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Los hombres que no amaban a las mujeres oscarizadas: “Cuando vi que yo había ganado y él no, mi corazón se hundió”

Las últimas confesiones de dos ganadoras del Oscar reavivan la leyenda en torno a los efectos negativos que el éxito profesional puede tener en el ámbito personal

Sally Field
Sally Field, tras ganar el Oscar en 1980.ABC Photo Archives (Disney General Entertainment Con)

Es uno de los mitos más comentados y llamativos del Hollywood reciente. La maldición amorosa del Oscar, como fue acuñada hace una década por diferentes medios, se refiere a los diferentes casos en los que una actriz gana una estatuilla y acompaña ese triunfo, tras un breve espacio de tiempo, con una ruptura sentimental en forma de separación o divorcio. Una consideración mística, simplista y, a veces, puramente misógina —la mujer que antepone la carrera al marido, la mujer como víctima de una maldición por su talento—, pero que ha conseguido calar en el debate público. Hasta el punto de que, para saber si había algún fundamento en las especulaciones, investigadores de las universidades de Toronto y Carnegie Mellon llevaron a cabo un estudio en el que analizaron los casos de los 751 intérpretes nominados al Oscar en las categorías de mejor actor y mejor actriz desde 1936 hasta 2010. ¿Su conclusión? Los ganadores del premio tenían un 63% más de probabilidades que el resto de los nominados de que sus relaciones amorosas terminasen. Ahora, dos actrices han alimentado la leyenda con confesiones en primera persona.

“Cuando llegó la gala no fue un buen tipo y dejó claro que no iba a acompañarme”. La dos veces ganadora del Oscar Sally Field ha revelado en el libro 50 Oscar Nights (Dave Karger) que su pareja de aquella época, el también célebre actor Burt Reynolds, “no estaba feliz” cuando su nombre comenzó a sonar para llevarse su primera estatuilla. Field mantuvo una relación de cinco años con el fallecido actor, que empezó a agrietarse cuando esta se alzó con el premio en 1980 por su trabajo en la película Norma Rae. Antes de eso, Reynolds también se había negado a viajar con ella a la presentación de la película en el festival de Cannes. “Me dijo: ‘No creerás que vas a ganar algo, ¿verdad?”, evoca la actriz de 77 años.

Marlee Matlin, William Hurt
Marlee Matlin y William Hurt en los Oscar de 1987.Frank Trapper (Corbis via Getty Images)

Una experiencia incluso más cruda tuvo que vivir la intérprete, conocida por películas como CODA, Marlee Matlin. La noche del 30 de marzo de 1987, Matlin hizo historia al convertirse en la primera actriz sorda —y una de las más jóvenes de la historia, con 21 años— en ganar un Oscar por su papel en el drama romántico Hijos de un dios menor. Su coprotagonista en el filme, William Hurt, también era por entonces su pareja sentimental, pero este no consiguió la estatuilla. “Cuando descubrí que él no se la había llevado, mi corazón se hundió. Me daba miedo pensar en cómo iba a reaccionar cuando volviéramos a casa al haber ganado yo y él no”, explica en 50 Oscar Nights. Matlin recuerda que Hurt fue muy callado y pensativo en el camino de regreso hasta que rompió su silencio con un reproche. “Me dijo, ‘¿Qué te hace pensar que te mereces el premio?’. Yo lo miré como diciendo que a qué se refería y contestó, ‘Mucha gente trabaja durante muchos años, especialmente quienes estaban nominadas contigo, para conseguir lo que tú has logrado con una sola película’. Me quedé atónita, pero me hizo más fuerte. Era mi momento, mi noche y el principio de mi carrera”. Matlin rompió con él solo unos meses después.

Para Carlos García, coach y especialista en terapia de pareja, este tipo de reacciones y comportamientos hollywoodienses son extrapolables al resto de los mortales y más comunes de lo que pueda parecer. Marcados por los estereotipos culturales inherentes a la masculinidad más clásica —o rancia— como el poder, el liderazgo, la protección o la fuerza, este tipo de hombres pueden sentirse ofendidos e incapaces de gestionar que su mujer tenga más éxito y reconocimiento social que ellos. “Es lo que les ocurre a las actrices de Hollywood”, expone, “cuyos maridos y novios huyen de la relación por no ser capaces de interpretar el papel de príncipe salvador que tanto habían estudiado y tantas veces vieron interpretar a otros. La llaman ‘la maldición amorosa de los Oscar’ y ocurre a todos los niveles: he visto hombres ofendidos porque su nombre figura en segundo lugar en el buzón de casa”.

Ryan Phillippe, Reese Witherspoon, Harvey Weinstein
Ryan Phillippe, Reese Witherspoon y Harvey Weinstein, en una imagen de 1998.Steve.Granitz (WireImage)

La lista de ganadoras del Oscar que han visto cómo su mejor momento profesional venía acompañado por un drama sentimental es larga. Helen Hunt, Gwyneth Paltrow, Julia Roberts, Charlize Theron, Hilary Swank, Rachel Weisz, Jennifer Hudson… A veces es cuestión de pura vanidad, como en el caso de Kate Winslet, que vio cómo su galardón por The Reader creó tensión con su esposo de la época, Sam Mendes —conocido por la prensa británica como Mr. Ego—, y que también competía en aquella edición con Revolutionary Road. Otras veces se alude a los celos profesionales y de brecha salarial, tal y como se escribía respecto a Reese Witherspoon (En la cuerda floja) y Ryan Phillipe. La pareja que presentó junta el Oscar a mejor maquillaje en 2002 protagonizó un momento fuera de guion en el que Phillipe dijo en pleno directo que no leía el ganador porque no le pagaban suficiente: “Hazlo tú, ya que a ti te pagan más que a mí”. Con los años, Whitherspoon confesó que fue un momento que la dejó completamente desconcertada porque su exmarido en ningún momento le había comentado que diría algo así y añadió: “Ninguna mujer debe sentir jamás vergüenza por ganar mucho dinero”.

En estos dramas sentimentales relacionados con los Oscar también entran en juego las terceras personas, como les sucedió a Sandra Bullock o Halle Berry, que dedicaron halagos a sus respectivas parejas sobre el escenario del Kodak Theatre mientras los tabloides preparaban las exclusivas de que les eran infieles. Especialmente cruel fue lo vivido por Bullock, que pasó de brillante ganadora del Oscar por Un sueño posible a ver cómo la amante de su marido contaba en la portada de una revista todos los detalles sobre la infidelidad en solo 10 días.

En los últimos años, la maldición parece haber aplacado su poder entre las nominadas, quizá también por los cambios económicos y culturales, como el auge de la nueva ola feminista, experimentados por la sociedad. El número de matrimonios en los que la mujer supone el principal sustento de la familia se ha triplicado en los últimos 50 años, teniendo así un impacto decisivo en la suerte de las relaciones sentimentales y en aplacar este estigma histórico. Según el Wall Street Journal, en los sesenta y setenta, cuando la mujer ganaba más que el marido había un 70% más de probabilidades de divorcio que en el caso contrario. Esa cifra, décadas después, ha bajado al 4%.

Sin embargo, la sensación de que el éxito femenino sigue siendo percibido como una amenaza para el hombre sigue viva en el ámbito del entretenimiento. Este año, ha habido dos ejemplos muy mediáticos en los casos de estrellas del pop del calibre de Taylor Swift y Ariana Grande. Según han publicado fuentes cercanas a las cantantes, la incapacidad de sus entonces respectivas parejas, Joe Alwyn y Dalton Grande, para manejar su repercusión, agenda y fama fueron claves a la hora de la ruptura. Así lo sugería Swift en su éxito Midnight Rain: ‘He wanted it comfortable, I wanted that pain / He wanted a bride, I was making my own name’. ‘(Él lo quería cómodo, yo quería ese dolor / Él quería una novia, yo hacerme mi propio nombre)”. Hace solo unos días, la también vocalista Kelly Clarkson confesó que su ahora exmarido Brandon Blackstock, la había desalentado para aceptar una silla como coach de la edición estadounidense del programa La Voz por no ser “lo suficientemente sexy”.

Como conclusión, Carlos García anhela que en los tiempos venideros se confirmen nuevas propuestas acerca de lo que entendemos por masculinidad para ver un cambio real. “Quizá un enfoque algo más tolerante, más igualitario en los roles que nos permita entender a las personas con independencia de su género. El mundo ha perdido ya muchos siglos de literatura o reflexión filosófica de las mujeres, y los hombres han perdido la oportunidad de vivir con más intensidad algunas de sus emociones”. También la oportunidad de celebrar, como se debe, el Oscar de un ser querido.

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