¿Cuántas veces hay que usar una bolsa de tela para que sea más sostenible que una de plástico?
Las ‘tote bags’ eran una idea muy atractiva para sustituir al único uso de las de plástico. Sin embargo, al producirse de forma masiva pierden sus ventajas iniciales.
Haga un experimento: salga a la calle y cuente a cuántas personas ve que llevan una bolsa de tela. Habrá quien la use a modo de bolso y quien salga del supermercado cargando con un par de ellas llenas con su compra del día. La mayoría de esas bolsas llevarán algo estampado: un logo, una frase ingeniosa, una ilustración que hace referencia a algún producto cultural. Para muchos usuarios, son ya un accesorio de moda que sirve también para expresar una identidad: leo esta revista, me gusta el cine, he estado en Portland, escucho a este grupo de música… Para las marcas, son una forma de colgarse la medallita verde mientras los consumidores pasean gratis su logo. Si se le pregunta a alguna de esas personas que llevan una de estas bolsas, es muy posible que confiesen tener muchas más en casa. Algunos un par de ellas; otros, más de diez y más de veinte.
Una de estas personas es el músico Rodrigo Cuevas, que hace unos días publicaba en Twitter vídeo con el que, decía, buscaba “abrir el melón de las tote bags”. Con muchas bolsas de tela colgadas de los brazos y del cuello, explicaba por qué ya no las vende en su web. “¿Vosotros sabéis lo que significa fabricar todo este textil, transportarlo (…)? Todo este algodón que no sabemos dónde está producido, no sabemos dónde está ensamblado, no sabemos dónde está teñido, ¿vosotros creéis que es más ecológico que el plástico?”, decía en el vídeo (en asturiano).
Abro el melón de les Tote Bags pic.twitter.com/Z7ePTqlgXT
— Rodrigo Cuevas (@RodrigoCuevasG) September 19, 2022
El artista explica que decidió hacer el vídeo porque un par de personas le habían preguntado por qué ya no tenía este tipo de bolsas entre las cosas que vende como merchandising. “Las vendí una temporada y ya cuando se me acabaron, no hice más. Ya llevaba tiempo pensando que en realidad no quería hacer más tote bags. En cada sitio al que voy, en cada charla, me regalan una. ¿Pero cómo vamos a hacer más, si el textil es una de las cosas que más contaminan del mundo?”, asegura a S Moda.
Estas bolsas de tela o tote bags (aunque, técnicamente, las tote bags no tienen por qué ser de material textil) se empezaron popularizar hace algo más de una década como una alternativa mucho más sostenible y ecológica a las bolsas de plástico. La idea era tan sencilla como antigua: en vez de utilizar bolsas desechables para transportar la compra, volver a lo que se había hecho siempre, reutilizar en vez de usar y tirar.
A darle ese toque de glamour hipster a usar tote bags ayudó la diseñadora británica Anya Hindmarch, que en 2007 lanzó un bolso de algodón con el texto “I am not a plastic bag” (“no soy una bolsa de plástico”). Las vendía a 7,50 libras y crearon tal furor que llegaron a venderse 20.000 en una hora y a revenderse por más de 200 euros.
Culpar a Hindmarch de la burbuja de las tote bags en la que vivimos ahora es exagerado, pero fue su bolsa la que dio el pistoletazo de salida a la adopción masiva. Quince años después, las bolsas de tela ya no son una rareza. Sin embargo, su popularización no ha significado un panorama de sostenibilidad utópica en la cola del supermercado.
“El problema con las bolsas de tela es que las estamos usando como usamos las de plástico”, asegura Gema Gómez, directora ejecutiva y fundadora de la plataforma de formación y divulgación en moda, sostenibilidad y negocio Slow Fashion Next. “Dependiendo del material, una tote bag empieza a ser interesante en términos de sostenibilidad, entre cien y trescientas veces de uso”, explica. Si en cada lugar al que vamos nos dan una, si tenemos el perchero repleto de bolsas de tela que casi no usamos, el efecto positivo se pierde.
Hay algún estudio sobre esto. El que más se suele citar es uno publicado en 2018 por el Ministerio de Medio Ambiente de Dinamarca, que analizaba el impacto ambiental de distintos tipos de bolsas para hacer la compra. La conclusión era devastadora para cualquiera que siente que ayuda al planeta mientras escoge cuál de sus veinte bolsas de tela llevará ese día a la frutería: para compensar el impacto de su fabricación, cada bolsa de algodón tendría que ser utilizada 7.100 veces; si el algodón es orgánico, la cosa empeora y son necesarios 20.000 usos. Las bolsas de plástico, en cambio, necesitan menos utilizaciones.
Sin embargo, según un análisis del informe que realizó unos meses después el especialista en sostenibilidad Parkpoom Kometsopha, el ministerio danés acababa con esas cifras tan altas, entre otras cosas, porque medía el impacto en una categoría específica, la capa de ozono. Si se hubiese medido el impacto en el cambio climático, serían “solo” 150 usos para una bolsa de algodón orgánico. La conclusión, eso sí, es la misma: no tiene sentido tener tantas de estas bolsas. “Aunque una cosa sea sostenible, si se produce de forma masiva, deja de serlo”, resume la diseñadora Sandra Zaragoza, presidenta de la Asociación de Moda Sostenible de España (AMSE). Sin ir más lejos, en S Moda hemos preguntado a través de Instagram a nuestros lectores cuántas bolsas de tela tienen y la respuesta más común ha sido que al menos cinco, aunque muchos lectores han contestado que más de 10 e incluso de 20.
Lo que significa hacer una bolsa de tela
En esa medición del impacto que tiene una bolsa para el medio ambiente importa mucho qué es lo que se esté valorando. Las bolsas de plástico son correctamente vilipendiadas por el hecho de ser utilizadas una única vez (o muy pocas). Después, se convierten en residuos. “Hace años se hablaba de que el algodón es más sostenible que el plástico porque el plástico no era biodegradable, el algodón se degrada más rápidamente y se descompone en productos que pueden actuar como nutrientes”, explica María Ángeles Bonet, profesora del Departamento de Ingeniería Textil y Papelera de la Universitat Politécnica de València (UPV). “Sin embargo, en la sostenibilidad no debe considerarse sólo la biodegradabilidad, sino toda la cadena de valor del producto desde la obtención de las materias primas —donde el algodón consume mucha agua y los plásticos conllevan industria química—, hasta el fin de la vida útil del producto. Y ahí tiene que ver mucho la actuación del usuario final”, añade. Es decir, no es un blanco o negro.
Sobre el algodón, Sandra Zaragoza, de la AMSE, añade que además se fabrica todo fuera, lo que lleva un coste a nivel de huella de carbono muy grande. Un peso más hacia el lado malo en la balanza del impacto medioambiental.
También hay que tener en cuenta que no todas las bolsas de tela son iguales. Zaragoza pone como ejemplo que ella, en su marca de moda, produjo hace años unas tote bags. Se encontró con que no era nada fácil hacerlo de un modo sostenible. “Cuando las comprabas ya hechas, venían de fuera. Sin saber muy bien si el algodón era orgánico o simplemente era algodón crudo, sin saber bien dónde estaban confeccionadas”, explica. Al final, optó por comprar un tejido reciclado en un proyecto local, Recitex, en Alicante (donde reside ella).
Gema Gómez, de Slow Fahion Next, coincide en que hay que valorar distintos aspectos. “La sostenibilidad tiene tres patas: la medioambiental, la social y la económica. Y las tres tienen que balancearse”, asegura. A esto añade el estilo de vida, llevar siempre una de las bolsas encima y utilizarla si se compra algo. Aunque, según una encuesta realizada en 2014 por la firma de relaciones públicas Edelman, el 40% de los consumidores se olvidan sus bolsas reutilizables (en este caso, no eran de tela) en casa y acaban usando bolsas de plástico. Otra opción es hacerse con otra bolsa reutilizable en el mismo supermercado, pero no tiene mucho sentido si solo va a ser una bolsa más para dejarse olvidada en casa.
Lo más sostenible: usar lo que ya se tiene
La conclusión es sencilla: si ya tiene alguna tote bag en casa, úsela y no se haga con más, aunque se la regalen o sea muy bonita y jure que va a ser la última que se compre. En el caso hipotético de alguien que no tiene ninguna y vea que sí le va a resultar práctica, lo idea les poner también cierta intención y mimo en la elección de la bolsa. María Ángeles Bonet indica que, aunque “vale la pena cualquier bolsa que se reutilice y que permita minimizar el uso de productos de usar y tirar”, es importante considerar “que sean de bolsas 100% fibra única (algodón, poliéster, poliamida, …)”, lo que facilitará su reciclaje.
Gema Gómez, por su parte, indica la importancia del diseño: que sean fáciles de doblar, por ejemplo, para llevar en el bolso, que estén pensadas para poder usarse todas esas veces sin estropearse. Si no son prácticas, no se utilizarán. Es también importante el ecodiseño, apunta: “Que se puedan reciclar”.
Porque este es otro elemento importante que hay que tener en cuenta: ¿qué se hace con estas bolsas cuando termina su vida útil? “Una bolsa de tela cuya composición sea poliéster puede ser tan contaminante como una bolsa de plástico”, explica María Ángeles Boner. “Todo depende de si el usuario al final de su vida útil actúa correctamente y se puede reciclar. Pero para una reciclabilidad correcta, por citar algunos aspectos, la bolsa de tela debe componerse de un único material para facilitar el proceso de reciclado, una bolsa 50 % poliéster-50 % algodón, tiene difícil separación de fibras y por tanto reciclabilidad. Además, se deben tener en cuenta aspectos como la tintura o estampación de motivos o publicidad”, asegura.
El dónde reciclar también es un aspecto delicado. “El tema de los contenedores de textiles es un mundo bastante complicado”, señala Sandra Zaragoza. “Depende de cada contenedor, porque los gestionan empresas diferentes y o todas son de fiar. Hay que informarse mucho de quién está detrás”, añade.
Lo mejor es no tener que llegar a eso: que las bolsas no se conviertan en un residuo. Para esto, Zaragoza propone, simplemente, pensar nuevos usos: “uedes hacer fundas de cojines, bolsas del pan, neceseres, utilizarlo de materia prima para otras cosas que necesites…”.
Por último, más allá de los usos individuales que podamos darles a estas bolsas los consumidores, está también la responsabilidad de quien las produce o encarga su producción. Rodrigo Cuevas, que cree que también habría que repensar si tiene sentido seguir haciendo merchandising (“prefiero cargarme una industria que el planeta”, reflexiona), indica que lo que hay que hacer es pensar en qué es lo que se fabrica exactamente. “Tenemos que buscar cosas que la gente necesite, no podemos vender cosas que la gente no necesita», insiste. Y sentencia: «Tenemos que dejar de regalar y vender basura».
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.