‘Influencers’ contra actrices: así ha sido la guerra por la atención en Cannes
Esta edición termina dejando claro que las influencers son un reclamo al alza en un certamen cada vez más volcado en fiestas y actos paralelos, en detrimento de una alfombra roja cada vez menos mediática.
Hubo un tiempo en que el Festival de Cannes fue solamente cosa de grandes actrices. Aquellos, eso sí, eran tiempos en los que el interés mediático se centraba exclusivamente en los ya tradicionales posados diurnos de las estrellas del celuloide –de Grace Kelly a Jane Mansfield, Sofia Loren o Gina Lollobrigida–, más allá de la obligada y clásica alfombra roja. Y es que por aquel entonces las fiestas más exclusivas eran privadas y más allá de sus ilustres invitados eran solamente accesibles para los cronistas de sociedad más floridos del momento. Las firmas de lujo, siempre especialmente vinculadas a este certamen, fueron las primeras en ver el filón de una de las citas con el cine más prestigiosas y con más glamour del mundo, y convirtieron enseguida la necesidad de publicidad y mayor visibilidad internacional, en estratégicos patrocinios.
También las marcas de belleza (L’Oréal es uno de los principales promotores del festival, junto al grupo Kering). O sin ir más lejos, las de helados: sirva como muestra la presentación de la colaboración entre Alexander Wang y Magnum que ha tenido lugar estos días con la mítica Croisette como telón de fondo (el año pasado fue Jeremy Scott el maestro de ceremonias). Entonces llegaron las modelos, de las más demandadas sobre la pasarela a aquellas con más tirón en las redes sociales. Personajes influyentes como algunos de los Ángeles de Victoria’s Secret, Kendall Jenner, Hailey Baldwin, o Bella Hadid, tan protagonistas como Nicole Kidman, Jessica Chastain, Cate Blanchett o Penélope Cruz en las últimas ediciones de este certamen.
En 1998 la firma de joyería Chopard rediseñó el símbolo de este certamen: la codiciada Palma de Oro –se necesitan 40 horas de trabajo para que cinco artesanos de la casa puedan fabricar a mano el galardón–; desde entonces sus veladas prácticamente diarias –entre ellas su Secret Party, en la que este año actuó por sorpresa Enrique Iglesias, inspirada por y celebrada en la misma villa en la que Cary Grant y Grace Kelly rodaron en 1955 la mítica película Atrapa un ladrón del maestro Hitchcock– acaparan tanta o más atención que las premières. Otras firmas de joyas como Swarovski, Messika o deGrisogono son igualmente famosas por los fiestones que montan en Cannes. Eventos solamente comparables en cuanto a poder de convocatoria, al que gastan desfiles y eventos benéficos como el Fashion for Relief o la gala amfAR.
Por otro lado, casas como Valentino o Dior no solamente visten a las mejores intérpretes, cuya presencia es cada vez más discreta y escasa en las red carpets, sino que aprovechan para organizar actos paralelos exclusivamente pensados para Instagramers. Este año Valentino ha escogido a la italiana Eleonora Carisi, la holandesa Charlotte Groeneveld y la española Gala Gonzalez como sus musas y lo mismo las ha llevado a navegar, que a comer al célebre Hotel du-cap-Eden-Roc, que las ha invitado al correspondiente estreno del día. Dior, por su parte, ha cambiado a Natalie Portman por Camila Coelho (aprovechando para celebrar un año más el perfume Miss Dior) y por su suite (una habitación reservada en Le Majestic para ponerse guapas, el mismo hotel donde la tiene Chanel) ha pasado la libanesa instalada en Dubai Karen Wazen, entre tantas otras. Chiara Ferragni, una de las primeras en abrir camino a sus semejantes en este festival –también es la única influencer en haber pisado la gala del MET (de momento, terreno hostil para las mismas por orden expresa de Anna Wintour)–, así como la alemana Caroline Daur, han compaginado sus apariciones por cortesía de Alberta Ferretti con, en el caso de esta última, Moncler y Chopard. Daur, de 23 años, y con un millón y medio de seguidores en Instagram, es una de las chicas más solicitadas por las marcas de moda estos días y, en consecuencia, la más prolífica de todas. No hay día que pase en la riviera francesa sin cerrar una acción. Algo que, traducido en euros, podría superar fácilmente los 20.000 en menos de una semana.
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