El enigma de Sandra Bullock: la estrella que odia ser una estrella
La ganadora del Oscar vuelve a ponerse al frente de un largometraje tras su retiro temporal de la industria con Imperdonable, el nuevo drama de Netflix.
Ni los cinco mil millones de euros recaudados por sus películas ni los múltiples premios cosechados han conseguido descifrar el enigma que supone para la industria del entretenimiento uno de sus mayores referentes, Sandra Bullock. Tras varios años de retiro de Hollywood –jamás comunicado públicamente–, la actriz de 57 años regresa sin previo aviso liderando el próximo gran estreno de Netflix. La misma plataforma en la que encabezó otro fenómeno global tan discreto como ella, A ciegas, que tres años después de su estreno sigue siendo la película más vista en la corta historia de la compañía de streaming. En Imperdonable, adaptación de una serie británica que llegará al catálogo el 10 de diciembre, Bullock da vida a una mujer que trata de reinsertarse en la sociedad tras pasar veinte años encarcelada. A la espera de saber si el drama emula el éxito de su predecesor, lo que es seguro es que su protagonista seguirá mostrándose tan discreta y misteriosa como durante sus últimas tres décadas de trabajo.
Porque pocas actrices entre todas aquellas merecedoras de nóminas cercanas a los 15 millones de euros por película, y que hayan liderado en varias ocasiones la lista de las mejor pagadas en la revista Forbes, pueden permitirse el lujo de cultivar con tan poco entusiasmo las relaciones públicas en la era de la visibilidad. Sandra Bullock no tiene perfil en redes sociales (solo una cuenta fan sobre ella supera el millón de seguidores en Instagram), no se deja ver en la primera línea de las semanas de la moda, no protagoniza anuncios publicitarios ni se expone al ridículo cantando Imagine en su mansión por una causa benéfica. Los paparazi no la persiguen, sus apariciones en las galas de premios se restringen a las veces en las que ha sido merecedora de una nominación y solo ofrece entrevistas cuando los contratos de promoción de sus estrenos la obligan a ello. Y no, lo de dibujar una sonrisa en su cara y poner el piloto automático ante los reporteros con respuestas displicentes e inofensivas tampoco va con ella.
Como si de un buen tuitero se tratara, su espontaneidad inconsciente la ha llevado a meterse en todo tipo de jardines, practicando a su vez una asombrosa capacidad para salir indemne de cualquiera de ellos. Ante la mirada inquisitoria de la prensa, la artista natural de Washington D.C. ha manifestado su animadversión por las comedias románticas –pese a haber protagonizado algunas tan populares como La proposición–, las producciones de superhéroes –rechazó ser Wonder Woman–, los sustos –aunque triunfó con A ciegas–, las redes sociales, los selfies –“lo que proyectan no es real”– y hasta reconoció su “profundo odio” por el género musical. También se atrevió a denunciar el sexismo en la industria varios años antes de que movimientos como #MeToo gozaran de popularidad entre la opinión pública, llegando incluso a plantearse renunciar a su carrera. “Tuve un momento de alumbramiento en el que me di cuenta de que me trataban mal solo por tener vagina”, evocó.
A lo largo de este siglo, Bullock ha logrado conservar ese halo de misterio que separaba históricamente a los dioses de Hollywood de quienes se sentaban en las butacas para rendirles pleitesía. Iconos desarbolados por la mundanidad de las redes sociales, siempre inefables a la hora de apear del olimpo a cada estrella empeñada en enseñarnos hasta el más mínimo detalle de su realidad. Quizá por eso sus películas siguen funcionando tan bien en taquilla: porque la única forma de reencontrarnos y saber más de la elusiva Sandra Bullock sea pagando una entrada de cine.
Al contrario que otras ‘novias de América’ de su generación como Meg Ryan o Jennifer Aniston, que vieron cómo los vaivenes de su vida personal les hacían perder un paso en el corazón de los espectadores, en el caso de Bullock fue ella misma la que decidió abdicar del título autoimpuesto y presentarse ante la opinión pública con un perfil menos accesible y risueño. Una apuesta cimentada sobre una filmografía tremendamente versátil y personal, que la ha llevado a moverse entre géneros sin encasillarse jamás. “Cuando alguien me pregunta si quiero ver una película de Liam Neeson o una película de Jennifer Aniston, sé lo que me voy a encontrar. Pero ese no es su caso. Si me preguntan si quiero ver una pregunta de Sandra Bullock lo único que sé es que Sandra Bullock saldrá en ella”, explica Shea Serrano en The Ringer.
La industria no siempre ha reconocido los méritos de su estrella más eficiente y discreta. Hasta su mayor momento de gloria, el Oscar a la mejor actriz cosechado en 2010, es recordado hoy como uno de los premios más injustos jamás otorgados en la historia de la categoría. En Un sueño posible, un melodrama autobiográfico nacido para amenizar siestas de sobremesa, Bullock da vida a una madre de familia de clase alta que acoge a un joven negro sin hogar y le ayuda a convertirse en una estrella del fútbol americano. Un filme cuanto menos paternalista considerado como un ejemplo claro del llamado ‘complejo del salvador blanco’, en el que el personaje caucásico es aclamado por liberar a una minoría de una situación de opresión. En otro alarde de honestidad, incluso llegó a declarar “que no se sentía digna” de la estatuilla ganada. “Así que pensé, voy a pasarme el resto de mi vida haciéndome merecedora de ella”, confesó durante la promoción de su mayor éxito de crítica y público hasta la fecha, Gravity.
Sin embargo, desde el estreno del drama de ciencia-ficción de Alfonso Cuarón, la intérprete solo ha participado en tres películas y su último lanzamiento, Ocean’s 8, data de 2018. El motivo principal de su ausencia son sus dos hijos adoptivos, Louis y Laila, de once y nueve años respectivamente. “Ahora soy madre primero y luego actriz”, reconoce la estadounidense, que mantiene una relación con el fotógrafo Bryan Randall tras divorciarse en 2010 del presentador Jesse James.
Pero tras los años dedicada a la maternidad a tiempo completo, 2022 promete volver a situar a Bullock en el escalón más alto de Hollywood. En The Lost City, cuyo estreno está previsto para el mes de marzo, se acompaña de Channing Tatum para dar vida a una solitaria escritora de novelas románticas perdida en medio de la jungla. Unas semanas después llegará a los cines la esperadísima Bullet Train, que coprotagoniza junto a Brad Pitt y que narra el encuentro de cinco asesinos con intereses cruzados en un tren bala japonés. Para el crítico de cine Scott Mendelson, el atrevimiento de Bullock de liderar proyectos de ambición taquillera para su exhibición en salas tradicionales supone un antes y un después para una industria monopolizada por el auge del streaming y las franquicias millonarias salidas de tebeos. “Si las dos películas funcionan podría ser la esperanza que necesitamos para que el cine tal y como lo conocíamos sobreviva”, concluye. Pocas actrices más apropiadas que ella para confiarles un desafío de tal envergadura.
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