Lorena Macías, de Hazmeunafotoasí: “Una señora me dijo que me metía tanto con María Pombo porque era de izquierdas y me pagaba Pedro Sánchez”
Es la creadora de la cuenta de Instagram más temida por las ‘influencers’ más poderosas. Lorena Macías, la mujer tras Hazmeunafotoasí acaba de publicar ‘Cien años de mendigram’, un artefacto donde explica su propio viaje hacia el éxito y las claves de una industria, la de la influencia, con mucha más enjundia de la que puede parecer
Esta es la historia de una licenciada en publicidad, Lorena Macías (Valencia, 35 años) que trabajaba como comunity manager en un hotel, y que durante el confinamiento (que pasó en ERTE) empezó a subir memes en una cuenta de Instagram en la que hacía parodia de las frivolidades de las grandes influencers. Cuatro años y 300.000 followers después esa cuenta, Hazme una foto así, es el azote oficial de las influencers de estilo de vida españolas y latinas, cuyas argucias publicitarias y narrativas desmonta con un sentido del humor inteligentísimo y despiadado, pero sobre todo con el conocimiento profundo y meticuloso de un soporte, Instagram, y de una industria, la de la influencia, sobre las que acaba de escribir un libro con su propia historia como telón de fondo. Cien años de mendigram (Roca) es una mezcla de novela y ensayo en la que, ente otras cosas la autora explica por qué hay gente que con 100.000 seguidores puede vivir sin dinero, financiando su existencia completa mendigando a marcas, cómo ha acabado integrándose en una maquinaria en la que ella misma es ya es también ‘influencer’.
Pregunta. Le quita usted mucha importancia a lo que hace, a su propio talento. ¿Por qué?
Respuesta. A mí me encanta el arte, el cine y la literatura y cuando hablo del proceso creativo en publicidad siempre lo hago con la boca chica porque creo que al lado de escribir un guion de una película, pues es un quiero y no puedo… Al final, porque ponemos la inteligencia, la creatividad, todo al servicio del capitalismo y no al servicio del arte por el arte, que es lo más noble: Nuestro objetivo no es ni la belleza, ni es la excelencia, sino hacer que una niña necesita una crema, así que de partida ya estás poniendo la creatividad al servicio de algo que si no es turbio, desde luego sí secundario.
P. O sea, que ha visto a las mejores mentes de su generación trabajar para el algoritmo…
R. Hay que desdramatizar y tomarnos todo más a risa. Si nos pasamos tantas horas en redes sociales consumiendo publicidad, tenemos que ser capaces de descontracturarlo y entender que es lo que es: una pantomima para mantenernos enganchados y para mantenernos en la rueda del sistema.
P. Usted misma es capaz de analizar lo que esconde la creatividad de las influencers y su especialidad es reírse de sus miserias. ¿Ninguna le ha sorprendido por su talento?
R. Paula Gonu es muy buena en la edición, por ejemplo. Pero en el segmento de estilo de vida muy pocas despuntan creativamente. Todo es: Hola, mi café. Hola, mis uñas. Hola, mi vestido. En humoristas es donde sí ves cosas muy especiales.
P. Ha dicho: María Pombo es la Sofía Coppola de Instagram. Explíquemelo.
R. Bueno es que el vídeo de su boda es una obra de arte. María Pombo es un fenómeno, una marca muy bien construida, que te puede parecer una tontería y una frivolidad, pero tiene a mucha gente trabajando para esa marca.
P. ¿Se atrevería a decir que tiene talento?
R. El talento es subjetivo, ¿Talento para qué? A mí no me inspira admiración genuina, pero te garantizo que a sus seguidores sí. No quiero blanquearla, pero sí que entiendo que es un fenómeno digital.
P. En su libro es capaz de poner una gran distancia con ellas. ¿No se ha encariñado de ninguna?
R. Sí que las he comprendido cuando hablan del trabajo que hay detrás y cuando dicen: “Vosotros no sabéis lo duro que es”. El algoritmo está diseñado para hacerte sentir que no puedes parar ni un minuto al día, que no puedes dejar de echarle leña a esa chimenea ni 20 minutos, porque entonces te condena al ostracismo. Me imagino las presiones que reciben de sus representantes porque viven del alcance y los comentarios que tienen sus campañas, pero la audiencia entra Instagram a entretenerse y a que la entretengas no a que le torres la cabeza diciéndole que tu trabajo también es muy importante.
P. Pero usted misma cuenta en su libro desfalleció víctima de este sistema...
R. Sí, aunque no tanto por la actividad en Instagram, sino porque yo intenté compaginar con mi trabajo principal. Cuando acabó la pandemia tenía 200.000 seguidores, pero mi vida seguía siendo la misma y eran muchísimas horas al día destinadas a una cuenta parodia que no dejaba de ganar público y repercusión mediática, pero que no me daba ni un duro. No me atrevía a soltar lo que tenía fijo y ahí desfallecí.
P. Y en ese proceso de explotación, ¿en algún momento ha dejado de tener sentido lo que hacía?
R. Aprendí a relativizar. Mi objetivo no ha sido nunca ser influencer, entonces si el algoritmo me condenaba o me castigaba, el alquiler me lo pagaba mi trabajo fuera de redes. Leía el otro día que Juan Diego Botto decía que una carrera se hace más con los noes que con los síes, que me encantó. Yo he dicho que no a muchas colaboraciones para no volverme loca.
P. Las influencers, ¿se podrían considerar clase trabajadora?
R. Son una clase social propia y de ello habla un libro interesantísimo, Influencers, Ideología de los cuerpos publicitarios en el que explican que ellas viven de la identificación de sus personas con la audiencia: “Mira cómo me queda el vestido de Zara, soy una chica normal, cómpratelo tú también”. En el momento en el que empiezan a vivir en Dubái y a tener 84 chaneles en su armario esa magia desaparece.
P. ¿Hay un sesgo político en lo que hace?
R. En el libro cuento que una señora me dijo que me metía tanto con las Pombo porque yo era de izquierdas y me pagaba Perro Sanxe por hacer memes. Naturalmente, a mí hay algunas que me despiertan más simpatía y otras me despiertan más rechazo, por su manera de ser y de estar y de generar contenido. Pero yo trato de que no se me cuele esa subjetividad. Es decir, hacer sátira y crítica desde mi conocimiento como licenciada en publicidad y especialista en redes. No estoy diciendo: esta es tonta, esta es fea. Estoy diciendo: “La semana pasada anunció la marca de la competencia y eso está mal”. O: “Está vendiendo en Vinted porque no le gusta esto mismo que ayer nos quiso colocar a nosotros”.
P. Pero desde luego que sesgo moral hay, cuando habla, por ejemplo, de los falsos cooperantes que van a África a hacerse fotos o de las publicidades de las cirugías de estética...
R. Lo de la estética me parece un melonazo. Yo me reí mucho de una chica de 25 años que iba a pinchar botox cada semana y subió un reel diciendo: “Estoy perfecta. Mirad: me río y no se me mueve nada, me enfado y no se me mueve nada, me sorprendo y no se me mueve nada”. Yo dije de broma: “Bueno, a ver, está perfecta para hacer un spin off de Jimmy Labios sellados”. Hago crítica desde el humor, pero cuando profundizas es grave lo que se está haciendo en Instagram promoviendo la cultura de los retoques entre niñas.
P. ¿Qué es lo más inmoral que ha visto?
R. Quizá cuando Kiko Jiménez, pareja de Sofía Suescún, con la excusa de debatir una viñeta que hablaba de legalizar la prostitución, acabó promocionando una web de scorts. Por otro lado, me parece terrible todo lo que sea apropiarse de causas relacionadas con enfermedades para vender, sobre todo con el cáncer.
P. ¿Por qué no se regula más eso en España?
R. El anteproyecto de ley que hay ahora, solo se aplica a los que tienen más de dos millones de seguidores o facturan más de una cantidad anual. Entonces eso coge realmente a tres personas y libra a una caterva de infra seres de televisión que tienen una horquilla de tiempo muy corta para rentabilizar su fama y entonces cogen todo lo que les llega. Esta es la gente que te anuncia casas de apuestas, cremas que te las echas y te crecen las tetas y leggings que te los pones y adelgazas.
P. Usted dice que María Pombo cuenta su vida en narices. ¿No le da miedo que le demande?
R. Esto lo ha dicho ella. Mi contenido no se basa en inventos míos, sino en una realidad objetiva que ellas publican. Sé dónde están las líneas rojas: en el juicio subjetivo, en la difamación, en el falso testimonio, o en la incitación al odio. Y en eso hago mucho hincapié a la gente que me sigue para que no ataquen a las influencers que critico y les expliqué que al final ir a decirles cosas terribles a sus perfiles es darles engagement. ¡Para ellas no hay engagement malo!
P. Si mañana le llamaran del equipo de María Pombo y le ofrecieran un sueldo anual de 100.000 euros netos anuales, ¿aceptaría?
Por los titulares y por ver a María Pombo haciendo lo que yo le diga sería gracioso. Pero la verdad: no.
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