Cómo un par de botas de Manolo Blahnik fueron las responsables de la creación de ‘Sexo en Nueva York’
Mucho se ha especulado sobre los paralelismos entre el personaje interpretado por Sarah Jessica Parker y su artífice, Candace Bushnell. El más llamativo es su fijación por el calzado del diseñador canario. Esta es la historia del par con el que empezó todo.
«En Manhattan hay miles, quizá decenas de miles de mujeres así. Todos las conocemos y todos coincidimos en que son maravillosas. Viajan, pagan sus impuestos, se gastan 400 dólares en unas sandalias de tiras de Manolo Blahnik y están solas». No transcurren ni siquiera cinco minutos del primer capítulo de Sexo en Nueva York y su protagonista, Carrie Bradshaw, ya ha pronunciado el nombre del diseñador de zapatos que dispararía su fama, y la suya propia como icono de estilo, desde tan célebre aparición. La obsesión por los zapatos del personaje, que queda patente en la práctica totalidad de los episodios dando lugar a escenas tan hilarantes y recordadas como aquella en la que suplica a un ladrón que no se lleve su par favorito (unos Manolos, por supuesto), no es obra de Patricia Field. A pesar de que la diseñadora de vestuario fue capaz de convertir el bolso baguette de Fendi en el primer it-bag o de poner de moda la gargantilla con el nombre de Carrie, la culpa del revuelo por los zapatos de Blahnik la tiene la mismísima creadora del best-seller que inspiró la ficción de HBO, Candace Bushnell.
Mucho se ha especulado –y escrito– sobre los paralelismos entre la privilegiada vida del personaje interpretado por Sarah Jessica Parker y su creadora. No solo la segunda también escribía una columna acerca de las venturas y desventuras de ser soltera a los treintaytantos en Nueva York que de hecho se llamaba Sex and the City, sino que vivía una historia de amor con su Mr. Big particular y solía frecuentar la noche neoyorquina cinco o seis veces por semana. Pero, además, también estaba fascinada por la moda, en general, y en los zapatos, en particular.
Fue un par de botas firmadas por Manolo Blahnik, que en aquel entonces era un nombre reservado a las insiders, las que servirían como detonante del nacimiento del Sexo en Nueva York columna, libro y posterior serie. Como si se tratara del argumento de uno de sus capítulos, una jovencísima Bushnell decidió seguir la recomendación de una amiga y comprarse unas botas negras de puntera afilada y tacón de aguja para asistir a una entrevista de trabajo en el periódico The New York Observer. «Me dijo que iban a ser mágicas», recuerda la escritora a la edición estadounidense de Elle. «Que si me las compraba mi vida cambiaría».
Y estaba en lo cierto. En un tiempo en el que, en palabras de Bushnell, «Nueva York era un lugar donde tus zapatos realmente importaban, porque la gente te juzgaba por ellos y hasta el metre de un restaurante te miraba los pies nada más entrar», aquellas botas de 600 dólares que hoy probablemente costarían el doble le trajeron mucha suerte. No consiguió la sección de cotilleos a la que se postulaba, pero a cambio pudo comenzar a escribir su propia columna en el periódico. «En los noventa solo podías comprar los zapatos de Manolo Blahnik en Manhattan, Londres, París y quizás Chicago. No es como ahora que están por todas partes. Llevar uno de sus diseños era señal de que pertenecías a esa élite que estaba puesta en moda. Ese tipo de cosas eran importantes. Ahora la moda ya no funciona así», rememora una Bushnell que, como Carrie, iba de fiesta en fiesta recorriendo los lugares reservados a los más granado de Manhattan.
«Para escribir la primera entrega de mi columna, me puse las botas y me fui a un club de intercambio de parejas llamado Le Trapeze. Un fotógrafo me retrató subida sobre un montón de bolsas de basura con mis botas negras. Y ese fue el comienzo de Sex and the City«. El par no llegó a marcarse un cameo en la ficción –para eso ya estaba una buena selección de sandalias y zapatos del propio Blahnik y de otras firmas como Jimmy Choo, Louboutin o Dior–, pero aún acompaña a la escritora a día de hoy. Recientemente se lo puso en su show Off-Broadway Is There Still Sex in the City?, que se estrenó a principios de diciembre, y dejó constancia de su existencia en su cuenta de Instagram.
«Me las he puesto con todo, incluso en eventos de gala. Tenías que tener algo con lo que pudieras caminar bien, y yo anduve mucho en esas botas […] Me he aferrado a ellas porque me las puse en mi primer encargo. Siempre pensé: ‘Algún día, la gente se dará cuenta de que estas botas son especiales. Estas botas fueron hechas para escribir». Su obsesión por aquel par y los venideros dispararon la fama mundial del zapatero canario que, tras aparecer en la serie, vio como sus ventas no dejaban de aumentar. Aunque sus modelos ya habían sido lucidos por Bianca Jagger, la editora Grace Coddington o la princesa Diana, fue culpa de Carrie que en el año 2000 se vendieran 30.000 pares solo en los grandes almacenes Neiman Marcus. Eso supone más de 80 zapatos al día, cifra nada desdeñable teniendo en cuenta que un par rondaba los 500 euros. Candace Bushnell, por cierto, ganaba por entonces mil dólares por columna, 250 más que sus compañeros del The New York Observer. Un buen extra para invertir en unos Manolos.
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