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Cuando vestir cómodo y sin artificios también es empoderamiento

Tras varias temporadas de fantasías caprichosas y hasta restrictivas, marcas y diseñadores abogan por la comodidad en un ejercicio de sensatez.

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Getty Images / Ilustración: Mar Moseguí

“Una prenda que dificulta el movimiento no es una prenda bonita”. De todas las reflexiones, análisis, barruntos, consejos y aforismos que dejó Elizabeth Hawes (1903-1971), este es, posiblemente, el que menos se ha recordado hasta la fecha. Y, sin embargo, no puede ser más verdad. Lo recoge It’s Still Spinach (1954), continuación o segunda parte de Fashion Is Spinach, aquel visionario volumen de 1938 en el que la diseñadora, cronista y activista estadounidense ya refería la moda en los mismos términos críticos en los que hoy hablamos de ella. Un dardo tan certero que sigue dando en la diana. “Jamás compres una prenda sin haberla probado antes realizando todas las acciones que vayas a hacer con ella puesta”, advertía. Y, a continuación, recomendaba: conduciendo. O recomponiéndote el peinado. O agachándote para alcanzar ese condenado cajón de abajo. Si Elizabeth Hawes hubiera afinado solo un poco más la vista en sus previsiones de futuro —dotes para la clarividencia no le faltaban, no para las cosas del vestir—, seguro que habría incluido también el polo abotonado ajustado sin marcar, la falda con godets arremolinándose a media pierna, el calzado sensato. En efecto: el movimiento os hará libres.

La de la actriz, empresaria y gurú Gwyneth Paltrow en los juzgados de Park City (Utah) durante una semana, a finales del pasado marzo, es una de las imágenes definitorias y definitivas del año en términos de moda. Una lección magistral de estilo que, sorpresa —o quizá no—, daba el veredicto de aprobación a uno de los temas recurrentes en las colecciones para este otoño-invierno entonces recién vistas en las principales semanas de prêt-à-porter: la movilidad liberadora. “Aquí la belleza no viene determinada por la estética, sino por la acción. Las prendas son representaciones de la belleza de la realidad”, constataba el tándem Miuccia Prada-Raf Simons en su ya habitual pliego de descargo tras su desfile. A sus combinaciones de jersey de punto de algodón holgado at ease y falda con volumen o recta (larga o mini), el zapato planísimo, les salió una legión de admiradoras instantánea. Lo mismo que a los vestidos de geometría espartana con estampado/trampantojo fotocopiado de Loewe (menudo giro de guion el de Jonathan Anderson tras varias temporadas de surrealismo impracticable), las muy fluidas piezas plisadas de Nadège Vanhee-Cybulski en Hermès o las faldas midi oscilando a la cadera de Catherine Holstein en Khaite. “Se trata de sentirnos cómodas, y eso también es empoderamiento”, dice la nueva heroína del lujo silencioso.

Desfile de Khaite de o-i 2023-2024
Desfile de Khaite de o-i 2023-2024

La alusión a la última expresión favorita de la moda no es en vano. Sutilezas formales, cromáticas y publicitarias aparte, la libertad de movimientos y la comodidad no son solo otros de los valores de expresión de los ricos que hacen alarde de discreción indumentaria, sino que además forman parte del propio ADN de tan traído y llevado concepto, que hunde sus raíces en el sportswear genuinamente americano. Un ideal preconizado desde finales de la década de los años veinte del siglo pasado por las élites estadounidenses que vestían en grandes almacenes como Lord & Taylor, hartas de la glamurosa dictadura de París. “La mayoría de mis ideas surgen de intentar resolver por mí misma ciertos problemas. Me gusta ser capaz de subirme las cremalleras y apañarme yo sola con los corchetes. Lo que necesito es un vestido con el que poder hacer la cena y salir de la cocina para ir recibiendo a los invitados”, escribía Claire McCardell en What I Shall Wear? The What, Where, When and How Much of Fashion (1956). Como Hawes, ella también creía que lo que necesitaba la mujer de su tiempo (de cualquier tiempo) eran prendas que les permitieran desenvolverse sin apreturas y tirones, antes en la calle que en los salones de sociedad. El vestido popover, anticipo del wrap dress de Diane Von Furstenberg (cruzado y ajustable a conveniencia por un cinturón del mismo tejido), le sirvió para probar la teoría a partir de 1942.

La libertad de movimiento en la ropa siempre ha sido, para el caso, un viejo anhelo femenino. “Una mujer prerrafaelita es activa e independiente, no solo goza de movilidad en su forma de vestir, sino que también la pretende”, proclamaba Mary Eliza Haweis en The Art of Dress (1879). La artista, escritora y sufragista británica se hacía eco de las reivindicaciones que, en plena represión victoriana, abogaban por la naturalidad inspirada en la tradición indumentaria grecorromana, de ahí aquellos vestidos artísticos (también conocidos como estéticos, sanos o racionales) concebidos como espacios políticos de liberación tanto física como simbólica y cuyo rastro comercial puede seguirse a principios del siglo XX de la austriaca Emilie Flöge a la británica Lucile, pasando por el francés Paul Poiret o la pareja franco-española Henriette Nigrin-Mariano Fortuny. El mismo precepto inspirará luego a Madeleine Vionnet a cortar las telas al bies y a Chanel a apropiarse de ciertas prerrogativas de los atuendos del hombre, el deporte y las clases trabajadoras. La hegemonía cultural estadounidense impuesta tras la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, ha hecho suyo el relato, que desde McCardell resuena en las etiquetas de Halston, Calvin Klein, Donna Karan, Ralph Lauren o Michael Kors.

Vestido ‘popover’ de los años cincuenta, de Claire McCardell.
Vestido ‘popover’ de los años cincuenta, de Claire McCardell.MARYLAND CENTER FOR HISTORY AND CULTURE (REGALO DE NANCY ACKLER)

“Creo que muchas de las ideas globales que imperan hoy provienen de la moda americana. Claire McCardell empezó el sportswear cogiendo elementos de la ropa de trabajo masculina para aplicarlos a un vestido, y su impacto no alcanzó solo a los estadounidenses, que en París las casas de costura no le quitaban ojo”, afirma Tory Burch, cuya colección de otoño-invierno 2023-24 rinde homenaje a la creadora del popover y el monastic dress (la diseñadora también es autora del prólogo de la reedición de What I Shall Wear?, publicada por Abrahams Books al calor de la exposición In America: An Anthology of Fashion, del Instituto del Traje del Met, en agosto de 2022). En The Row, las gemelas Olsen dicen amén. Claro que la última palabra es de una británica nacida en París: la esperada primera colección a nombre de Phoebe Philo está al caer (en algún momento de septiembre). Y si alguien puede jactarse de saber qué necesitan las mujeres para moverse con libertad desde hace casi dos décadas, es ella.

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