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Larga vida al encaje

Las firmas de lujo reivindican una vuelta a los orígenes de este tejido.

Lady Gaga cover
STARTRAKS /Cordon Press

Quise que el encaje perdiera cualquier connotación de sex-appeal… y lo conseguí», le dijo Miuccia Prada a Alastair Sooke del Telegraph. Desde que la italiana sorprendiera en 2008 con una colección perversamente sensual de guipur –cosido a mano en talleres artesanales suizos–, esta exquisita labor ha salpicado algunas propuestas para acabar inundando las pasarelas de este otoño-invierno 2011/2012. Pero ¿qué secretos (e intereses) de la industria se esconden detrás del regreso de este tejido aristocrático? Los expertos coinciden: el retorno triunfal del encaje es una reacción a la crisis actual, un intento de aportar algo de ligereza a un mundo demasiado cargado de problemas. Gabinetes como Nelly Rodi –la firma gala de consultoría de tendencias más importante de Europa– opinan que es una opción para combatir la detestable inmediatez de nuestro entorno. En París el tiempo es el nuevo valor en alza. El encaje artesanal requiere interminables horas de trabajo y muchas manos expertas, lo que explica su elevado precio… y el interés que ha despertado entre las firmas de lujo, que reivindican una vuelta a sus orígenes y a la artesanía, para desmarcarse así de la producción deslocalizada de la última década y de las líneas confeccionadas en algunos países emergentes como China.

‘Boudoir’ a plena luz del día. En vestidos, faldas, medias; en blanco, negro, nude o colores intensos, este tejido –que parecía relegado a la ropa interior– renace para ser utilizado de noche… y de día. Atrás queda su esencia ceremonial. Hoy cubre con sus calados bolsos y zapatos de ejecutivas agresivas, como los diseños de Louboutin. ¿Quién dijo que el encaje solo era apto para los looks románticos? Las puntillas y blondas se adaptan a todos los estilos: erótico o monacal, tradicional o moderno, gótico e incluso punk. Puede, en una misma prenda, desvelar la piel en el torso y presentar un fondo contrastado en la falda –como propone Dolce & Gabbana–, o ser tan tupido como una armadura volátil, en la que el guipur parece deshilacharse al paso de la modelo –como ocurre cuando vemos sobre la pasarela los diseños de Alber Elbaz para Lanvin–. Caracterizado por la ausencia de fondo, el guipur –sin duda, el más preciado de todos los encajes– se trabaja al aire sobre los hilos, con torsiones que tienen su origen en técnicas de pasamanería y que hoy, para reducir costes, se bordan sobre un tejido de alginato –elaborado con algas marinas–, que permite disolver dichas fibras en agua y que permanezca solo el bordado.

Historia de un clásico. Mucho antes de que Prada lo convirtiera en un objeto de deseo, este diseño entró en los armarios del siglo XVI para reforzar y ornamentar los cuellos y mangas de tafetán blanco de la camisa interior. Si en España las damas de la corte debían llevar como mínimo 12 enaguas adornadas con encaje debajo del verdugo –para ahuecar la falda–, la reina Isabel de Inglaterra tenía más de tres mil vestidos engalanados con esta labor. Pero todas las modas son pasajeras y, tras el reinado de Luis XVI, las plumas y las flores ganaron la partida al encaje. ¿Algún deseo para la próxima temporada? Que esta labor artesanal y su savoir faire no desaparezcan ni por las exigencias de rapidez… ni por los condicionantes económicos de la industria de la moda. Por eso la pasarela grita unánime: ¡Larga vida al encaje!

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