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La espeluznante historia de Kote Cabezudo, el fotógrafo más famoso de Donosti que resultó ser un abusador

El documental de Netflix ‘En el nombre de ellas’ es crudo, explícito y enrabieta a lo largo de sus tres capítulos. En él se cuenta la historia de Kote Cabezudo, un fotógrafo que durante de años abusó de modelos para colgar los vídeos en páginas pornográficas.

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Netflix

En 2013, una joven modelo interpuso una querella por estafa en un juzgado de San Sebastián contra Kote Cabezudo, (75 años) un conocidísimo fotógrafo (y dentista) vasco, con el que ella había hecho sesiones de fotos y cuyas imágenes estaban circulando por páginas web pornográficas. La querella se archivó. El abogado Mario Díez, que también había trabajado como fotógrafo decidió recurrir y empezó entonces una investigación que descubre toda una trama de abusos sexuales, violaciones, fotos no consentidas, distribución de pornografía infantil, entre otros delitos por parte del fotógrafo Kote Cabezudo, con un total de 21 víctimas.

Este es el comienzo de un tremendo caso judicial, social, policial y personal y también el grueso de un buenísimo documental recién estrenado por Netflix, En el nombre de ellas.  Documental, por cierto, que compró Disney Plus (y cuya emisión anunció, con envío del documental a distintas personas. También me llegó a mi). Justo poco antes del estreno previsto, reculó, y devolvió los derechos a la productora Señor Mono, responsable del documental, sin demasiadas explicaciones.

Dirigido por Eduardo Mendoza y guionizado por Gracia Solera, junto al resto del equipo, son tres capítulos desasosegantes, por donde desfilan ocho de las jóvenes denunciantes (cinco a cara descubierta, tres con la cara velada) como hilo conductor, narrando aquellas sesiones de fotos en las que el fotógrafo, ya a finales de los 80, las iba conduciendo sutilmente hacia lugares a los que ellas no querían ir, pero a los que acabaron yendo. Tal y como explican las jóvenes, Cabezudo aprovechaba su superioridad profesional, la ilusión de las chicas, la inexperiencia, y una sólida reputación en la ciudad, para cometer los abusos.

El documental está salpicado también de psicólogas, sociólogas, juristas y otras tantos expertos que relatan bien las consecuencias devastadoras que este tipo de delitos suele dejar en las víctimas. Es asombroso ver a mujeres de 24 años romperse al recordar lo que les pasó cuando tenían 13, por ejemplo. O balbucear al intentar verbalizar los días frente a los focos de aquel hombre, la indefensión que han sentido, el abismo en el que se sumieron.

El caso de Kote, tal y como se narra en esta pieza, ha tenido muchas derivadas. Primera, la posibilidad de llevar a cabo este tipo de comportamientos.

El 92 era aún otra época, (aunque él siguió hasta el 2013 cuando tuvo lugar la primera denuncia), sin #metoo, sin el amparo hacia estas situaciones que vemos ahora, sin la conciencia social que está instalada ya en casi todas las cabezas con sentido común. Nadie cuestionaba a ese fotógrafo, que era un reputado artista de la ciudad, y él iba y venía por fiestas, agencias de modelos, premios, publicaciones como lo que era: el fotógrafo más conocido de la ciudad, presente en todos los saraos, codeándose con la clase alta donostiarra.  En 2011 fue el fotógrafo oficial del salón erótico de Barcelona. El maestro del blanco y negro, se le llamaba.

Otra derivada: cuando comienza la instrucción, la jueza Ana Isabel Pérez Asenjo,  (se ven en el documental sus interrogatorios) parecía estar más a favor del encausado que de la “empatía y la consideración por la víctima que debe ser mostrar un juez instructor”, tal y como señalan varios autos de la Audiencia Provincial. Y tal y como relata en el documental, el autor del dictamen jurídico sobre la instrucción del caso, Jesús Hernández Galilea, “no hay ninguna justificación para esa actuación, porque la obligación de preocuparte por la víctima está claramente en la ley de enjuiciamiento criminal, a pesar de lo antigua que es, y está en el estatuto de la víctima también”, asegura.

Y otra más. El silencio, cuando todo se destapó, del entorno del fotógrafo, de la prensa local, de las instituciones municipales que lo habían arropado, la extraña connivencia judicial con el acusado, la más extraña aún inoperancia policial (hay un limbo de las dependencias de la policía Nacional en Donosti, en el que duermen durante años varias de las denuncias de algunas de las chicas).

Cabezudo, por situarnos antes de seguir esta desoladora historia, está en prisión provisional desde mayo de 2018 y desde marzo de este año, cumple la condena del Supremo, que asciende a 28 años de cárcel, y a una indemnización de 116.000 euros por delitos de abuso y agresión sexual, elaboración y difusión de pornografía infantil y delito de estafa a siete víctimas, algunas de ellas menores de edad en el momento de los hechos.

Volvamos a los incómodos interrogatorios en los que la magistrada le pregunta a la víctima, con un tono que quiere ser neutro, pero que no acaba de serlo. Mi hija, con la que vi el documental íntegro, lo notó a la primera. “El tono la delata, mamá”:

– ¿La llegó a tocar? ¿Cómo la tocó?, pregunta.

-Me dijo que íbamos a hacer un video para un spa, con masaje, y me tumbó en una camilla y acabó tocándome todo el cuerpo, responde una joven desconcertada.

-¿Usted le dijo que parase?

-…estaba en shock, flipando, yo estaba flipando, hablaba conmigo misma… dice la joven, dudosa.

-Pero ¿le tocó la espalda, las piernas?

-Todo, los pechos, los genitales, todo lo que quiso…

-Pero se negó usted en algún momento

-…

-¿Y cómo es que no lo denunció?

-…

-Pero usted volvió al estudio, ¿no?

-…

Es solo una parte de uno de los interrogatorios, en el que, tal y como explica Isabel Calvo, doctora en Medicina, la jueza está “justo preguntándole a la joven todo con lo que ella se tortura. ‘Porque lo permití, porque volví’ oír eso de boca un juez puede ser muy duro”. ¿Por qué no hiciste nada, por qué no te negaste, por qué seguiste yendo, por qué no denunciaste en el momento, por qué no gritaste, por qué no lo contaste, por qué te reíste después, por qué seguiste con tu vida?. Le pasó a Nevenka Fernández en aquel juicio espantoso, le pasó a las muchachas del Aula del teatre de Lleida, que sufrieron abusos por parte de su profesor, Antonio Gómez, tal y como se cuenta en otro documental necesario, El techo amarillo, de Isabel Coixet. Les pasa a tantas víctimas aún… “Qué solas estábamos ante la jueza, cada pregunta nos hizo sentir culpa y vergüenza,  llevábamos años calladas, algunas incluso desde los 90”, dicen. Nos suena, ¿verdad?

También vemos al propio Kote declarando. ‘Sí, claro, conocía a esas jóvenes, sí, ellas firmaron el acuerdo para que las grabara, tenía su consentimiento o el de sus padres por escrito. No, yo no les ponía aceite corporal, eran mayorcitas para eso, no, yo no las tocaba, no, no están lamiéndose el sexo, está malinterpretando, ellas sabían, yo no hice nada, no, no la penetré, no la violé, no, no le metí los dedos, fue consentido, es un complot contra mi, qué curioso que todas digan lo mismo’… y así hasta todos los tópicos, todos los ninguneos y todas las salidas de tono imaginables.  Todo lo contrario, no solo de lo que cuentan las denunciantes, también, ojo, de lo que está documentado y grabado en los videos pornográficos que poseía el fotógrafo, hechos por él en el estudio de su casa, durante las sesiones con las jóvenes, algunas menores de edad en aquel momento.

El esmero con las víctimas

Dice el director del documental que “desde el principio quisimos tener muchísimo cuidado con ellas, convertirlas de verdad en las protagonistas absolutas, de ahí también el nombre del espacio, sin revictimizarlas, que estuvieran seguras, que dijeran solo lo que querían decir. Tuvimos, gracias al abogado Mario Diez, la posibilidad de acercarnos a ellas, y con precaución hicimos un trabajo interno muy importante, y el proceso de las entrevistas fue muy duro porque ellas estaban reticentes por todo lo que habían sufrido”. Ese respeto, esa cura, se nota en el documental, donde no hay dobles juegos, ni se cargan las tintas, ni se invade más allá de lo necesario la intimidad de las jóvenes. Y además, me aclara, hicieron algo bastante inusual: “Les hicimos saber que ellas verían el documental antes que nadie, y que si se sentían molestas por algo, si algo les hacía daño, seríamos respetuosos. También les dimos la opción de que el modo de grabación fuera con cara destapada o cubierta y que aún así, si luego al verlo cambiaban de idea, nosotros también lo respetaríamos. Cuando lo vieron, cinco decidieron dar la cara y tres que se les velara”.

Se cumplió el compromiso y el resultado es que mujeres muy jóvenes aún cuentan lo que pasó, algo que por cierto, muchas de ellas no habían contado ni siquiera a sus familias cuando sucedió todo. “Aprovecharon cuando Disney Plus empezó a promocionarlo para explicarlo, después de que ellas lo vieran en un pase privado en Donosti ”, dice Mendoza.

¿Y qué pasó? Pues que como no sospechaban del fotógrafo más famoso de Donosti, como había libros firmados por él, como el ayuntamiento lo promocionaba como artista, como tenía su consulta reputada como dentista en el centro de la ciudad, como iba a todas las fiestas, como era un fotógrafo referente en buena parte de las agencias de modelos, como era el que les recomendaban a todas las que empezaban: “Vete y hazte el book con Kote”, les decían, cómo él estaba en las pasarelas importantes, nadie vio peligro alguno, salvo alguna que otra responsable de agencia, para la que había algo raro en él: «Siempre prefería a las más jovencitas, de 13 a 16 años”. Por eso las chicas iban confiadísimas y contentísimas a su estudio, con esa ilusión de su primeras fotos profesionales, pensándose que todo eso que pasaba allí, “quítate eso, ahora más ropa, espera y te pongo aceite, mira, estos pezones tienen que resaltar, te voy a hacer un masaje, que esto es para un spa, venga, dámelo todo…”, era lo normal en esos ámbitos, que había que ser más atrevida, más segura, menos retraída, que esto era un trabajo.

La cosa empezó así, con abusos, con tocamientos, con peticiones que no tocaban, siguió cuando empezó a comercializar esas fotos y esos videos que eran más eróticos y pornográficos que artísticos, en una web de pago, Fotokoma, donde podías llegar a una línea pornográfica de donde obtenía sus ingresos: 14,95 euros la descarga. Y siguió aún más cuando llegaron las amenazas, a veces velados, a veces clarísimos y los chantajes. En el año 2012, al abogado Mario Diez, alertado por una modelo que trabajó con él, le llega la primera información: están circulando imágenes mías por la red, sin mi permiso. “Llegamos a un acuerdo extrajudicial con él, nos pidió 700 euros para que retirara las imágenes, se le pagaron, pero las fotos y los videos continuaron en páginas vinculadas a Kote. Me doy cuenta de que tengo que encontrar a más chicas y detecto que deben ser decenas”. Y tras encontrarlas, la querella en 2013.

“Primero se supone que eran fotos de glamour, pero ibas viendo que él quería mas, de pronto el vestido lo tenías por las cadenas, habías aclarado que no se te iba a ver nada”, dice una de las denunciantes. Pero luego pasa el tiempo y un amigo le dice que ha visto una foto suya en la que “se me veía absolutamente todo, le pedí que las retirara y me dijo que no, que yo firmé un contrato y que no”. En ese momento en que se percata, la joven tiene apenas 18 años, “y no sabía qué tenía que hacer. En esa web me habían puesto un alias, supuestamente era rusa, y me habían cambiado  la edad, es decir, había un personaje ficticio con mi imagen que se vende como modelo erótica… nunca más hice una sesión con otro fotógrafo, es algo difícil de explicar”, dice la joven a cámara, llorosa.

Otra joven cuenta cómo en la tercera sesión se sintió incomoda: manoseada, con pellizcos en los pezones para que se notara que estaban duros… “Yo tenía la ilusión de ser modelo, de probar en el mundo de la moda, él jugaba con que era la primera vez para muchas de nosotras. Me tocó, me hizo cosas que prefiero no contar. Decidí dejar de ir, me fui a vivir fuera porque sabía que quizá subiría mis fotos. Yo sé que es difícil de entender, pero es que es complicado de gestionar”, dice una de las modelos. Kote jugaba con el desconcierto que provocaban sus actos en esas jóvenes inexpertas, con la vulnerabilidad, con el shock en el que quedaban cuando les hacía masajes de repente y las toqueteaba. Hubo violación también, que grabó y que luego comercializó.

Hay un relato de una de las denunciantes (no se dan los nombres por respeto, incluso de las que salen abiertamente mirando a cámara), que resume bastante la secuencia de los hechos, el modelo de comportamiento, que es de psicópata, de ser anti social, tal y como explica una de las psicólogas que colaboran en el documental.

“Mi primer contacto con él fue a los 16 años. Me presenté a un concurso para la chica 40 principales, donde él era miembro del jurado, donde hacía las fotos, donde seleccionaba a las chicas para otros concursos. Me dijo que tenía un buen perfil y que tenía que pasar por la agencia First models. Mi idea era hacer sesiones para engancharme.. empecé pero poco a poco me di cuenta de que la dinámica era otra, ya no eran  sesiones de foto normal… tenía miedo… seguía yendo, porque él sutilmente me decía que tenía ya material… Yo quería salir corriendo de allí y no sabía cómo, se convirtió en algo asqueroso, las sesiones acababan siempre con desnudo integral, con aceite corporal, que siempre te daba él y había veces que incluso tenías que hacerte fotos con él. Aprovechaba para tocarme por donde él quería, de repente te mordía un pezón, porque ‘esto tiene que ponerse duro’ y te sobaba por todos lados y por mi zona genital… pero yo ahí ponía mucho freno y me enfadaba, pero no me servía de mucho. Era así siempre”.

Luego llegaba el momento en el que se enteraban de que sus fotos y sus videos circulaban en páginas porno, de que había sesiones que no sabían ni que existían. “Ahí fue cuando no sabía donde meterme y decidí marcharme del país, ese fue el peor momento, el tener que coger y desaparecer, irme a donde no me conociera nadie porque me daba vergüenza salir a la calle”, algo que es muy común entre las víctimas, según las expertas que salen en el documental.

Denunciaron cuando vieron que sus imágenes seguían ahí, que ya no tenían nada que perder ni nada que esconder, cuando animadas por la sororidad entre ellas se sintieron menos solas, menos desamparadas, cuando creyeron que era importante para parar al tipo, para que no sucediera más veces, para que la justicia actuara, para no sentirse tan derrotadas. “Poner la denuncia es una terapia, lo acabas verbalizando, asumiendo, entendiendo. Al principio tenia miedo pero ya no lo tengo, el daño ya lo hizo, han pasado nueve años y es momento de dar al cara, saber que hay más chicas que se suman, que no se avergüenzan. Solo denunciando, solo hablando, y de alguna forma apoyándolas podemos ayudarnos”. Tenían claro que el silencio perpetúa el abuso y se unieron. Ojo, por si faltaba algo, esto: cada vez que una de las jóvenes denunciaba, automáticamente se colgaban más videos sobre ella.

Mario Díez, harto del ninguneo judicial, policial, de las humillaciones a las víctimas a lo largo de cinco años, pese a que estaba casi todo grabado por el propio Kote, contó en un video que colgó en la red toda la historia. En un par de horas alcanzó las 100.000 visualizaciones, y 13 días después la fiscalía tomó cartas en el asunto, se cambió a la jueza instructora, muchas otras víctimas acudieron a su llamada y finalmente, el 4 de mayo de 2018, apenas un mes y medio después de llevarse a cabo el cambio de juez, Kote Cabezudo entró en prisión provisional, lo que supone, según los expertos, un cambio radical la calidad de vida de las víctimas.

Hay más asuntos relevantes en esta pieza audiovisual que ojalá tenga la presencia que necesita. Margarita Ortiz Tallo, doctora en psicología, presidenta de la asociación ConCiencia, Prevención del abuso sexual infantil, que dice en el documental que el perfil de Cabezudo es el de “un psicópata, que no cumple las normas de la sociedad y que no le importa no cumplirlas, que es un narcisista, con seguridad en sí mismo, y con rasgos histriónicos, al que le gusta llamar la atención”. Pues bien, dice Mendoza que “a Ortiz la encontramos cuando buscábamos a expertas que nos ayudaran a trazar el perfil de un abusador sexual. Y dimos con esta asociación, que había hecho un estudio de condenados por abuso en prisión. Desde el minuto uno se puso a disposición de las víctimas para que cualquier problema que tuvieran pudiera tratarse. Este equipo ha estado con ellas desde septiembre del 22 hasta la semana pasada, con reuniones toda la semanas para el estreno, para prepararlas  psicológicamente. Han hecho un trabajo excepcional”.

Ellas saben que el abuso sexual es una realidad larvada, que las denuncias implican para las víctimas mucha vergüenza y mucha culpa, que las niñas que eran entonces no se recuperan del todo nunca, que salir, escapar, huir del lugar que te recuerda lo que viviste es muy habitual, además de una insoportable presión social (véase otra vez lo que hizo la joven Nevenka). Ellas saben que no suelen contarlo en casa, que no se enfrentan, que a los 15 años no tienen herramientas, que caen en depresiones potentes, que es muy difícil pedir ayuda porque tienen miedo a no ser creídas, que eso es un hándicap, un enemigo del hablar…

El relato de las víctimas, sin conocerse entre sí, es idéntico. «Me ha quitado 18 años de mi vida», «he estado huyendo desde entonces’, ‘es un daño moral irreparable», «para mí no ha prescrito el delito, yo lo llevo conmigo», «éramos pequeñas y no tuvimos fuerzas para pararlo», «sentía vergüenza’, ‘no se me pasó por la cabeza contárselo a nadie», «mi mayor miedo era que se enteraran mis padres», «nos amenazaba tras las primeras sesiones, nos decía que si no seguíamos enseñaría los videos a nuestras familias y a nuestros amigos, y eso hizo que no lo denunciáramos», «a los 16 años es muy difícil pedir ayuda», «cada vez que una de nosotras presentaba una denuncia a él le llegaba nuestro nombre y al día siguiente aparecían más videos nuestros colgados en la red» , «nos amedrentaba, nos coaccionaba», «no fui capaz de decir no vengo más», «me tumbó en el suelo y me hizo sexo oral y lo grabó. Pero yo creía que era algo que solo hacia conmigo, así que lo tomé como eso. Después ya no volví más».

Es un documental crudísimo, explícito, que incomoda y enrabieta a lo largo de sus tres capítulos y que deja una clara conclusión: el silencio es lo que permite que el abuso siga.

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