_
_
_
_
_

El engaño de la durabilidad: ¿vale siempre el ‘compra menos, elige mejor, haz que dure’?

Esta idea se ha convertido en la protagonista del discurso sostenible. Sin embargo, el mensaje que transmite no alcanza a todos por igual ni significa lo mismo para todo el mundo

De arriba abajo y de izquierda a derecha:  Vivienne Westwood en su lookbook de p-v 2019, vestidos negros, ambos de la colección de p-v 2023 de The Row, dos diseños de la cápsula SRPLS, de Zara, y bolsos de p-v 2023 de Bottega Veneta.
De arriba abajo y de izquierda a derecha: Vivienne Westwood en su lookbook de p-v 2019, vestidos negros, ambos de la colección de p-v 2023 de The Row, dos diseños de la cápsula SRPLS, de Zara, y bolsos de p-v 2023 de Bottega Veneta.Ilustración: Mar Moseguí

Parece un jeroglífico. Y, encima, para descifrarlo hay que dar primero con él, que tampoco es sencillo. Escondidos en las etiquetas del interior de prendas y calzado, los iconos que revelan cómo tratar la ropa todavía resultan un misterio para muchos. También porque a pocos nos importa. La mayoría de lo que compramos ni siquiera está hecho para subsistir más allá de la temporada de rigor. Y, sin embargo, de esos símbolos depende en gran medida la traída y llevada durabilidad, incluso la de aquellos productos que no han sido programados para ella. Hay que saber interpretarlos, claro. Pero no solo.“La de la durabilidad es una cuestión compleja porque tiene que ver con el tiempo. Y la noción de tiempo cambia según la sociedad. Se trata de un fenómeno tipificado en años cuyo objetivo es la prolongación de la vida útil de la prenda o producto, pero esa longevidad es subjetiva y culturalmente condicionada, lo que impide reducir la durabilidad a una experiencia única”, explican Kate Fletcher y Anna Fitzpatrick, investigadoras del Centro de Moda Sostenible del London College of Fashion, que apuntan en varias direcciones en su intento por acotar al concepto, incluida la descolonización de ciertas ideas de imposición blanca y occidental: “Durable es la ropa que pasa de generación en generación. Durable es la pieza que se mantiene intacta tras años de uso. Durables son la tierra y los ancestros, no lo que vistes. La durabilidad también es una práctica que se les daba mejor a nuestros padres y abuelos, quizá como reflejo de las diferencias sociales del momento”. Y rematan arguyendo que “las habilidades que poseían para producir artículos duraderos debería ser algo a aprender por quienes venimos detrás”.

La conclusión, si no definitiva, al menos sí reveladora, de Fletcher y Fitzpatrick (autoras de Decentring Durability: Plural Ideas and Actions of Long Lasting Clothes, estudio realizado en 2021 para el proyecto Lasting, impulsado por el Consejo de Investigación noruego) es que, por mucho que se quiera regular, la extensión en el tiempo de aquello que nos ponemos depende casi exclusivamente de cada cual, no de las más o menos arcanas instrucciones de una etiqueta. Es un asunto personal. Y, sí, está vinculada además a factores tan aleatorios como el género, el cuerpo, el lugar y la comunidad a la que se pertenezca, las políticas económicas, los sentimientos de orgullo o culpa asociados a las prendas y hasta los mitos/narrativas indumentarias, aparte del mero diseño y confección, aunque sea en ellos donde empieza todo. Jonathan Chapman lo llama “durabilidad emocional”, según la expresión acuñada en su libro Meaningful Stuff: Design That Lasts (MIT Press, 2021). “Somos consumidores de significado”, sostiene el profesor y jefe de doctorado de la Escuela de Diseño de la Universidad Carnegie Mellon de Pensilvania. En efecto: la ropa que importa (aquello del “que procure alegría”, que decía Marie Kondo) es la ropa que se conserva y, por ende, la que dura.“Aunque crítico, ese clic psicológico no siempre resulta fácil de conseguir. El significado a menudo proviene de lo inesperado, una cualidad difícil de garantizar para un diseñador”, tercia Suz Okie, directora de estrategias creativas y economía circular de la consultora estadounidense GreenBiz Group.“Aunque existen maneras de tocar la fibra sensible, y todas tienen que ver con el diseño que pone a quien va a usarlo en el centro”, continúa. Y enumera: “Incentivar la conexión con el relato del producto a través de una historia, dotar de un halo de novedad a esas piezas concebidas para envejecer con gracia, o generar un vínculo permitiendo la customización o facilidad para el arreglo. Si el objetivo es prolongar el ciclo vital de la ropa, la mejor oportunidad de alcanzarlo está en la fase de diseño”. Problema: si el estilo —carácter, peculiaridad— no vibra en la misma onda que la resistencia física —los tejidos y la confección—, no hay prenda que pase la prueba.

Desde los años sesenta del pasado siglo, la ropa empezó a dejar de estar pensada para durar. Entonces, la industria de la moda capitalizó el revolucionario zeitgeist aprovechando el pujante flujo de dinero adolescente, que sobre todo derivaba en gasto textil. Pero no fue tanto una respuesta a las necesidades indumentarias diferenciales de los jóvenes de la época como una triquiñuela para generarles nuevas necesidades de compra. De aquellos polvos, estos lodos, en especial por lo que le toca a la moda rápida. Hoy, la reacción contraria, ecoconcienciada y responsable, espoleada por la muchachada zeta vuelve la vista atrás en su consideración de la durabilidad como arma decisiva de la cruzada sostenible: de acuerdo a los últimos informes de Wrap, organización no guber-namental que opera en más de 40 países en aras de la emergencia climática, prolongar la vida de una prenda solo nueve meses más de lo programado en términos de estilo ahorraría 7.000 millones de euros en recursos. Por eso, la Plataforma para la Aceleración de la Economía Circular (PACE, por sus siglas en inglés) ha situa-do esta cuestión como primera llamada de su Circular Economy Action Agenda for Textiles, de la que participan lo mismo la ONU, la Fundación Ellen MacArthur, la Global Fashion Agenda, Vestiaire Collective o la Organización Internacional del Trabajo.Las iniciativas apelan al giro de guion en las prácticas de la industria, pero, para el caso, siguen señalando a las de consumo, cargando una vez más las tintas en el común de los mortales. “Usa menos ropa y por más tiempo”, reza el tercer mandamiento de la agenda de la PACE. Un mensaje que remite al “Compra menos, elige bien, haz que dure” propugnado por Vivienne Westwood, y resuena en el “Compra mejor, llévalo más tiempo” de Levi’s. Como si eso no es lo que hubieran hecho los pobres de solemnidad —e incluso no tanta— toda la vida, la durabilidad como única prerrogativa a la hora de vestirse (no olvidemos, además, que el concepto nace asociado a la ropa de trabajo, que tenía que ser resistente, véase el origen del pantalón vaquero). Convertida en su último santo grial, el lujo ha terminado por arrebatársela: lo que ahora mismo se pregona como duradero, también a mayor gloria del bochornoso quiet luxury, alcanza precios prohibitivos, imposibles de considerar siquiera como inversión.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_