Las mujeres-mueble de Allen Jones, ¿sexismo o arte?
A finales de los 60 escandalizó con sus mujeres-mueble, por las que fue acusado de misoginia. Una nueva exposición en Londres restituye ahora la visión del artista británico.
Las obras de la discordia se encuentran al principio de su nueva muestra, como si deseara quitárselas de encima lo antes posible. Al cruzar la entrada de la retrospectiva londinense que resume la larga trayectoria de Allen Jones en la Royal Academy, el visitante se dará de bruces con dos piezas llamadas Mesa y Silla. Un par de salas más tarde, se les unirá Perchero. Estos peculiares muebles no están fabricados con metal ni madera, sino con maniquís hiperrealistas de tamaño natural, vestidos con poca ropa y en posiciones tirando a sugestivas. Cuando Jones las presentó en sociedad en una galería de Westminster allá por 1969, el escándalo no tardó en estallar. En plena irrupción del movimiento de liberación de la mujer, la crítica feminista le diagnosticó, de inmediato, una misoginia aguda. Una década después, un grupo de activistas intentó destruir la obra en el Instituto de Arte Contemporáneo de Londres, como volvería a suceder en la Tate Gallery allá por 1986.
«Era lo último que pretendía. Mi trabajo fue visto como antifeminista, pero toda mi obra quería reflejar la liberación del cuerpo de la mujer», responde hoy el artista, convertido en un académico de 77 años, resignado a que le sigan recordando ese capítulo cada día de su vida. «Mi carrera ha durado cinco décadas. He ganado premios, he sido profesor en varios países y representado al mío en distintas bienales. Pero, para mucha gente, lo único que he hecho son esos muebles», lamenta. «Estaba convirtiendo a la mujer en sujeto, no en objeto. Aunque sé que cualquier cosa que diga seguirá sonando a excusa».
To be or not to be, 2014. Royal Academy of Arts. Colección privada.
Royal Academy of Arts / Dave Morgan / Cortesía de Allen Jones
Vistas hoy, esas mujeres-mueble parecen armas de doble filo. Por un lado, no cabe duda de que Jones erotizó a féminas de anatomías exageradamente idealizadas, a las que relegó literalmente a la misma categoría que el mobiliario. Por el otro, parece claro que estaba edificando una agresiva metáfora sobre la opresión que la sociedad patriarcal ejercía sobre ellas. Pese a los primeros asomos de la liberación sexual, seguían siendo aplastadas por el género dominante y obligadas a comportarse como silenciosos floreros. Caminando por esa cuerda floja, Jones logró incomodar y lo sigue haciendo hoy, lo que convierte a su obra en relevante. «Los jóvenes lo entendéis mucho mejor», se congratula Jones. «Habéis crecido en un mundo donde la sexualidad ya formaba parte del espectro de la vida corriente».
Pese a lo que reza la leyenda, no es cierto que Jones solo tuviera opositores. Roman Polanski y Elton John compraron sus esculturas, al igual que el playboy Gunter Sachs, entonces marido de Brigitte Bardot. Los Beatles acudieron una vez a su estudio y, una década después, Johnny Rotten. Stanley Kubrick le pidió que diseñara el mobiliario de La naranja mecánica (se echó atrás cuando se enteró de que no pensaba pagarle). Su obra terminó inspirando a la generación de los Young British Artists –Sarah Lucas se ha declarado fan– e incluso al ultracotizado Jeff Koons. Y sigue haciendo ruido ahora: la millonaria rusa Dasha Zhukova, coleccionista y magnate de prensa, sembró el escándalo a principios de año al sentarse sobre una réplica de su silla humana, a cargo del noruego Bjarne Melgaard. Al artista no le entusiasmó ese homenaje. «Mi obra no estaba pensada para ser usada», afirma. Toda la gracia consistía en que el visitante se planteara si tenía derecho a sentarse o no sobre ese maniquí pasivo.
Un icono irresistible Body Armour (2013), con Kate Moss, encargo de un coleccionista.
Royal Academy of Arts / Imagen cortesía del artista Allen Jones
Para crear sus esculturas, el artista se alió con un escultor comercial, que trabajaba para el museo de cera Madame Tussauds y con el equipo de diseñadores que abastecía a la serie Los vengadores. De hecho, Jones es un puro producto de los años del swinging London. Su obra refleja los debates de aquella era, como el boom de la cultura juvenil o la estética prepsicodélica de Carnaby Street. «La ropa no me interesaba. La moda sí. En la ilusión de realidad que encierra mi obra, la moda ocupó un lugar central», responde Jones. Las protagonistas de sus cuadros están envueltas en ropajes ceñidos. «Fue la época en que se inventó la licra, que permitía que la silueta fuera totalmente revelada y celebrada en público, pero sin tener que descubrir ni un solo centímetro», relata. «La voz feminista afectó tanto a la moda como a las artes visuales».
Allen Jones formó parte de esa generación de británicos pop que no emprendió el camino hacia la abstracción, junto a David Hockney, Patrick Caulfield o Ron Kitaj. «Era demasiado fría y dura para mí. Estaba condenado a seguir atrapado en la tradición europea de la representación del cuerpo». De las cerca de 100 obras presentes en la exposición –que puede visitarse en Londres hasta el 25 de enero–, una aplastante mayoría son lienzos impregnados de sexualidad y atravesados por un conflicto entre géneros. «Desde joven, me interesó una idea enunciada por Nietzsche: la creatividad artística surge de un equilibrio entre lo masculino y lo femenino», añade.
First Step (1966). Londres, colección privada de Allen Jones
Royal Academy of Arts / Allen Jones
Su interés por la moda y algunos de sus protagonistas se alarga hasta nuestros días. En la exposición figura un impresionante cuadro de Kate Moss. «Fue un encargo de un coleccionista alemán que está obsesionado con ella», aclara. «Siempre rechazo a esos maridos ricos que aspiran a que retrate a sus esposas, pero en este caso no pude negarme». Terminó metiéndola dentro de una singular armadura futurista, que él mismo diseñó en los 70 para una película de ciencia ficción que nunca llegaría a rodar. La debía protagonizar Raquel Welch, «en el papel de una aspirante a modelo que se convierte en hombre el día antes de su primera sesión fotográfica».
El centro de la polémica La crítica feminista se le echó encima al ver su pieza Chair, (1969).
Cortesía de Allen Jones
Algo intimidado ante la imponente Moss, tuvo la idea de cortar la cabeza a su obra y pedir a la maniquí que se metiera en su interior. «Milagrosamente, la armadura era de su talla. Casi no necesitamos utilizar Photoshop», ríe Jones. Ésa será su última confesión del día, para luego subirse a un gran taxi negro. Mejor dicho, la penúltima: antes habrá tenido tiempo de admirar la belleza de una viandante que le deja algo trastocado. «Es lo bueno de vivir en esta ciudad. Basta con alzar la vista para descubrir mi próxima obra».
La exposición Allen Jones RA podrá visitarse del 13 de noviembre de 2014 al 25 de enero de 2015 en la Royal Academy of Arts de Londres.
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