‘Illimi’, por Ana Pastor
«Quiere dedicarse a la política para cambiar el país desde dentro. Halima es un bello fallo del sistema»
Halima Hima abre mucho sus oscuros y almendrados ojos cuando habla. Mueve cada músculo de su pequeña cara para sonreír y cruza y descruza las manos por delante del cuerpo con suavidad. Es mujer y nació en el país más pobre de la tierra, Níger. Se mire por donde se mire, su historia es todo un milagro. Ha roto todas las estadísticas y, desde luego, ha superado cualquier expectativa que en su villa natal alguien hubiera deseado para ella.
Donde Halima nació, en Arlit, al norte del país, dos de cada tres niñas son entregadas a un matrimonio de conveniencia antes de cumplir los 15 años y tienen una media de siete hijos. Siete hijos cada una. En Níger ser mujer es muy duro: mueren 590 por cada 100.000 partos. En España seis por cada 100.000. Donde Halima creció las niñas estudian una media de solo cinco años. Cerca de Arlit, en Tchirozerine, hay ya al menos una escuela, la de St. Joseph, donde el número de niñas es igual al de niños.
Níger es uno de los países que este verano se enfrenta a una nueva crisis humanitaria. Es el desierto, es el cielo y es el infierno. Un lugar en el que no existen los años buenos, sino los años donde las pérdidas de vidas humanas descienden algo gracias al trabajo de organizaciones que se dejan la piel como Unicef. Los que conocemos Níger sabemos que cualquier retrato de situación se queda corto. Todos estos son los datos… y ahora vamos con el milagro.
Halima es la primera estudiante de Níger que ha ingresado en la prestigiosa Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Un triple salto mortal que es el resultado de años de trabajo muy duro y un toque de relativa suerte. Halima dejó Níger cuando tenía 17 años. Consiguió una beca de una organización estadounidense. La noche anterior a iniciar el viaje que le marcaría la vida, su abuela solo le pidió tres cosas. Las dos primeras rezaban lo siguiente: «Vuelve y no olvides nunca de dónde procedes». La joven se llevó ese mensaje marcado a fuego en su memoria y dejó el país al que ahora ha regresado para trabajar con Unicef. Coordina una iniciativa centrada en impulsar la educación de niñas nigerinas que viven en áreas rurales. Uno de sus objetivos es dedicarse a la política para cambiar el país desde dentro. Halima es un bello fallo del sistema. Y sabe que la prosperidad de su país dependerá casi al completo del destino de cientos de miles de niñas si consiguen ejercitar su derecho a estudiar.
En el ADN de Halima está la cultura del esfuerzo. Su padre consiguió tener una formación en Níger, pero como le ha contado decenas de veces, tenía que andar cada día cuatro horas y tres minutos exactos para llegar al colegio. Lo tenía perfectamente cronometrado. Y nunca, jamás, llegó tarde. No malgastó aquella oportunidad tan única. Por eso ahora la historia de su hija Halima tiene cierta lógica.
En las comunidades de origen hausa de Níger existe una filosofía llamada illimi. Es el resultado de la combinación de tres ingredientes básicos y muy terrenales: intención, conocimiento y humildad. Ese fue el tercer mandamiento de aquella noche en que Halima se despidió de su abuela para comenzar una nueva vida.
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