Melissa McCarthy: «Me alegro de que la fama me llegase pasados los 40»
Dice que se alegra de que la fama le haya llegado pasados lo 40, porque eso le ha dado la oportunidad de disfrutar de su vida privada.
Melissa McCarthy lleva años rondando por Hollywood. Su apellido solía ser más conocido por las curvas de su prima –la también actriz y playmate Jenny McCarthy– que por las suyas, pero Melissa era la que hacía reír al público en diferentes series de televisión. Eso pasaba antes. Hasta que un buen día esta fuerza de la naturaleza de 44 años dio rienda suelta a todo su talento en La boda de mi mejor amiga. Ahí le sacó una sonrisa en forma de candidatura al Oscar a la normalmente seria y carente de humor Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Luego llegaron éxitos de taquilla como Cuerpos especiales o Resacón en Las Vegas 3. Hoy, su nombre no necesita presentación. Es la reina de la comedia. Y sí, en talla grande. Es más, su apellido suena como uno de los que podría llevarse la estatuilla dorada gracias a la tragicómica St. Vincent, que llega a los cines el 12 de diciembre con un Bill Murray en plena forma. Pero más que de estrenos, a McCarthy le gusta hablar de su familia. Está casada con el actor y director Ben Falcone (Tammy, Sobran las palabras) y tienen dos hijas, Vivian (de siete años) y Georgette (de cuatro años), a las que lleva a todas partes.
¿Se acuerda de los tiempos de Las chicas Gilmore?
Claro que me acuerdo. Me alegro de que la fama no me haya llegado hasta pasados los 40, cuando disfruto de una vida maravillosa junto con mi marido y mis hijas. Porque el resto me parece una gran suerte. Haber recibido todas las oportunidades de las que estoy disfrutando, que nunca habría soñado tener a los 20 años, me parece un milagro.
En esta industria la palabra éxito viene acompañada de una gran dosis de fracaso previo. Y usted no es la típica actriz-modelo que se ganó de entrada a los directores por su cara bonita.
Mi primer trabajo en Hollywood fue como asistente de producción. Acabé ayudando en el departamento de casting, llevando cafés y haciendo recados. Tuve la suerte de participar en varias sesiones de casting y ver lo aleatorio que era todo. Como actor, siempre piensas que hay un gran complot contra ti. Preferirías estar en los zapatos de otra, ser más alta, más delgada… Yo he tenido la fortuna de ver desde el principio cuán fortuito era todo.
Y en la actualidad, ¿cómo se las apaña con la fama?
Procuro agachar la cabeza y seguir trabajando, porque para mí el cine es mi vida, pero cuando acabo el rodaje llego a casa y me pongo a jugar con mis hijas. Eso es lo verdaderamente importante.
En su nueva película interpreta a una madre soltera. Maggie, su personaje, encarga el cuidado de su hijo de 12 años a su vecino, Vincent, un veterano de guerra borracho interpretado por Murray. La moraleja es que las apariencias engañan.
Eso fue lo que me atrajo de la cinta. Supongo que la corrección política que nos rodea ahora nació con buenas intenciones, pero yo me quedo con el antiguo dicho de «No juzgues un libro por su portada». Maggie no tiene otra opción que dejar a su hijo con su vecino si quiere mantener el trabajo. Creo que cualquier madre que lo vea, ya sea soltera o no, puede identificarse con ese sentimiento.
¿Cómo es Bill Murray como vecino? Es uno de los reyes de la comedia y a la vez una figura mítica, casi un recluso conocido por lo mucho que evita Hollywood.
Mítico es una buena palabra para describirlo. Es alguien muy inteligente y con el corazón de un niño, siempre vive con esa filosofía de ¿por qué no? No tiene nada de recluso cuando estás con él, es muy agradable, habla con todo el mundo, no solo en el rodaje, sino también cuando pasea por la calle. Eso sí, en cuanto le abren la puerta de un coche, si el comportamiento a su alrededor cambia y se asemeja a cualquier cosa con sabor a Hollywood, es el primero que desaparece en su monopatín.
Después de rodar St. Vicent, ¿afirmaría que hay algún santo preferido en su vida?
Mi madre, que es toda una santa. Se ha pasado la vida dedicada a los demás: cuidó de sus padres, de su abuela, nos crió a mi hermana y a mí… Siempre se ha desvivido por los vecinos y hasta por gente que apenas conocía. Es de las que ponen el bienestar de los demás por encima del suyo. Voy a proponerla como santa oficial. Y también a mi marido, que tiene mucha paciencia… Con tres mujeres en la casa y aguanta, ¡si hasta tenemos una perra! Hace continuamente pequeños actos de santidad.
Melissa McCarthy junto a su marido Ben Falcone.
Gett
O sea, que lo suyo es la paciencia.
Para mis hijas debo de ser la persona más pesada del mundo. Si les preguntas, seguro que te dicen que de santa no tengo nada. Soy la que siempre está detrás para que se laven los dientes, se cambien de ropa, hagan la cama… Y a mi marido lo tengo un poco loco con mi afición a renovar casas. Le he prometido que ésta es la última, porque nos hemos mudado cuatro veces en los últimos seis años. Me encanta comprarme la peor vivienda del barrio y reformarla desde los cimientos. Tengo un estilo bastante tradicional, pero me divierte hacer cosas con las manos, cambiar el mobiliario, alicatar los cuartos de baño, poner nuevos herrajes…
¿Algún otro vicio que confesar?
Un dulce que robé de pequeña, cuando tenía cinco años.
Es lo más común del mundo…
Pero en mi caso es cierto. Y no era un dulce cualquiera, sino un Chunky, un chocolate cuadradito que para una niña de mi edad era toda una cena. Mi padre me pilló con la boca llena. Tuve que regresar a la tienda donde lo había robado con el envoltorio y la paga mientras mi madre me esperaba en la puerta con cara de pocos amigos. Nunca volví a robar.
Esa infancia la pasó en un colegio de monjas. ¿Qué rastro ha dejado en su vida?
¡Quién sabe! ¡Quizá es la razón de que diga tantos juramentos en mis películas!
Habla de juramentos, pero Sandra Bullock asegura que en su vida cotidiana es una de las personas más calladas que ha conocido.
Ella es otra santa. Bueno, no. Realmente habría que lavarle la boca con jabón. Jura más que yo. Soy de naturaleza callada. El público se espera que vaya rompiendo puertas y soltando palabrotas, pero no me parezco a los personajes que interpreto. Eso sí, mis papeles tienen mucho de catártico; ir por ahí pegando voces en las películas es perfecto para luego ser una mosquita muerta en el día a día.
Si no fuera esa persona tranquila que dice ser en su vida cotidiana, ¿qué vida le hubiera gustado vivir?
Me habría gustado estar en los zapatos de Lady Gaga. Y no lo digo en sentido figurado. Lo digo de verdad. La idea de ponerme cualquiera de sus zapatos me parece maravillosa. Vestir su ropa… ¡una locura!
¿Algún otro ídolo?
He pasado por muchas fases distintas. La fase Billie Holiday, la fase David Bowie, la fase Debbie Harry… Creo que lo que más ilusión me ha hecho en esta vida es aparecer en la portada de la revista Rolling Stone.
No sabía que le interesaran tanto la música y la moda.
Me importa más la comodidad que la belleza. Hace seis años que me olvidé de cosas como vestir de blanco. Tengo dos hijas, y ponerme una camisa de ese color es la mejor forma de acabar con una gran mancha. De ahí lo mucho que me gustan los estampados. Las posibilidades de que me caiga un manchurrón son tantas que visto ropa estampada básicamente como forma de supervivencia.
Sin embargo, su cuerpo desafía los cánones de belleza de Hollywood. ¿Alguna vez ha tenido problemas de talla?
Si me preguntas si me gustaría despertarme mañana y llevar otra talla sin haber hecho nada, por supuesto. He tenido un par de hijas y, como muchas mujeres, he pasado en mi vida por millones de tallas. Pero no le doy muchas vueltas. Como se suele decir, lo importante es la salud.
¿Y de eso anda bien?
Sí, gracias. Somos una familia muy sana. Me gusta hacer pilates y corro detrás de mis niñas. Además, me puedes ver siempre tirada por el suelo, haciendo películas, cada cual más física… Nada de lo que preocuparse.
¿Su mayor defecto?
Duermo poco, pero ya me he acostumbrado. Con mis buenas cuatro horas de sueño me apaño.
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