_
_
_
_
_

Por qué algunas personas no se quitarán la mascarilla cuando acabe la pandemia

Para combatir la alergia, subirse a un avión o evitar contagiar la gripe. Si antes de la crisis sanitaria algunos ya cubrían nariz y boca ante el mirada de sorpresa o rechazo del resto, cada vez son más los que confirman que seguirán utilizándola incluso cuando deje de ser obligatoria.

Antes de la pandemia algunos ya llevaban mascarilla.
Antes de la pandemia algunos ya llevaban mascarilla.Getty
Clara Ferrero

“Si te ponías mascarilla antes de 2020 parecías un friki”. Así resume el escritor gallego Darío Vilas el sentir compartido por aquellos que, por diversas razones, la utilizaron alguna vez en la vieja normalidad. En su caso, fue su médico de cabecera quien hace diez años le aconsejó ponérsela para combatir la fuerte alergia y el asma que padece. “En aquel momento era tan raro llevarla que tuve que comprar mascarillas de pintor en una ferretería y reconozco que muchas veces no me la ponía porque no me gustaba sentirme observado. La usaba mucho menos de lo que debería, y ahora me arrepiento porque habría ganado en salud”, cuenta a S Moda.

Como él, todo aquel que vivió la experiencia de salir a la calle con nariz y boca tapadas antes de la pandemia, se enfrentó al escrutinio público y las miradas de sorpresa, extrañeza o rechazo. “Por la calle la gente te miraba mal, te hacían sentir un bicho raro, y se apartaban como si fueras un tuberculoso”, afirma el tuitero @TodoJingles, que en febrero de 2019 rompió una lanza a favor de su uso colgando en su perfil una imagen en la que lucía mascarilla para evitar contagiar la gripe. “Empecé a ponérmela desde que tengo hijos porque traían a casa virus y resfriados y acabábamos contagiados toda la familia”, explica este actor que pone voz a conocidos anuncios televisivos y que no podía permitirse dejar de trabajar dos semanas a causa de la disfonía que le provocaban estas enfermedades.

Aunque en las sociedades orientales el uso de la mascarilla está más que normalizado, en Occidente no solo era impensable ver las calles teñidas de azul quirúrgico hace poco más de un año, sino que resultaba difícil toparse con gente usándola más allá de los turistas chinos y japoneses. La llevaban pacientes crónicos e inmunodeprimidos, algunos transeúntes –pocos– concienciados con la alta contaminación de las grandes urbes y, de forma puntual, personas con alergia al polen u a otras partículas. Aquellos que, sin embargo, se la ponían en espacios muy concurridos como el metro o los aviones eran tachados de exagerados o ridiculizados. Ocurrió, por ejemplo, con la modelo Naomi Campbell, que un año antes del inicio de la crisis sanitaria compartió en redes sociales su exhaustiva rutina de limpieza al subir al avión (guantes de plástico y mascarilla incluidas).

La psicóloga Nieves Álvarez, colaboradora de la Asociación TOC de Madrid y especialista en el trastorno obsesivo compulsivo con el que muchos relacionaron el afán desinfectante de la top model, explica que el miedo que sienten los pacientes que sufren este tipo de enfermedades suele ser al contacto, por lo que tampoco era frecuente verlos con mascarilla antes de la pandemia. “Conozco a algunos que evitaban acercarse a los demás o se ponían guantes, pero no mascarilla. Incluso ahora, los pacientes con TOC de contaminación se la siguen poniendo poco porque directamente evitan salir a la calle”, cuenta. Sin embargo, más allá de obsesiones como la misofobia –miedo a los gérmenes–, algunos ya la llevaban antes de la pandemia en el metro o el avión para evitar llevarse a casa los virus que circulan en estos espacios.

Es el caso de la joven escritora Andrea Tomé, autora de novelas como Corazón de mariposa, que “llevaba mascarilla en vuelos antes de la pandemia mientras la gente la miraba como si estuviera chalada”. Según cuenta, empezó a hacerlo porque siempre se pasaba un par de días con tos, congestión y malestar después de viajar. “Vivo en Londres y aquí hay una comunidad asiática bastante grande, así que era fácil encontrar mascarillas en supermercados asiáticos. Me planteé incluso llevarlas por la calle debido a la contaminación, pero nunca me atreví precisamente para no llamar tanto la atención”, explica. Cuando termine la pandemia, tiene claro que la llevará más allá de los viajes por trabajo o las vacaciones de verano. “No me la pondré a todas horas, pero desde luego sí en transporte público. Antes de la pandemia solía pasar por tres o cuatro resfriados al año y desde enero de 2020 no me he enfermado ni una vez, así que lo tengo claro”, sentencia.

Si bien somos testigos de cómo en países como Israel, donde se ha llevado a cabo una vacunación masiva, la población va desprendiéndose poco a poco de la mascarilla obligatoria, son muchas las voces que defienden en redes sociales su permanencia de forma puntual una vez finalice la crisis sanitaria. “Deberíamos mantener su uso. No creo en las imposiciones, pero sí que sería recomendable y me encantaría que nos acostumbrásemos todos, o al menos la mayoría, a usar la mascarilla en las épocas de mayor incidencia de las enfermedades estacionales”, comenta Vilas. Para él, que solía “encadenar catarros, resfriados, gripes e infecciones de garganta” durante los inviernos, “la mascarilla llegó para quedarse”. “Es un complemento más que me pongo cada día antes de salir de casa, como la ropa y el calzado. He ganado muchísima calidad de vida, me compensa con creces las molestias que pueda ocasionar su uso”, dice. @TodoJingles concuerda: “Yo, desde luego, la continuaré llevando, aunque culturalmente va a ser complicado que se quede porque cuando esto acabe, si vemos a alguien resfriado con mascarilla muchos pensarán que tiene coronavirus y se apartarán. Creo que muchos no se la podrán por miedo a que los miren con rechazo, como me pasaba a mí”, opina.

A pesar del cansancio que muchos manifiestan tras un año de restricciones, o de lo incómodo que para otros resulta llevar la mascarilla a todas horas, las tres fuentes consultadas en este reportaje coinciden en que se ha convertido en símbolo de respeto hacia los demás, especialmente hacia quienes padecen enfermedades crónicas, y que por esa razón los más concienciados mantendrán su uso puntualmente. “Las mascarillas no formaban parte de nuestra cultura, pero ahora que hemos visto sus beneficios… ¿De verdad nos costaría tanto llevarla cuando estemos enfermos o cuando estemos apechugados en el vagón del metro?”, se pregunta Tomé. El tiempo lo dirá.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Clara Ferrero
Es redactora en S Moda, revista en la que ha desarrollado la mayor parte de su carrera. También es cocreadora de 'Un Podcast de Moda', el primer podcast en castellano especializado en la temática. Es licenciada en Periodismo y Comunicación Audiovisual, y especialista en Comunicación de Moda por la Universidad Complutense.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_