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Carmen Mola: lo que piensan las escritoras de los hombres que no escriben bien sobre mujeres

Hubo quien predijo que detrás del seudónimo ganador del Planeta había una o varias firmas masculinas por cómo habían construido a la protagonista de la serie ‘La novia gitana’. Vuelve el debate sobre los arquetipos de las heroínas literarias.

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Rosa Montero lo vio venir en 2018: «Carmen Mola es un tío». La escritora no ha sido la única que se imaginó que detrás de la supuesta ‘Elena Ferrante española’ había un hombre (o varios) escribiendo. Desde que el cheque de millón de euros del premio Planeta desvelase la identidad real detrás de la autora de la serie La novia gitana (en concreto, tres hombres guionistas: Jorge Díaz, Antonio Mercero y Agustín Martínez), se han hecho públicos otros casos de lectores con perfil público que intuyeron que a la inspectora policial Elena Blanco – protagonista de la saga, una mujer de 50 años, pero con cuerpo de una de 30, a la que le gusta enrollarse con tíos en todoterrenos en parkings– no la había podido imaginar y escribir una mujer.

«Esto lo ha escrito, por lo menos, un señor», advirtió el booktuber Mikey F. en su reseña de la saga en diciembre de 2020. «No me hace ni puñetera gracia el personaje de Elena Blanco», contaba en su vídeo, «es un personaje cliché, de esos que escribían los hombres en este tipo de novelas negras de protagonistas femeninas escritas por hombres», añadía, con los ojos casi en blanco y resoplando cuando enumeró las aficiones y adicciones de la protagonista: «ella, que está divorciada y le gusta beber mucho, beber mucha grappa; ella, que le gusta cantar canciones de mina en el karaoke». La escritora Ana Ballabriga llegó más lejos. En julio de de 2020 compartió en Facebook que no solo creía que Carmen Mola no era una mujer, sino que detrás de ese seudónimo estaban tres hombres:

«Me imagino un bar con tres tíos tomándose unas cervezas: «Estoy harto de este mundo literario de mierda, mis libros no se venden». «Tío, es que sin una buena promoción no se vende nada». «Pues tenemos que inventar algo que lo pete» […] «Nadie compra un libro escrito por tres tíos». «Pues buscamos un pseudónimo». «Si el libro es muy bestia, tiene que estar escrito por una mujer, impactará más»»

Lo que imaginó Ballabriga está en sintonía con lo que respondió Margaret Atwood cuando le preguntaron si podía adivinar el género del escritor leyendo un texto y sin saber la firma: «A veces sí, la verdad, pero no siempre. Hay un caso famoso en Inglaterra de un vicario anglicano que dijo que no podía publicar nada, así que escribió bajo el nombre de una mujer asiática y consiguió que Virago –una editorial feminista que solo acepta a mujeres– aceptara una de sus novelas», dijo, avanzándose al debate sobre esta oportuna invasión de espacios en los que ahora se reivindican a las autoras al calor de la pedagogía de la cuarta ola feminista. «Los hombres que escriben a mujeres estereotipadas, las tratan como muebles o simple alivio sexual están retratando algo –su vida interior, tal vez– y eso es interesante de conocer hasta cierto punto. Pero tampoco debe confundirse con la vida fuera de la mente del autor», sentenció.

Más claro lo tenía la ensayista y poeta Grace Paley cuando le preguntaron exactamente lo mismo que a Atwood y dijo: «Siempre puedes saber si lo ha escrito una mujer. Piensa en el número de mujeres que tuvieron que enviar sus manuscritos con iniciales para que no se las dejara de lado como mujeres. Yo misma lo hice de joven, con mis poemas, los firmé como G. G. Paley».

Margaret Atwood.
Margaret Atwood.Getty

El debate sobre los hombres que no saben escribir mujeres complejas no es nuevo. El cansancio de toparse con personajes femeninos inanes, inverosímiles y poco creíbles copa la conversación digital literaria cíclicamente, como cuando se viralizó un tuit lanzado por Lucy Huber, editora de Mcsweeny’s, satirizando todo este fenómeno bajo el lema Men writing women characters («Hombres escribiendo sobre mujeres): «Era guapa, pero no lo sabía. Medía 170 cm, pesaba 45 quilos y tenía un 34 de pie. Nunca vomitaba, ni una sola vez. Sus reglas duraban 45 minutos. Se le veían los pezones a través del top» y se sumaron otras respuestas como: «Parecía triste. Pero estaba triste de una manera sexy. Una tristeza profunda y sexy. Una tristeza misteriosa y sexy, por lo que nunca pregunté, porque entonces, hubiese dejado de ser sexy. Básicamente, ella era como un cervatillo herido del que me sentía sexualmente atraído. ¿Era esto triste? No».

En mayo de ese mismo año se crearía la cuenta @menwritewomen, que la escritora Meghan Vondriska popularizó primero en una comunidad de Reddit para saltar a Twitter y a Instagram y que se dedica a capturar párrafos sonrojantes de hombres describiendo a mujeres como, por ejemplo, uno colgado recientemente en su Instagram, visto en la novela Rise of Gods: «Llevaba un chaleco que no se podía abrochar aunque quisiera, porque sus tetas gigantes empujaban su camisa como si de dos misiles balísticos intercontinentales se tratara».

“Llevar un personaje femenino complejo a la ficción es lo suficientemente abrumador para alguien del sexo opuesto. Habitar su voz de forma realista lo es aún más», escribió la periodista y editora Michelle Willens hace unos años en The Atlantic en otro análisis de este eterno debate sobre la calidad literaria al fin y al cabo, reflexionando sobre la prosa de autores reputados como Franzen o Eugenides en Los dispares resultados de hombres escribiendo sobre mujeres.

Siempre pioneros, se podría decir que desde la web satírica The Onion lo vieron venir incluso muchísimo antes que Rosa Montero. Ahí queda, imbatible, su titular irreprochable en su hemeroteca: Novelista debutante pregunta constantemente a su esposa cómo se vive como mujer.

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