El poder simbólico de esa bolsa de tela que llevas a todas partes
Los ‘tote bags’ se han convertido en un accesorio indispensable. Prácticos, estilosos, reciclables y una vía para expresar, a través de sus logos o mensajes, quién eres -o quieres ser-. Pero también un filón publicitario para las marcas. ¿Por qué nos fascinan?
Invaden las calles, los vagones de metro, la cola del súper y nunca faltan a un concierto. Las tote bag, esos bolsos de tela que cuelgan del hombro de medio mundo, se han convertido en el accesorio predilecto de mujeres, niños, señoras y hombres. Para estos últimos, de la mano del boom de los bolsos cruzados de logo visible, son una importante herramienta que derriba prejuicios y ha popularizado el uso del bolso entre el público masculino. Su rollo casual y su capacidad infinita las hacen candidatas ineludibles para sobrellevar rutinas: dentro van el tupper, los leggings, un libro… -Y no se descarta que alguna sea en realidad un portal dimensional-.
Otra de sus bondades es que son reciclables. Vienen sustituyendo desde hace años a las shopping bags de plástico. Un reclamo medioambiental que en algunos modelos se hace explícito con letras impresas que rezan: “Plastic free” o “No hay planeta B”. Mensajes y logos que las personalizan y que hablan de las inquietudes, ideas o referentes de quien las lleva, convirtiéndolas en un importante símbolo de identidad.
Publicaba recientemente The New York Times un artículo de Mikaella Clements sobre una misteriosa tote bag omnipresente en Berlín. De tela blanca, con mensajes ininteligibles en escritura medieval y un dibujo rojo, la periodista asegura habérsela visto por la ciudad a toda clase de individuos. Tras localizar su procedencia, las librerías Hugendubel, Clements concluye que esa bolsa que no defiende causa aparente, “a pesar de ser vendida por una marca y a falta de conocerse quién fue su autor, pertenece tanto a la ciudad como a cualquiera”. Casos parecidos se dan en otras urbes. En Nueva York proliferan las que están forradas por la tipografía y el logo de New Yorker. Se consiguen mediante suscripción a la revista y tienen su propia etiqueta en Instagram (#newyorkertotebag) para rendir cuenta de su popularidad.
Acercando el fenómeno a casa, ¿qué popera española no tuvo esa primera tote de Kling que invadió Madrid con su estrellita roja? o ¿en qué evento cultural granadino no hay un corrillo que lleva colgada la inconfundible bolsa con palmeras de Discos Bora Bora? Llevar la misma tote bag une. Nos convierte en tribu. Lo que pone en ellas nos acerca o nos distancia automáticament del otro, de sus gustos y entorno. La de aquella universidad donde hiciste el Erasmus, la de tu folclórica de cabecera o la que lleva escrita tu frase preferida del último disco de Taylor Swift pueden conseguir que, al verlas, quieras entablar una amistad inmediatamente o cruzarte de acera. Un ejemplo reciente del poder que un accesorio puede tener como pegamento social o para crear ruptura lo dejan las gorras rojas de MAGA popularizadas por Trump durante su campaña, que se toparon con una respuesta post elección también en forma de gorro. Los pussy hat rosas invadieron las manifestaciones feministas estadounidenses en repulsa a su entrada en la administración.
No solo hablan de lo que somos. También dejan ver aquello a lo que aspiramos. Llevarlas no necesariamente implica que seas lector acérrimo de esa publicación. Ni que seas coleccionista de vinilos -quizás tienes la bolsa para llevarlos, pero no tocadiscos-. Aunque te gustaría ser imaginado así. Ese espíritu, además de la moda en sí, es el que ha dado pie a que algunos de estos saquitos de tela se hayan convertido en auténticos objetos de deseo. La obsesión por las bolsas de London Review of Books ha trascendido hasta Corea del Sur, desde donde algunos fashionistas viajan hasta la capital inglesa para hacerse con montones de estas que después revenden de un plumazo en su país.
Firmas de moda como A.P.C. y Margaret Howell comercian las suyas propias. Algunas se dan de manera gratuita con las compras, pero también están a la venta. La firma británica, por ejemplo, vende las suyas, con su logo y en blanco o negro, a 40 euros. El lema parece ser: si no puedes pagar una prenda de la marca, hazte con su tote. De esta forma te identificas -y te relacionan- con ella y su estatus. Esta semilla que, según apunta la historiadora de moda Beth Dincuff Charleston en New York Post sembraría Roberto Cavalli a mediados de los 90, repartiendo bolsas con su logro tras un evento en el Met, ha derivado en una locura generalizada cuya excentricidad final es la reventa de esas bolsas de plástico o tela que las marcas de lujo (o no tanto) dan con sus compras, generando todo un mercado en internet. En BuzzFeed News, Stephanie McNeal demostraba cómo en Poshmark se venden bolsas medio rotas de Michael Kors por cuatro dólares o los estuches rosa millennial gratuitos en los que vienen empaquetados los productos de Glossier (a 22 dólares).
Desde el plano publicitario, la tote bag es una genialidad. Habitualmente nos las dan gratis tras pagar por un producto o servicio, sirviendo a su vez como reclamo para que nos hagamos con él. La profesora de yoga tras el estudio malagueño YogaYume explica a S Moda cómo lleva siguiendo esta iniciativa de crear sus propios bolsos dos años. “Los regalo cuando mis alumnas y alumnos pagan la última cuota del curso. Les encanta. En cuanto lo anuncio en mis redes, me preguntan y se llena la clase”. Como ella, otros empresarios, comercios locales o artistas ven cómo sus afines se hacen con las bolsas y las lucen orgullosos publicitándoles por el mundo. No son pocos los casos en los que, además, pagaremos ex profeso por ellas, puestas a la venta como un producto más no necesariamente relacionado con lo que comercia el local. De la famosa tote berlinesa de la libería Hugendubel se venden, a 1,50 euros, entre 60.000 y 120.000 ejemplares al año. Otras (merchandising de una banda, de esa panadería cuqui del barrio…), pueden adquirirse a precios que suelen oscilar entre los cinco y los veinte euros.
En un alarde de ese comportamiento tan propio de 2019, en el que la moda es subir Stories a Instagram mostrando en un imagen nuestra más reciente adquisición, asegurándonos de etiquetar a la marca para que lo comparta en su perfil; pagamos de nuestro bolsillo y nos colgamos del hombro con gusto la última tote bag llamada a representarnos.
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