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No es solo cosa de adolescentes: el porqué de los ‘cuelgues’ sentimentales en la edad adulta

En ‘La idiota’, Elif Batuman habla de los cuelgues sentimentales tan característicos de la adolescencia, pero, ¿qué ocurre cuando los encaprichamientos amorosos tienen lugar en la madurez?

Ginny & Georgia
Una escena de la serie 'Ginny & Georgia'.

El término cuelgue aparece en la RAE para hacer alusión al “estado de enajenación producido por una droga o por otras causas”. Entre esas otras causas se encuentra la infatuación que alguien puede sentir por otra persona. “Es una atracción, a menudo unilateral, que suele responder a un estado de anhelo insatisfecho. Por lo general, se atribuye a los jóvenes, pero investigaciones recientes sugieren que estas experiencias también podrían ser comunes entre los adultos, incluso entre aquellos que se encuentran en una relación sentimental”, asegura la psicóloga Lucia O’Sullivan, de la canadiense Universidad de New Brunswick, en el estudio Loving you from afar.

O’Sullivan asegura que al ser los jóvenes más ingenuos acerca de su sexualidad, ven en los crushes un paso hacia el desarrollo de sus habilidades en el universo de la intimidad, pero en su estudio señala que los adultos también pueden tener estos cuelgues a causa del placer resultante de intentar conseguir un objetivo. “Nuestros niveles de dopamina aumentan, especialmente en respuesta a la motivación, pero también ante el placer de obtener la recompensa. En este tipo de ‘enamoramientos’, el placer está en el proceso, en la búsqueda”, señala a Stylist la neurocientífica Nicole Vignola. “Cuando estamos conociendo a alguien que nos atrae, podemos empezar a imaginarnos cosas que no sabemos, porque a nuestro cerebro le encanta hacer predicciones. A veces idealizamos a esa persona y al conocernos mejor, nos decepcionamos. En ese sentido, el placer puede estar en la búsqueda. Sin embargo, si una vez que nos conocemos en mayor profundidad, vemos que congeniamos y compartimos valores, puede ser el principio de algo muy especial que también nos traiga mucha satisfacción a un nivel más íntimo y, sobre todo, basado en la realidad y no en conjeturas”, asegura a S Moda Clara García Gorro, doctora en Neurociencia y autora de Cerebrote (Roca Editorial, 2024).

Tony Espigares, coach que ahonda en el bienestar mental a través de la meditación y la neurociencia, coincide en indicar que lo que engancha no es el destino, sino el camino. “Es como un videojuego: lo divertido es la misión, no tanto la meta final. Por eso revisamos sus redes, analizamos mensajes, buscamos pistas en cada gesto… El cerebro está hambriento de recompensas futuras, no de certezas inmediatas. Lo loco es que muchas veces, cuando el misterio desaparece y la historia se concreta, esa chispa inicial se diluye. ¿Nos gusta la persona o nos gusta el juego de descubrirla?”, se pregunta.

Enganches más maduros y refuerzo intermitente

Los enganches amorosos de la adolescencia están arraigados en el miedo al rechazo y quien los siente puede pasar incluso años tratando de lograr el interés del objeto de deseo, pero en la edad adulta, esos cuelgues son mucho más fugaces, especialmente en la era de Tinder, en la que esas repentinas e intensas oleadas de amor se pueden ceñir al universo digital. “El adulto que tiene un crush es una criatura tan esquiva como un leopardo de las nieves o una rara avis que sabes que existe, pero que nunca ves”, escribe en The Guardian Shanti Nelson. “La anatomía de un cuelgue en la mediana edad se siente diferente a cuando yo era más joven. Estoy más segura de mí misma y ya no me consumen esas preguntas recurrentes e incisivas: “¿Le gusto?” “¿Cree que soy guapa?” “¿Le parece que estoy gorda?” “¿Piensa que soy inteligente?”, asegura la periodista, que confiesa que a sus 53 años, piensa más en aspectos prácticos, como si un crush es “si es intolerante a la lactosa, hace bien la cucharilla o si cuida bien de sus padres ancianos”.

Cuando la persona por la que alguien siente ese crush responde al interés, actúa la dopamina, pero, ¿qué pasa cuando muestra una atención intermitente, entrando en juego un tipo de refuerzo que no por ser más adultos, se logra necesariamente domar? “La dopamina es un neurotransmisor que se libera, entre otras cosas, cuando algo nos sorprende, ya sea para bien o para mal. Por eso, los refuerzos intermitentes pueden crear adicción. Ocurre con quienes a veces nos prestan atención o son cariñosos, mientras otras veces, nos retiran su afecto o nos ignoran. Nuestro cerebro no entiende qué está pasando. Y muchas veces, en vez de poner límites y decir “yo no quiero esto”, nos quedamos a intentarlo una y otra vez, como si de una máquina tragaperras se tratara. Es importante reconocer lo que nos está pasando a la vez que practicamos la autocompasión y no nos juzguemos por haber caído en este enganche poco sano”, advierte Clara García Gorro.

Latidos escapistas

El hashtag #delusionship, que alude a los enamoramientos que algunas personas sienten hacia gente con quien no tienen una relación establecida, tiene más de 20 millones de visitas en TikTok. Se trata de una nueva señal de que en tiempos convulsos, la evasión encuentra curiosos caminos escapistas que Bondía Raga no considera necesariamente preocupantes. “Cuando empezamos a cumplir años y entra en juego la rutina, es habitual que la gente necesite sentir ciertas emociones e imaginar historias amorosas. Es como leer una novela o ver una película: durante un rato, se pueden sentir ciertas cosas de otro momento vital de la vida. Siempre y cuando se mantenga el control, esa evasión puede ser positiva”, asegura. “Es importante valorar si hay cosas en nuestra vida que no nos llenan y si con esa mentalidad delulu estamos buscando emociones de las que carecemos. Quizás lo que necesitamos es ponerle más rock and roll a la vida: salir con amigos, viajar más, apostar por el autocuidado…”, dice la doctora en comunicación.

Espigares recalca que la diferencia entre un adolescente y un adulto no es que sienta menos, sino que piensa más antes de actuar. “Cuando la dopamina entra en escena, el córtex prefrontal (el que regula el juicio) se apaga un poco, y el sistema límbico (puro instinto) toma el volante. Da igual cuántos libros hayas leído o cuánta terapia hayas hecho. Cuando te enamoras, el cerebro dice: “Vamos a hacer esto como si tuviéramos 15 años otra vez”. Y ahí estamos, enviando audios de tres minutos que no deberíamos enviar”, asegura. “El amor es hermoso, pero también es un hackeo bioquímico. Entenderlo nos da poder. Nos permite disfrutar la magia sin quedarnos atrapados en la trampa”, dice antes de confesar algo. “Me encantaba ese juego de enamorar, de conquistar, de sentir la adrenalina de la incertidumbre. Pero hay una trampa: puedes crear una adicción inconsciente a esa sensación, y sin darte cuenta, ninguna de tus relaciones termina funcionando… por ti. Porque lo que buscas no es amor, sino la emoción de perseguirlo”, advierte.

“El amor es hermoso, pero también es un ‘hackeo’ bioquímico. Entenderlo nos da poder. Nos permite disfrutar la magia sin quedarnos atrapados en la trampa”

Neurociencia e identidades 3.0

Técnicamente, los crushes adultos no deberían ser tan intensos como los de adolescentes, pues ellos “pierden la cabeza” porque la corteza prefrontal, responsable de la toma de decisiones y del control de los impulsos, está aún en pleno desarrollo. Sin embargo, no es de extrañar que quien haya dejado atrás la adolescencia años atrás sienta ese arrebato de pasión que caracteriza a este tipo de obsesiones emocionales. “La corteza prefrontal se encarga de planificar, razonar e inhibir conductas inadecuadas y es la región del cerebro que más tarda en madurar. Pero por mucho que tengamos esta región cerebral plenamente desarrollada, no somos inmunes a nuestras emociones. De hecho, aportan información muy importante, por lo que no es aconsejable ignorarlas. Sentir todo el abanico de emociones forma parte de la experiencia humana”, asegura Clara García Gorro.

La identidad online que cada uno genera se compone de imágenes cautelosa y premeditadamente seleccionadas para ofrecer una identidad concreta, generando una persona virtual idealizada en la que quienes se encaprichan de esos cuelgues cibernéticos deciden creer pese a ser conscientes de que se trata de una construcción parcialmente ficticia. “Cuando tenemos un crush, se activa el sistema de recompensa y liberamos dopamina oxitocina. Es entonces cuando se genera esa euforia, obsesión y ansiedad que con 15 años es “normal” sentir, pero que aparentemente, a cierta edad, se convierte en algo que no sabemos manejar. Sin embargo, con la edad desarrollamos la inteligencia emocional, que nos permite regular tales situaciones. Las redes sociales han hecho que sea más común vivirlas. Antes, alguien se podía fijar en una persona en el bus y sentir un mini flechazo, pero ahora la gente se convierte casi en un investigador del FBI al mirar las stories y analizar las vidas de los crushes”, explica Ami Bondía Raga, especialista en motivación, inteligencia emocional, tendencias digitales y marca personal. “El amor idealizado tiene que ver con ese punto inalcanzable que tienen. Conocemos únicamente una pequeña parte de la vida de esa persona; el resto la rellena el cerebro, por lo que ese crush termina por estar aún más idealizado. Es divertido mientras se sepa controlar, pero si la vida gira alrededor de esa persona, hay que preguntarse qué pasa, ponerle razón al corazón y con madurez, preguntarse qué está pasando y buscar la autorregulación”, asegura.

Aunque cada vez es habitual comentar con humor y cierta empatía los crushes entre amigas, la cultura pop ha dejado algunos ejemplos que revelan cómo estos cuelgues son vistos con cierta ternura en la etapa temprana, pero con algo de inquietud en la adulta. ¿Acaso no sonríe la gente al ver a Milhouse suspirar por Lisa Simpson, pero frunce el ceño ante el cuelgue que tiene en Friends el camarero Gunther por el personaje Rachel, al que da vida Jennifer Aniston?

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