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De las chupas de cuero a las zapatillas blancas: cómo la moda borró el significado reivindicativo de las tendencias que pertenecían a la comunidad negra

Muchas de las prendas que hoy son ampliamente populares nacieron como símbolo de identidad de una minoría oprimida. Ahora no solo han perdido su significado, tampoco cuentan con la comunidad de la que vienen, que sigue sin tener representación en la industria.

De izda. a dcha.: el grupo Run DMC, Denzel Washington con un zoot suit interpretando a Malcolm X en la cinta de Spike Lee; desfile de Pyer Moss en 2015 en homenaje al asesinato de Eric Garner e imagen de Dapper Dan en Harlem
De izda. a dcha.: el grupo Run DMC, Denzel Washington con un zoot suit interpretando a Malcolm X en la cinta de Spike Lee; desfile de Pyer Moss en 2015 en homenaje al asesinato de Eric Garner e imagen de Dapper Dan en HarlemAna Regina García

“El homenaje sin empatía y representación es apropiación. En lugar de eso, explorad vuestra cultura, religión y orígenes. Replicando la nuestra y excluyéndonos de ella nos estáis demostrando que solo nos veis como una tendencia. Y nosotros vamos a morir siendo negros, ¿vosotros?”. Kerby Jean Raymond estaba muy harto cuando escribió estas palabras horas después de la gala que la revista Business of Fashion organizó para premiar a los protagonistas de la moda del año pasado. No es solo que al diseñador, más conocido por el nombre de su marca, Pyer Moss, le prometieran una portada y no se la dieran. O que solo le hayan llamado a paneles para debatir con personas de su misma raza. Es que cuando acudió a la fiesta en París le recibió un coro de góspel. Tampoco es que el creador no se hubiera quejado antes de esta discriminación encubierta (ya bramó cuando innumerables periodistas daban por hecho que hacía ropa deportiva por ser negro), pero esta vez puso de manifiesto un hecho que pocas veces se debate: en los últimos años, a la moda se le llena la boca hablando de diversidad, pero en muy pocas ocasiones dicho concepto se traduce en una inclusión real.

Estos días, con las redes incendiadas tras el asesinato de George Floyd, circula por Instagram una cita viral: “el rock and roll, el techno, el jazz, el funk…lo inventaron los negros. Consumimos cultura negra pero no los respetamos a ellos”. Lo mismo se puede decir de la ropa, al menos, de cierta ropa. Moda de personas negras sin personas negras. No solo porque las cifras de representación en la industria sean flagrantes (en modelos, diseñadores, ejecutivos o cualquier sector), también porque esas prendas que hoy están en nuestros armarios nacieron con una intención que la moda se ha encargado de “blanquear”, es decir, ha borrado su significado reivindicativo y, por si fuera poco, les ha bloqueado el acceso social a ellas.

Uniforme de guerra

“Vestimos como guerreros y la policía es nuestra enemiga”. Con esta frase, dicha por un joven del Bronx en una escena de una revuelta en los años 70, abre el documental ‘Fresh dressed’ (2015), un necesario repaso por la genealogía y las causas que dieron pie a la moda afroamericana, tan ampliamente copiada, vendida, apropiada y subida a las pasarelas de medio mundo. La historia, en este caso, siempre se repite. Porque las imágenes de hace cuarenta años parecen las de hace una semana (o las de hace cinco años con el asesinato, también asfixiado, de Eric Garner; o a las de hace ocho, con el de Trayvon Martin); también porque el devenir de la estética afroamericana camina en círculos: prendas con significado que acaban despojadas de él y búsqueda de otros símbolos indumentarios para que se repita la operación.

La raíz siempre es la misma: en un país y/o en una sociedad que no te tiene en cuenta, la identidad individual y de grupo es una especie de salvavidas. Entre los años 30 y 40 estos ‘guerreros’ (y otros colectivos desposeídos, como los mexicanos residentes en Estados Unidos) comenzaron a llevar ‘zoot suits’ para significarse: trajes anchos de cintura alta combinados con amplios borsalinos que eran la réplica a la sastrería clásica de los blancos. Así iban vestidos cuando en 1943, una revuelta entre policías, marines y la población afro y latina acabó con más de treinta personas negras muertas en Detroit, Michigan, Nueva York o Los Ángeles. Aquel traje era, para la sociedad estadounidense, una especie de amenaza simbólica. Hasta que iconos nacionales como Frank Sinatra empezaron a llevarlo, claro. Décadas después, dicha amenaza se traslada a elementos como la capucha: le costó la vida a Trayvon Martin en 2012. A la policía le pareció ‘sospechoso’ que la llevara puesta.

La realidad es que la capucha, como tantas otras prendas, se popularizó entre la comunidad negra en los años ochenta porque reforzaba la idea de ‘vandalismo’ que la sociedad les achacaba (llevarla otorga anonimato para cometer delitos). Apropiarse del prejuicio es, al final, una forma de neutralizarlo. Por eso los anchísimos pantalones que se popularizaron en el entorno del rap de los ochenta son una referencia a los uniformes penitenciarios. La idea de llevar las zapatillas sin cordones y con la lengüeta subida responde a la misma lógica: ni cinturones ni cordones estaban permitidos en las prisiones. Para contextualizar la situación, basta con ver el documental ’13th’, en Netflix, la historia de cómo y por qué el racismo, histórico y estructural, se pone especialmente de manifiesto en las cárceles norteamericanas.

Si el lujo no te quiere, crea tu propio lujo

A finales de los 70, la comunidad afroamericana fue creando sus propios códigos indumentarios en base a su ética. Una década antes los Panteras Negras habían dejado de vestir con tejidos originarios de sus raíces africanas porque, ejem, las revistas de moda los habían convertido en tendencia (para el caso, la falta de representación les hizo crear una publicación de moda propia, ‘Ebony’). Aunque en esta ocasión, los referentes que ayudaron a moldear lo que hoy se conoce, muy asépticamente, como moda urbana, sí se construyeron en torno a la dinámica aspiración vs. desposesión:

“Deconstruyo las marcas hasta dejarlas solo con su poder, que es el logo. Y reconstruyo ese mismo poder con un nuevo contexto”. Al habla Dapper Dan, que cuenta en ‘Fresh dressed’ cómo se hizo un nombre desde su sastrería de Harlem apropiándose de logos ajenos y estampándolos en ropa más acorde con el estilo rapero de la época. A Dan lo rescató Gucci del olvido hace un par de años, cuando Alessandro Michele se inspiró en él y le declaró su admiración vía redes sociales. La gran firma italiana prefirió integrarlo en el equipo que usarlo, como tantas otras, como mera fuente de inspiración. Lo curioso es que, aunque Dan llevaba tiempo fuera de juego, la comunidad afroamericana cerró filas en torno a él. Falsificaba logos, sí, pero era uno de ellos: por eso Mike Tyson, Nas, Puff Daddy o las Salt n’ Pepa preferían comprar a Dapper, pese a poder permitirse los originales.

El logo, como las joyas, pertenecían a un mundo que les estaba vedado y al que muy pocos tenían acceso. La ostentación como arma y como reconocimiento entre la comunidad. Las zapatillas perfectamente limpias para significar que eran nuevas (de hecho, la expresión ‘Fresh’ se refiere precisamente a esa novedad), aunque no lo fueran; y las marcas deportivas como básico: a fin de cuentas, los únicos referentes negros que triunfaban eran los deportistas, en concreto los jugadores de baloncesto. “Pronto las grandes marcas deportivas se apropiaron de esta idea de rebeldía para fomentar el consumo entre la población negra. Las sneakers de baloncesto , su consumo y su marketing no tenían nada que ver con otras zapatillas llevadas y aupadas por blancos, como las Converse”, explican en un extenso reportaje en The Atlantic. Hasta en eso había segregación.

La clave estaba en que, al menos de puertas para fuera, no había diferencia entre clases. Llevar unas Jordan era, de algún modo, repetir la gesta de Jordan. Vestir como Run DMC o Nas era relativamente sencillo. Y las pocas marcas ‘blancas’ que entraban en el círculo lo hacían por una cuestión igualmente aspiracional: Ralph Lauren se hizo grande viniendo del Bronx, y Tommy Hilfiger se alió con iconos como Aaliyah, ídolo absoluto en la escena de los noventa. En esos mismos años, el actor Mark Whalberg emulaba sus estéticas y poses desde las vallas publicitarias de Calvin Klein.

No es representación, es apropiación

El afro, que tanto les costó asumir por marcar otra frontera más entre ellos y los blancos, las trenzas y las rastas, las bandanas ceñidas que honran a sus antepasados esclavos. Y, por supuesto, la cultura sneaker y la fiebre por lo deportivo. Todos esos elementos están más que popularizado, la cuestión es si lo han hecho de manera correcta.

Es cierto que los ídolos del hip hop han abierto el camino a asumir esta moda como global, pero la pregunta es si esas prendas tienen ya o no un simbolismo real. La comunidad afroamericana siempre solía recurrir a los suyos, por razones obvias, para posicionarse: desde Zelda Wynn Wades, que vestía a las divas del jazz, a toda esa comunidad de marcas ‘fresh’ que nacieron entre los ochenta y los noventa. Cross Colours, Sean John (de Puff Daddy y ganadora de un CFDA), Rocawear (de Jay Z) o Fubu, siglas de For us by us (para nosotros, por nosotros) proporcionaban la dos cosas: estilo y sentimiento de pertenencia. Pero, de nuevo, la fama y el reconocimiento masivo llevó a que este ultimo atributo se borrara.

Hoy, la gran parte de los líderes de opinión, es decir, raperos, actores y deportistas, visten Margiela, Rick Owens o Yamamoto. Las dinámicas son otras y, aunque sigue habiendo representación de firmas y estilos propios, lo conceptual sustituye a los ostentoso. Al mismo tiempo, surgen otras firmas propias que discurren por otros cauces. Están Telfar, cuyo lema replica al de Fubu (no es para mí, es para todos), Lacquan Smith, Christopher John Rogers, Pyer Moss o Shayne Oliver. No, no hacen chándales, pero coinciden en desmarcarse del sistema preguntándose a través de la ropa por cuestiones como la barrera de géneros, la identidad sexual, el acceso real a la moda de autor y, por supuesto, su posición en una sociedad que no les tiene en cuenta. En este sentido cabe recordar que todas las reivindicaciones de grupos oprimidos suelen entrecruzarse. Y que fueron los afroamericanos quienes se pusieron, por ejemplo, en la primera línea de fuego durante las revueltas de Stonewall. Así que hacer de la moda una cuestión política, del tipo que sea, abrir interrogantes y dinamitar prejuicios a través del vestido, es casi el único modo de hacer moda.

Sí, todas estas firmas aparecen en los medios. E incluso muchos han sido premiados. Pero les reciben con un coro de góspel y la palabra diversidad escrita en mayúsculas. Mientras tanto, la llamada ‘moda urbana’ copa las tiendas de lujo y low cost y los muros de Instagram de influencers blancos. El problema, por supuesto, no es el uso de la imagen, el problema es que dicha imagen no tiene créditos.

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