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Memorables escenas navideñas

«Ahora mismo, la publicidad es una nueva forma de memoria más fuerte que la de la literatura o el cine»

Anuncio Navidad

Mi primer recuerdo es el de toda la familia recogiéndonos en Atocha. La Navidad eran las manos de mi abuela sosteniendo el rostro de mi padre y diciendo «Hijo» con un gran suspiro. Mi segundo recuerdo soy yo misma en el salón de nuestra casa, sostengo un teléfono en una mano y una libreta con direcciones en otra, llamo a todos los contactos con mi voz dulce y repelente de niña pequeña: «Hola, soy Luna, Feliz Navidad». Mi tercer recuerdo es estar jugando con una casa de Pin&Pon, o con la de Barbie, o con la de los Polly Pockets, o con la de Cásper… sólo sé que era una casa, y que era grande, y que su plástico brillaba casi tanto como mi rostro feliz. Mi cuarto recuerdo es el de una cola inmensa, parecida a las del paro, pero más alegre, en cuyo final, después de tanta espera, un señor un poco oscuro y bastante calvo nos entregaba un cupón de lotería con un soplido. Era algo mágico. Todas las luces se encendían, y aquel tipo nos guiñaba el ojo como asegurándonos que ese año ganaríamos. Y es probable que ganáramos, porque así es como lo almacena mi mente. Justo así. Mi quinto recuerdo, y quizá el más extraño, es el de llegar a un pueblo con mis padres y amigos. Un pueblo del que no consigo visualizar nada salvo una plaza llena de gente, absolutamente asombrada con el concierto de vete tú a saber quiénes eran aquellos cantantes: bocas enormes, grandes gestos, voces quebradas por el oro que les rodeaba, ojos saltones regalándonos felicidad.

La frase: «Hola, soy Edu, Feliz Navidad» fue un hit en 1999.

D.R.

Mis recuerdos siguen, pero son cada vez más borrosos, los tengo aquí dentro, y de vez en cuando dudo que sean míos. Mis recuerdos tienen olores específicos e incluso nombres de marcas. Las Navidades de mi vida no guardan rostros familiares, no guardan experiencias reales sino una sucesión de letras: Suchard, Playmobil, Sorteo Extraordinario de Navidad, PlayStation, Micromachines, Coca Cola, Airtel, Giorgio Armani, Freixenet. No sé qué discurso dio mi abuelo aquel 24 de diciembre de 1998. No tengo ni la más remota idea de qué me trajeron los Reyes el año en que me independicé, ni tampoco de por qué brindaríamos cuando cambiamos de siglo, pero seguro que fue con sidra El Gaitero, y seguro que comimos las uvas peladas que desde octubre anunciaba Carrefour. Pero yo nunca tuve casa de muñecas, yo nunca regresé a casa por Navidad, yo nunca gané la lotería, yo nunca recibí una llamada de Edu, yo sólo he visto memes espeluznantes de Monserrat Caballé.

El del refresco es un anuncio clásico.

Coca-Cola Iberia

Construimos nuestra memoria a base de objetos que no compramos, de momentos que no vivimos, de villancicos que son producto del christmas advertising voraz de nuestro tiempo. Y qué más da si somos lo que nos venden. Si somos lo que queremos que nos vendan. Si somos virales. Ahora mismo, la publicidad es una nueva forma de memoria mucho más fuerte que la que extrajimos de la literatura o del cine. «2013 fue un buen año», diremos, y no pensaremos en Miley Cirus desnuda, ni en Justin Bieber en Brasil, ni en la moda del «Ola k ase», ni en la polémica de Nyphomaniac, ni en el final de Breaking Bad, ni siquiera en la temida Crisis. Diremos: «Cómo nos reímos con aquel vídeo de Bustamante y Niña Pastori». Bromearemos: «Cuántas veces le dimos al replay de YouTube». Cantaremos: «Con qué ímpetu y espíritu desbordado pusimos nuestros sueños a jugar».

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