadores recuperan gracias al influjo de las Kardashian algunos de sus tesoros de archivo y el resultado es una colección con glorias del pasado y absoluta proyección de futuro.
Domenico Dolce y Stefano Gabbana no son aficionados a perderse en circunloquios innecesarios. La literalidad es una de sus virtudes y su colección para esta temporada adopta un enfoque casi museístico, sin coartadas: cada prenda lleva cosida una etiqueta con el año en que se lanzó por primera vez. Son, piezas de archivo adaptadas al gusto actual, un moodboard encarnado en prendas de hoy. Y, en esta ocasión, el culto a la celebridad no es una estrategia de imagen, sino la propia base del proceso. Kim Kardashian, reina invicta de las redes y de la moda más mediática, ha ejercido como comisaria de una colección creada “a seis manos”, asegura Gabbana. “El punto de partida de la colección fue el diálogo y la amistad con Kim Kardashian”, añade. “De hecho, el proyecto nació espontáneamente, cuando Kim y sus hermanas nos pidieron, con motivo de la boda de Kourtney en Portofino, que les abriéramos nuestro archivo de los años noventa y dos mil para elegir prendas de la época. Lo uno llevó a lo otro”.
Dolce y Gabbana, con su habitual perspicacia para leer el signo de los tiempos, tomaron nota. Sin morriña, pero con orgullo y sentido práctico. “En realidad no somos nostálgicos, sino conscientes de nuestros orígenes, de los vestidos que han marcado nuestra historia y nuestro ADN”, explica Dolce, que acota con precisión el arco temporal que inspira su colección de esta primavera. “Hemos trabajado con prendas de 1987 a 2007 y lo hemos mezclado todo. Ha habido una contaminación espontánea entre Kim y nosotros. Sabe exactamente lo que quiere”.
Las piezas que protagonizan estas páginas dan fe de este minucioso revival de los noventa, la era que vio el ascenso de estos dos diseñadores que tomaron el relevo de la generación precedente —Versace, Cavalli, Gigli— y supieron intuir, en plena fiebre minimalista, un nicho de mercado para su hedonismo sexi, mediterráneo y suntuoso. También hay referencias a los primeros años dosmil, aquellos años que fueron testigos del amanecer de internet y la celebridad pop como entretenimiento de masas, y que hoy fascinan a los zetas. No es retórica: últimamente, los clásicos de Dolce & Gabbana arrasan en las tiendas vintage de internet. “Nos ha sorprendido gratamente que los jóvenes hayan sido quienes han mostrado más interés”, explica Dolce. “Esto nos ha hecho reflexionar sobre lo que la gente desea ahora. Nos hemos dado cuenta de que los trajes del pasado siguen siendo contemporáneos”.
Sobre la pasarela, el pasado septiembre, se vieron prendas cuajadas de pedrería, bustiers arquitectónicos, monos entallados, vestidos metalizados o plastificados, abrigos enormes sobre prendas ajustadísimas, transparencias, escotes, encaje, gargantillas, vaqueros rotos, crucifijos, lencería, trajes que marcan las caderas y túnicas que se ciñen al cuerpo como vendajes. Pura dinamita dosmilera con cromatismo de ahora —“solo negro, beis, varios tonos de gris y burdeos, y un solo estampado, de leopardo”, detalla Dolce— y alusiones implícitas a las mujeres —Linda Evangelista, Naomi Campbell, Eva Herzigova, Isabella Rossellini, enuncian los diseñadores— que pueblan su imaginario.
Kim Kardashian se reconoce en estas referencias; su imagen, comiendo espaguetis a cámara lenta como una estrella del Hollywood clásico en Cinecittà, presidió buena parte de la presentación. Todo transparente. Lo que se ve (y se ve mucho) es lo que hay. Hace tiempo que Dolce y Gabbana no se esconden: su imaginario les pertenece, y la pujanza de su negocio los avala. “Somos dos diseñadores que han convertido su trabajo en su mayor pasión”, explican. “Somos todo lo que contamos con nuestras colecciones, dos personas apegadas a Italia, a su arte, apasionados por la vida, con curiosidad por todo y muy atentos al presente, a lo que sucede ante nuestros ojos. Si podemos presumir de haber logrado construir algo, se lo debemos a nuestra voluntad de contar quiénes somos, para bien y para mal”.
Estilismo: Juan Cebrián. Modelo: Betty Schupp (Trend Models). Maquillaje y peluquería: Matthew Touzzoli (Kasteel Artist
Management) para Oribe Hair Care y Dior. Asistente de fotografía: Pedro Urech Bedoya. Asistente de estilismo: Paula Alcalde.
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