Boris Izaguirre, sobriedad tropical
De su pasado colorista todavía quedan vestigios. En el armario de su casa de Londres, donde escribió su última novela, conviven piezas originales y sorprendentes con los básicos del dandi en que se ha convertido.
En los dos encuentros decisivos de su vida confiesa que iba hecho un disparate. «Cuando conocí a Rubén [su pareja desde hace 19 años; acaban de celebrar su sexto aniversario de matrimonio], todo yo era una imposible explosión de color». El día que le presentaron a Miguel Bosé lo peor no fueron las gafas de culo de vaso ni el pelo afro: «Miguel nunca lo cuenta porque es un caballero, pero yo iba horriblemente mal vestido: una camisa verde de rayas en tela medio transparente, una corbata de aguas… Como no tenía dinero, me disfrazaba para tener un estilo propio». En la búsqueda de esa distinción personal confiesa que cometió errores. «Fui tropical cuando tenía que haber sido anglosajón». Ahora tiene la lección bien aprendida. Declara su pasión a partes iguales por Hedi Slimane –«un revolucionario; transformó la silueta masculina a finales de los 90»– y por los leggings de Uniqlo. Su más de metro noventa arma con distinción los trajes de chaqueta. Y, aunque no aparece en las listas oficiales de los mejor vestidos de este país –«siempre me toca estar en el jurado y, claro, no me voy a elegir a mí mismo»–, se ha elevado muy por encima de las convenciones estilísticas.
«Nunca tuve un armario en el que fijarme; tengo los peores padres para eso», cuenta. «Mi mamá era bailarina clásica y nunca le llamaron la atención ni la ropa ni las joyas ni el maquillaje. Era muy estricta vistiendo. Iba siempre igual». Su padre era un hombre atlético a quien todo le sentaba bien. «En mi casa no entendían que me quisiera disfrazar». Y mientras, a los ocho años, otros niños deseaban emular a los superhéroes, Boris quería ser Fantomas, «la amenaza elegante», recuerda. Este villano sofisticado del imaginario francés vestía antifaz, pero también guantes, bastón, sombrero de copa y capa negra. «Estaba obsesionado con tener una. Conseguí que me la hicieran en el departamento de vestuario de la compañía en la que trabajaba mi madre», recuerda.
Aunque vive en Madrid, es en Londres donde lo encuentran las musas. «En esta ciudad se respira la literatura, a escasos metros de donde vivimos estaba la casa donde arrestaron a Oscar Wilde», cuenta. También encuentra calma. Exactamente lo que necesitaba cuando se metió en la aventura de escribir su último libro, Dos monstruos juntos (Planeta), una historia de codicia y ambición que tiene como protagonista a una pareja que a ratos evoca la miseria moral de los personajes de Fitzgerald. «Me encerré aquí para escribirla. La novela tiene solidez precisamente por eso. Porque cuando llegué a Londres no conocía a nadie; no tenía vida social. Lo único que hacía era escribir hasta que se iba la luz».
En el armario de su casa de Londres ahora no hay capas, pero sí curiosos pantalones John Malkovich –que flirteó con el diseño con bastante acierto– y de AllSaints Spitalfields, un firma británica con espíritu dickensiano. También hay americanas de corte impecable y rasgos sorpredentes. Las creaba la firma de sastrería Holland Esquire. Ya desaparecida, ponía especial cuidado en los detalles y en la mezcla de colores. La que nos muestra es de pata de gallo en una elegante combinación de violetas y marrones. «La primera que tuve de esta marca desapareció misteriosamente; me sabotearon», bromea. A veces, también le sucede con los zapatos de colores.
En su armario Tweed, cuadros y príncipe de Gales en camisas, pantalones y americanas. Entre sus zapatos siempre hay un toque de color.
Jorge Monedero
Libros en la mesilla, una Tulip de Eero Saarinen. «Era mi sueño tener una», confiesa.
Jorge Monedero
«Nunca tuve un armario en el que fijarme; tengo los peores padres para eso», cuenta.
Jorge Monedero
«En el pasado cometí errores. me disfrazaba para tener estilo propio. Tenía que haber sido más anglosajón»
Jorge Monedero
Gafas de sol y Vetiver Extraordinaire de Frederic Malle.
Jorge Monedero
Las zapatillas Nike personalizadas fueron un regalo de Navidad de su marido hace un par de años.
Jorge Monedero
«De niño estaba obsesionado con fantomas, la amenaza elegante, y quería una capa. Conseguí que me la hicieran»
Jorge Monedero
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