El caso Georgina Grenville o cómo las mujeres de mediana edad se hacen con el poder mediante el consumo
Ni jóvenes lozanas ni venerables ancianas: las mujeres de más de cuarenta con poder adquisitivo encuentran nuevos referentes de estilo (y valores) en perfiles de su propia edad.
Hace dos años, un grupo de exmodelos con edades comprendidas entre los 47 y los 65 años se presentaron en los desfiles de la Semana de la Moda de Londres con pancartas en las que denunciaban la falta de trabajo a partir de los 30 años. Tan solo tres días después, la diseñadora irlandesa Simone Rocha convocaba en su show a un grupo de míticas maniquís retiradas desde hacía décadas que se reencontraban ante un público atónito. Allí estaban una espectacular Benedetta Barzini, con todas las canas y arrugas de sus 73 años; Jan Ward de Villeneuve, de 69; Marie-Sophie Wilson-Carr, de 53, o Cecilia Chancellor, de 50. Ninguna de ellas aparentaba menos años de los que tenía. Todas estaba ahí precisamente por eso.
En realidad, el boom de las modelos con «una cierta edad» había saltado unos años antes. Al menos, las octogenarias. Del anuncio de las nonnas de Dolce & Gabbana al renacimiento de la carrera de China Machado, fichada a los 80 —cinco décadas después de sus años de oro como maniquí— por la prestigiosa agencia IMG. Machado protagonizó la campaña de Barneys de 2011. Cuatro años después, en 2015, la cantante Joni Mitchell posó a los 71 para Yves Saint Laurent y la escritora Joan Didion a los 80 para Celine. Entonces el debate se dirimió entre la alegría de ver semejante banquete de canas y arrugas y la decepción de comprobar una vez más la capacidad de la industria de la moda para sacar tajada de cualquier cambio social. A la sombra del nuevo tirón, se abrieron algunas agencias centradas en captar a modelos mayores, pero la principal beneficiada fue la pasarela masculina. Sirvan como ejemplos el desfile masculino de otoño-invierno de 2019 de Junya Watanabe para Comme de Garçons o a la campaña de una ejemplar pequeña marca masculina, la portuguesa La Paz. En ambos casos, las canas parecían el único accesorio imprescindible: ya fuera con un deshilachado estilo lobo de mar o perfectamente trabajadas como las de George Clooney.
Pero para las mujeres, ya lo sabemos, es otra historia y lo que se conoce como la mediana edad suele ser la travesía del desierto. Ni jóvenes lozanas ni venerables ancianas: a partir de los 45 años los equilibrios (y no solo los hormonales) empiezan a ser complicados. Sin embargo, en los últimos tiempos las modelos de esa generación que triunfaron a lo largo de los años noventa o que están claramente asociadas a la estética de esa época, están viviendo una segunda edad de oro en los albores de la premenopausia.
Georgina Grenville (Sudáfrica, 1975), el rostro de nuestra portada, es una de ellas. A los 44 años, y después de más de una década retirada y dedicada a sus tres hijos, está viviendo un nuevo capítulo de una carrera que alcanzó su cénit cuando Tom Ford la eligió para su primera campaña de Gucci. «El revival de los noventa ha sido maravilloso para mí», explica Grenville. «Aunque la primera vez que escuché que la moda de los noventa se llamaba vintage me dio la risa. ¿De verdad está lo suficientemente lejos como para considerarlo vintage? ¿Es eso una señal de que soy mayor?», se pregunta con sorpresa la modelo, quien habla con nosotros desde Kenia.
De padres británicos, se crio en un entorno granjero, muy cerca del mar. Su madre fue quien la animó a presentarse a uno de tantos concursos que en los noventa destaparon a algunas de las maniquíes más sobresalientes de aquella era. El suyo se llamaba Rooi Rose Supermodel Of The Year. Tenía 14 años. Corría 1990. Aquella victoria le supuso un empujón para mudarse a Milán, donde dio sus primeros pasos ya sin la ayuda de sus progenitores. Al diseñador texano lo conoció con 15 años, cuando él era responsable de accesorios de la firma florentina y ella una aspirante a modelo más. Años después –de la mano de Mario Testino, a quien conoció gracias al mítico maquillador Tom Pecheux– se reencontró con Tom Ford, que vio en ella a una de las grandes intérpretes de la etapa más icónica en Gucci, aquella en la que la hipersexualización y el glamour se mostraban sin ambages y sin espacio para la corrección política. Grenville protagonizó la recordada campaña del 96-97, en la que tanto hombres como mujeres se convertían en puros objetos de deseo.
Después trabajó para otras grandes marcas (desde Versace a Gianfranco Ferré, pasando por Dior o Valentino) y fue portada de las grandes cabeceras, pero su imagen quedaría del todo sellada cuando en 2004 (ya retirada de forma casi definitiva) cerró el último desfile de Ford al frente de la casa italiana. Todo lo que significa Tom Ford, su visión y talento, se expresó de forma rotunda en aquellas temporadas. Y Grenville fue uno de sus mejores vehículos para expresarlo. Su imagen, con aquel vestido blanco y largo adornado con una pieza de metal dorado en la cadera, es historia de la moda.
El resurgir de estas maniquís que fueron decisivas en un tiempo en el que el que el lujo y la moda se globalizaron y se democratizaron, al menos en el sentido aspiracional, tiene que ver también con el rescate por parte de las generaciones más jóvenes de una década a la que envuelve una espesa bruma nostálgica. El propio Ford ha explicado alguna vez que en aquellos años se trabajaba con enorme libertad. Su expresión exacta ha sido: «No se vendía nada y por tanto no había nada que perder».
De alguna manera esa pureza creativa libre de imposiciones de mercado se presenta hoy como la esencia de un tiempo definitivamente perdido. Pero esta segunda vuelta en la carrera de maniquís de entre 40 y 50 años responde a algo de mayor calado: el cada vez más denostado culto a la juventud y un rechazo frontal a que las mujeres con años se vuelvan invisibles. Detrás de este cambio de paradigma hay motivos precisamente mercantiles. Según el informe El futuro es FaB (Fifty and Beyond), realizado en 2017 por la compañía Ipsos a partir de las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), el nicho de consumo más jugoso es a partir de los 50 años. Es decir, las mujeres maduras son las que tiene un mayor poder adquisitivo y son las compradoras potenciales de moda y belleza. Precisamente por esto, «la edad no debería ser un problema para una modelo», como apunta Grenville. «La industria vende ropa, cosméticos o joyas a mujeres de todas las edades. Creo que ese cambio no es una tendencia pasajera, sino que la industria realmente ha cambiado en la última década porque el mundo ha cambiado y lo exige. Las personas viven más y tienen mejor salud, por lo que no tendría ningún sentido ignorarlo». Eso sí, la diferencia sustancial con el pasado es que el objetivo no es lo imposible, recuperar la juventud, sino disfrutar de la madurez sin exprimir esas inseguridades que tan bien rentabiliza el mercado. Se trata de acabar con prejuicios más o menos velados y con ese estigma que tan bien resume esa desafortunada frase hecha española: «Quien tuvo retuvo».
Grenville, cuyo rostro es hoy el de una atractiva mujer madura en el que hasta cuesta reconocer aquella sensual chica Tom Ford, sigue la estela de modelos como Christy Turlington, cuyo caso es sin duda el más emblemático. En una entrevista reciente en The Financial Times, la modelo californiana, después de cerrar el último desfile de Marc Jacobs, demostraba por qué es un referente para tantas mujeres de todas las edades. En ella no se percibe ningún esfuerzo por parecer joven y su medio siglo fluye con la envidiable naturalidad de un nuevo arquetipo de belleza: fue la más bella de joven y ¿por qué no? lo sigue siendo. «Volví a desfilar por pura casualidad», explicaba Turlington. «Pero lo cierto es que creo que es importante ver a mujeres de todos los tamaños, edades y razas, que la gente celebre a las mujeres con rostros que las representen, sin estar manipuladas ni retocadas».
Acerca de cómo vivir ese cambio en su propio cuerpo, Georgina Grenville habla con esas gotas de aceptación –que jamás ha de ser confundida con resignación– y buen humor que deberían ser obligatorias en cualquier tratamiento de belleza: «Hay cosas que me encantan, como sentirme más segura, menos preocupada por las opiniones de otras personas, más asentada en mí misma. También hay cosas que me gustan menos: ahora con una copa de vino ya tengo resaca, el jet lag me dura para siempre y tardo demasiado tiempo en despertarme. Pero en general estoy disfrutando de envejecer. Cuando era más joven no me daba cuenta de lo afortunada que era. Así que ahora ¡me levanto cada mañana sabiendo la enorme suerte que tengo!».
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.