Duran Lantink debuta en Gaultier: “En este momento necesitamos respetarnos, aunque sea en espacios clandestinos”
El creativo holandés presenta en París su primera colección para la firma, una apuesta que suma su identidad a la de la marca francesa


El de Duran Lantink no solo es un debut, es el regreso al prêt-à-porter de una firma que llevaba más de una década centrada sólo en la alta costura y la perfumería. También es el primer sucesor real de Jean Paul Gaultier quien, desde que se jubiló en 2020, ha ido seleccionando a distintos diseñadores cada temporada para que dialogaran con su archivo. Una fórmula novedosa pero con fecha de caducidad. Lantink, un joven holandés que se ha ganado el respeto de los aficionados a la moda por derecho propio, es decir, sin estar apadrinado por nadie (algo casi milagroso en estos tiempos) ha sido el elegido por el grupo Puig, la empresa catalana dueña de Gaultier. Una elección poco común pero absolutamente pertinente.
Si la marca en estos cinco años no había elegido director creativo es quizá porque no existía nadie tan afín a Gaultier como Duran. En un ecosistema dominado por tendencias uniformes y desfiles convertidos en espectáculo, Lantink es esa rara avis que sigue viendo en la moda una forma de activismo: trabaja con tejidos reciclados, desmonta y retuerce la silueta utilizando punto voluminoso o rellenos de espuma, ha colaborado con colectivos de mujeres migrantes o ha realizado colecciones cuestionando la identidad de género y reivindicando a las personas trans. En los últimos tres años, ha sido finalista del premio LVMH y ha ganado los premios Woolmark y Andam, dos de los más prestigiosos de la industria.

Duran Lantink (Amsterdam, 38 años) sonríe tímido en las oficinas de la marca cuando sale a colación el hecho de que en muchas colecciones vistas estos días está su huella. Muchos han utilizado siluetas sobredimensionadas para aportar creatividad a sus propuestas. “Es posible”, dice cauteloso. El diseñador no ha querido revisitar de forma literal uno de los legados más icónicos de la moda reciente. Los corsés, estampados ‘tatuados’ o camisetas marineras de Gaultier perviven en el imaginario colectivo. Por eso es más interesante imaginar que redefinir: “Decidí mantener la puerta del archivo cerrada e imaginar qué había detrás de ella”, dice el diseñador. Su colección se llama Junior, porque se centra en los primeros diseños de Gaultier a finales de los setenta y porque ese concepto sirve como metáfora para dar a entender que Lantink está dando sus primeros pasos.
“Gaultier siempre exploró los roles de género, la diversión, el disfraz y la creación de una identidad propia”, explica Lantink, y eso es precisamente lo que a él le interesa explorar. Porque cuando el francés comenzó a diseñar en los setenta para los inadaptados y los diferentes, tenía en mente esas largas noches de club en las que muchos encontraban un lugar seguro para expresarse libremente. Hoy volvemos a necesitar esos espacios seguros: “Creo que ahora más que nunca debemos volver a la idea de arreglarnos para salir, para las noches, los clubes, los eventos, los espacios seguros”, explica. Por eso ha creado prendas técnicas con mochilas o riñoneras incorporadas o prendas modulares que se transforman a medida que avanza el día, “porque vas a trabajar y, por la noche, vuelves a ser tú mismo, eres otra criatura”, dice. Hay volúmenes de quita y pon, monos de malla con el estampado de la anatomía para simular desnudez; bañadores y faldas que se sujetan una vez remangadas. Así descrita puede parecer una propuesta peregrina, pero no lo es en absoluto. Con las prendas del holandés se puede llevar todo lo necesario, incluso si han pasado 48 horas desde que entraste a ese club o pisaste esa rave y la propia ropa te molesta.
Los corsés sólo los llevan hombres (“quiero entallarlos a ellos”, bromea) algo que ya se vislumbra como una declaración de intenciones. Para Lantink, afortunadamente, el género es lo de menos, y todas sus piezas valen para cualquiera que se atreva a lucirlas. Se adaptan a todo tipo de cuerpos gracias a su peculiar forma de trabajar los tejidos: el neopreno está tratado para que parezca terciopelo, el punto está mezclado con materiales elásticos y algunas cinturillas se rellenan de finos alambres para adquirir formas sinuosas. Todo es de quita y pon, todo vale para todo, nada pesa. “Me asusta pensar que puede que esta colección sea demasiado yo, pero a la vez creo que ya estoy dentro del espíritu Gaultier a mí manera”, confiesa. “Pero yo trabajo de forma muy intuitiva. Es la única forma en la que puedo hacerlo, porque si me paro a pensar todo se vuelve abrumador y mi trabajo pierde la fluidez natural”, dice.
Es la primera vez que Duran hace joyas. Grandes (y ligeras) piezas plateadas de aspecto industrial que, por supuesto, no se colocan en los lugares tradicionales, sino en los hombros o el antebrazo. Los zapatos también se deshacen de las estructuras convencionales: hay botines con dedos descubiertos y zapatos entre la mercedita tradicional y el calzado de montaña, una nueva versión de un modelo que Duran encontró en el archivo de Gaultier. “Difíciles de calzar pero cómodos de llevar”, dice, “porque no hay que perder de vista lo comercial, claro”. A fin de cuentas, las reediciones que ha lanzado la marca en los últimos años en forma de colecciones cápsula han funcionado muy bien. Y ahora hay que mantener la progresión con prendas totalmente nuevas.

Lantink cuenta que, durante el proceso creativo, escuchó en bucle los poemas del artista queer John Giorno, que el día de su desfile sonaban a la entrada del espacio seguro y clandestino que él utilizó para estrenarse en la firma: la sala de máquinas del Museo Quay Brainly.
Si Jean Paul Gaultier se inspiró y refugió en musas como Amanda Lear, Rossy de Palma, Madonna o Grace Jones para reflejar el eclecticismo de su trabajo, el diseñador holandés ha encontrado un panteón propio en la escena queer neoyorquina de los setenta y en autores, deportistas o artistas actuales que defienden y viven en identidades disidentes, de Kae Tempest a Wolfgang Tillmans o Candela Capitán. El resultado es el mismo, reunirse en espacios seguros para quitarse la mascara, “celebrar, aunque sea por un momento, la libertad a la que aspiras. Respetarnos, aunque sea en espacios clandestinos”, dice. La rave como espacio de disidencia, como refugio del diferente. Por eso en su desfile sus cuerpos semidesnudos nunca parecen sexualizados. Muy al contrario, son cuerpos que emergen en un espacio que nadie mira ni juzga.
Lantink añade su propia identidad creativa a la de Gaultier, esos diseños que, como él define, “resaltan la estructura ósea, sea la que sea, y al mismo tiempo parecen fluidos, húmedos”. Un cuerpo real que ha pasado horas bailando y ensuciándose porque se ha sentido parte de un grupo nocturno. Un cuerpo que por fin vuelve a existir en una industria que lleva años mostrando vidas tan perfeccionistas como irreales.


























































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