Gala González: “No me causa ningún trauma que me llamen ‘influencer’”
Curtida en eventos y semanas de la moda de todo el mundo, Gala González se ha ganado el título de pionera en el sector de creadores de contenidos digitales. Ahora gestiona también su propia marca de ropa, además de sus redes sociales, y es embajadora de la temporada de otoño-invierno de la colección Selection de Mango (entre otros muchos quehaceres)
Blogger, It Girl, Celebrity, Influencer. A lo largo de los años, Gala González ha encarnado todos los sinónimos de disfrutona de la industria de la moda. En 2007, mientras todavía estudiaba en la University of the Arts de Londres, abrió su blog Amlul sin imaginar que colgar fotos de sus looks y de las fiestas a las que asistía podía ser un trabajo. Casi dos décadas después, continúa con la creación de contenidos digitales y tiene su propia marca de ropa, que lleva el nombre del espacio online donde dio sus primeros pasos. De todos los términos que se pueden usar para definirla, puede que pionera sea el más certero.
“Llevo más de 15 años escuchando diferentes maneras de describir esta profesión”. No le importa cómo la llamen, aunque considera que influencer a veces tiene más connotaciones negativas que positivas. “Creo que hay que diferenciar porque dentro de los influencers hay muchos tipos. No se puede englobar a todo el mundo bajo lo mismo porque somos muy diferentes. Pero a mí no me causa ningún trauma que me digan influencer porque no tengo nada por lo que arrepentirme ni por lo que sentir vergüenza, ni mucho menos”. La edad le ha dado una perspectiva nueva acerca de su trabajo e incluso de cómo es ella misma. “Hasta pasados los 30 años, nadie me dijo que soy perfeccionista. No era consciente de ello, pensaba que lo hacía todo mal”. Puede que ella haya tardado en darse cuenta, pero su ambición por la excelencia se manifiesta durante la sesión: opina sobre cómo han quedado las imágenes, sugiere posturas o insiste en utilizar una prenda determinada. Es la imagen de la temporada de otoño-invierno de la colección Selection, la propuesta premium de Mango: “Es una firma pionera a nivel digital, ya desde 2009 o 2010. Me acuerdo de ir a un desfile en Rusia en 2012. Salí la primera a desfilar y detrás de mí salió una señora de 1,80 metros. Nunca me sentí más fea ni más pequeña”, declara entre risas.
Ha insistido en posar con el vestido verde para cerrar la sesión —que ha durado más de cinco horas— aunque no estaba previsto. Pero apuesta a que es una de las piezas que más éxito va a tener entre las clientas así como el vestido negro de encaje, aunque este sea más arriesgado. “A veces la gente tiene pánico a las transparencias o piensa que solo se las puede poner alguien que está muy delgada. Pero ahora mismo a lo mejor no lo estoy tanto como hace unos años y está bien, porque mi cuerpo va evolucionando y es genial. Me siento igual de cómoda, incluso más segura que antes”. La experiencia le ha aportado serenidad, pero no le ha restado energía, lo que le permite seguir con su actividad de cara al público a la vez que saca adelante su propia firma. “Cuando eres muy pequeño, lo tienes que hacer todo. Tengo como tres puestos de trabajo en uno. Me encantaría poder dedicarme más a la parte de diseño, que es en lo que me formé, pero termino en reuniones de números que no me apetecen nada. En la vida no haces todo el rato lo que te apetece”. El oficio le viene de familia y hasta lo había ejercido, porque en 2007 fue la directora creativa de la línea U de Adolfo Domínguez, su tío. Como ya sabía en lo que se metía, retrasó el momento de lanzar su propio negocio. “Necesitaba madurez para entender el proyecto. Me fascina la gente que emprende con veintipocos años porque lo comparo un poco con ser madre. Asumes una responsabilidad, el salario de los trabajadores depende de ti y no puedes solamente estar para las buenas”.
A lo largo de su camino profesional ha necesitado tomar decisiones importantes acerca de su exposición pública, que incluso han supuesto rupturas con amistades. Pero tiene muy claro que no está dispuesta a sacrificar la privacidad de su vida personal para ganar popularidad. “En lo demás todo el mundo tiene una opinión sobre mí: si le caigo bien o no, si le parezco maja o no, si he engordado o no. Pero en mi parte personal mando yo”. También tiene la suerte de no tener “haters locos” (sic) porque cree que los comentarios ofensivos podrían hacerle daño. “Admiro mucho a esas mujeres que se exponen y constantemente tienen que estar recibiendo comentarios de mierda”. Hace poco contó en sus redes sociales que padece una enfermedad llamada neuralgia del trigémino, una afección muy dolorosa y que ella misma desconocía. La reacción de su comunidad de seguidores fue muy positiva, como suele ser. “Lo compartí porque no tenía ni idea de que esto pasaba. Nadie me había hablado nunca de este tema y aún la gente me escribe y comparte cosas. Es increíble cuando las redes se usan de manera positiva”.
Cuando echa la vista atrás a su carrera, la mayoría de los recuerdos que tiene son buenos. Sostiene que el momento más feliz fue de su primera Fashion Week en Nueva York, en el 2009, cuando Alexander Wang cerró una gasolinera en el Meatpacking District para dar una fiesta. “Montó una plataforma con micrófonos y hay una foto mía haciendo que cantaba. Nunca más hemos experimentado algo así de salvaje”. Tampoco se le borra de la mente el día en que se cruzó en un ascensor en París con su admirada Charlotte Rampling. “Trabajar en esto te pone en tesituras como estar en una fiesta con Paul Mescal al lado fumándose un piti. O con Leonardo Di Caprio, que en persona no mola, parece Papá Noel”. Pero, por si algún día decide que ya está bien de ese mundo, tiene un plan B sorpresa: “Me gustaría poner una panadería o un café pequeño”.
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